Cuando uno va a comprar al supermercado y repara en el precio de las naranjas, no acaba de aprehender la importancia vital que esos simples guarismos tienen. Por otro lado, cuando escucha en la radio el crecimiento del PIB o que España es el enésimo país por penetración de banda ancha en Europa, tiende a asumir que estas informaciones son fundamentales para su ciclo vital. Después de todo, el precio de las naranjas rara vez sale en la tele, mientras el PIB, el déficit público o el IPC ocupan portadas en todos los medios.
Y, sin embargo, es mucho más importante la primera de las magnitudes que cualquiera de las otras, incluso de todas ellas juntas. ¿Por qué entonces ocurre que todos estamos preocupados por éstas, y no por las otras?
El papel de los precios es fundamental para posibilitar, no ya el desarrollo de las economías, sino el simple funcionamiento de las mismas. La concepción hayekiana del precio es quizá la más brillante y completa. Según ésta, los precios son indicadores sintéticos de la escasez de los bienes en relación con sus usos y permiten de esta forma coordinar las preferencias de los individuos.
Así, cuando el precio de un bien tiende a subir, se están dando señales al mercado de que la escasez relativa del bien está aumentando. Esto puede ser básicamente por dos razones: el stock del bien ha disminuido (por ejemplo, una mala cosecha) o porque a alguien se le ha ocurrido un nuevo uso para el bien que es más valorado por los individuos que los usos precedentes (por ejemplo, el uso de cereales para biocombustibles).
Por el contrario, si el precio del bien tiende a bajar, se da el fenómeno dual: aumenta la abundancia relativa, sea por que el stock del propio bien ha aumentado, por ejemplo, por una innovación que permite reducir los costes de fabricación; o porque la gente ha encontrado un sustituto y, de alguna forma, se ha eliminado uno de los usos que lo hacían valioso.
En ambos casos, los emprendedores alerta en el mercado empiezan a tomar acciones correctoras de la situación, atraídos por los posibles beneficios, o ahuyentados por las posibles pérdidas. Una subida de precios es una promesa de futuros beneficios: el mercado está diciendo que quiere más de ese bien, y que la gente que esté en condiciones de proporcionárselo puede lucrarse con ello. Evidentemente, si el emprendedor tiene éxito, el stock aumentará y los precios tenderán a bajar.
Por el contrario, la bajada de precios amenaza con pérdidas: el mercado está diciendo que está saturado del bien y que no merece la pena dedicarse a ello. Los emprendedores avisados deberán abandonar esas líneas de negocio, y dedicar sus recursos a otras más valoradas. Esta salida del mercado, a su vez, reducirá el stock hasta los niveles que el mercado valore suficientemente.
He aquí el fundamental papel de los precios en el mercado: integran todas nuestras preferencias y recursos en un solo número sobre el que resulta fácil tomar decisiones. El precio de las naranjas es el único dato adicional que necesitamos para decidir si las compramos o no: no necesitamos saber nada de su cultivo, tecnologías, propiedades de los campos, logística de transporte o plagas que asolan al árbol.
La existencia de un sistema de precios que funcione libre de injerencias es imprescindible en cualquier sociedad (no ya mercado). Una sociedad con precios intervenidos está abocada a la destrucción, como demuestra el debate sobre la imposibilidad del cálculo económico en el socialismo, que, como demuestra Mises, es la prueba definitiva de que tal sistema no puede funcionar.
Los economistas sitúan, al mismo nivel que los precios, otra información: las estadísticas. En este tipo de información, se agregan diferentes ítems de información microeconómica, para proporcionar indicadores macroeconómicos. Por ejemplo, sumando todas las ventas realizadas por todas las empresas de un país se obtiene el Producto Interior Bruto (PIB); ponderando las variaciones en los precios de unos determinados bienes y servicios se obtiene el Índice de Precios al Consumo (IPC); recopilando los precios del kilo de naranjas en los países de la OCDE, se obtiene una comparativa internacional de estos precios.
Toda esta información, mejor dicho, datos, no nos sirven prácticamente de nada como individuos. Ninguno de nosotros ni ninguna empresa toma decisiones basándose en ellos. ¿De qué me sirve el IPC o el ranking de España en el precio de naranjas a la hora de comprar un kilo de éstas?
La única entidad que produce, necesita e, incluso, toma decisiones sobre su base son los estados. Dado que los estados no se guían por los precios, como hacen el resto de los mortales, se buscan otro tipo de indicadores para justificar sus decisiones ante la opinión pública.
Su trabajo tiene dos partes: la primera es definir el indicador. Dado que son indicadores no observables directamente, la definición no está exenta de discusión. Al contrario que los precios, que son magnitudes objetivas, los valores estadísticos siempre son matizables e interpretables. Por ejemplo, qué servicios incluir en el IPC y a qué precios valorarlos; o a quién se considera desempleado, si al que está sin trabajo o al que está inscrito en el INEM.
La segunda parte del trabajo consiste en convencer a la opinión pública de la importancia del indicador. En esto los políticos cuentan con la inestimable complicidad de los economistas, que se hartan de analizar todo en base a sus estadísticas: que si la balanza por cuenta corriente, que si el déficit público, o el sursuncorda.
Una vez se consigue lo segundo, los políticos, una vez más con la ayuda de los economistas, tienen claros incentivos en rehacer lo primero, cuando los resultados no les acaban de gustar. Por eso, las discusiones sobre si se debe revisar la metodología de cálculo del IPC solo se producen cuando éste está en el 5%, no cuando se sitúa en el 1%. Y no se ha de olvidar que los Estados tienen el cuasi-monopolio de la producción de estadísticas, normalmente a través de institutos supuestamente independientes.
De nuevo, nos encontramos ante una creación de los gobiernos en que estos tratan de remedar pobremente una creación espontánea del mercado. Las estadísticas económicas pretenden sustituir a los precios, pero fracasan lamentablemente en su intento, pues no son capaces de transmitir información objetiva ni relevante sobre los recursos en el mercado. Eso sí, permiten justificar a los gobiernos sus actuaciones arbitrarias con una apariencia de objetividad.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!