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De vivir en la calle a ser mil millonario

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Se ha llamado «sueño americano» a la posibilidad, ofrecida potencialmente a todos, de prosperar hasta lo más alto desde lo más bajo. En nuestra sociedad se condena tanto el esfuerzo por lograrlo como la empresarialidad, como el resultado si llega. La sociedad buena, según la ideología predominante, estaría formada por una masa sin extremos, en la que nadie va a menos económicamente, ni progresa demasiado. La movilidad social, que ha sido una de las consecuencias más destacadas, y mejores, del capitalismo, está mal vista. Sin llegar a proponer una sociedad estamental, que estaría en contra del objetivo de una sociedad igualitaria, se rescata de aquélla la falta de movilidad como ideal.

Un claro ejemplo de ese «sueño americano» es John Paul DeJoria. Su historia es aleccionadora en varios sentidos. Sus padres, que eran inmigrantes (italiano y griega), se divorciaron cuando él tenía dos años. Él y su hermano tuvieron que vivir en casas de acogida durante algún tiempo. Sus orígenes no son los más prometedores. Sin embargo, su comportamiento desde niño explica en gran parte su estatus actual. En la lista de Forbes de las personas más ricas ocupa el puesto 569, con una fortuna personal de 3.100 millones de dólares. The Richest le calcula una fortuna de 4.200 millones.

Su primer trabajo lo obtuvo a los 9 años, y ha pasado por cualquier tipo de empleo que estuviera a su alcance y le pudiera dar unos dólares. Él cuenta cómo, en una ocasión, trabajando en un establecimiento, su jefe se tuvo que quedar más tiempo del habitual. Y entonces se dio cuenta de que DeJoria hacía todo lo que era necesario, incluso cuando nadie le estaba mirando. «El éxito es lo bien que haces lo que estás haciendo cuando nadie mira», dice en una entrevista. También dice que «las personas que tienen éxito hacen todo lo que las personas que no lo tienen no quieren hacer».

Como trabajador, como empresario, DeJoria ha seguido el principio de que debe creer en sí mismo y en el producto, o el servicio, que ofrece. «Hay que crearlo de tal manera que el cliente acuda a él otra vez, o se lo recomiende a sus amigos», dice en otra entrevista. También dice que es importante «que te guste lo que haces, con quién lo haces, y para quién lo haces». Y, por último, «asegúrate de que la gente conoce lo que haces, porque si no se va a quedar ahí. Haz lo que tengas que hacer. Trabaja los siete días de la semana. Ve puerta a puerta. Y presta mucha atención a tus primeros clientes».

En dos ocasiones se ha quedado viviendo en la calle. «Me sentía muy mal conmigo mismo. Pero pensaba: ‘(esta actitud) no va a ayudar a nadie. Tengo que salir ahí fuera y hacer algo’. Y cuando sales fuera y haces algo, algo te vuelve a ti». Es como funciona la economía libre: Das algo, y recibes algo a cambio. Y en ese intercambio se crea valor.

En 1980, John Paul DeJoria y su hijo vivían en el coche porque estaban de nuevo en la calle. Logró que le prestasen 700 dólares, y puso en macha, con ese capital y John Mitchell como socio, la compañía John Paul Mitchell Systems de productos de peluquería. Fiel a su estilo, los fue vendiendo de puerta en puerta, sin conocer el horario o la semana inglesa.

Sus palabras nos hablan de varias claves. Por un lado, el valor del trabajo. Por otro, aunque no se haga mención expresa, dentro de ese ánimo constante por mejorar está también la actitud de estar alerta ante las oportunidades de beneficio, encontrar los huecos no cubiertos de entre las cambiantes necesidades. También se ve que es una persona que quiere vivir por sí mismo. Quizás su situación personal le haya impreso a fuego en su ánimo desde pequeño que tiene que hacer lo que sea para salir adelante. Ese espíritu de independencia, en un momento en el que el Estado de Bienestar, que es un Estado de Dependencia, está desarrollado, también es clave. 

Los condicionamientos institucionales son fundamentales, y a largo plazo es lo que cuenta. Pero las actitudes personales también lo son, como demuestran casos como el de John Paul DeJoria. También es cierto que los valores de una sociedad están condicionados por esas instituciones; especialmente cuando han sido creadas desde una ideología concreta sobre el hombre y su papel en la sociedad.

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