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Despertares

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Recientemente se ha popularizado el término de generación ni-ni para caracterizar a los jóvenes de entre 16 y 26 años que ni estudian ni trabajan. Más allá de ofrecer contenido para alguna serie de televisión estrambótica, el hecho es que toda una generación criada en la prosperidad de sus padres no ha sabido, o no ha podido, incorporarse al mercado laboral ni autorealizarse. Pero los ni-ni’s no son más que la culminación de un cambio social que también ha afectado a la generación anterior, que habiendo estudiado y trabajando conforma una sociedad mileurista de la que no puede escapar y que también terminará atrapando a los ni-ni’s.

Los estudios reglados tampoco marcan hoy la diferencia, pues encontramos que de la mayoría de facultades tan sólo salen analfabetos titulados sin valor en el mercado; el título que acreditan debería ser una seña de excelencia y eso hoy sólo se encuentra en el extranjero y en contados postgrados. Así pues, las diferencias entre quienes tienen estudios superiores y quienes los dejaron en su día no es tanta y los puestos de trabajo que pueden encontrar son similares. 

El recurso fácil en estos casos suele limitarse a diluir los fracasos individuales en responsabilidades colectivas o, directamente, en culpar no a la mano invisible del mercado sino a la mano negra del consumismo y del egoísmo. Y como no, la solución pasa por engrosar el Estado. Pero no es la ausencia de libertad sino la ausencia de responsabilidad la que ha promovido estos comportamientos cortoplacistas.

La educación, completamente controlada por los poderes públicos, se ha colocado de espaldas al mercado laboral y el agujero presupuestario que supone sólo es comparable al coste social que produce. Las buenas intenciones de los políticos de turno, que a golpe de ley nos quieren hacer más inteligentes, no hacen más que incrementar las diferencias y aquellos que quieren tener colgado en su despacho un título que les aporte valor se ven obligados a salir del circuito público que lejos de formar “las generaciones mejor preparadas de la historia de España” las degenera.

Quienes no pertenecen a esta élite son adoctrinados, educación para la ciudadanía mediante, para encontrar esta felicidad marcada por los políticos de una vida sin sobresaltos y con todas las seguridades que otorga el estado. El sistema se perpetúa con el culto a la nueva religión secular y se protege de quienes lo ponen en duda expulsándolos.

Así se cierra el círculo perverso en el que la creatividad se ahoga en la mediocridad y cualquier atisbo de ambición o competencia se antoja demasiado arriesgado allí donde hasta “gozar de los recursos naturales y del paisaje en condiciones de igualdad” es un derecho. Las ideas felices y su desarrollo quedan en manos de una élite que se cuida mucho de que sus hijos no cursen los planes que ellos han diseñado para el resto de mortales.

Desde la pirámide de Maslow parece lógico que, satisfechas las necesidades primarias, el ser humano se dedique a realizar otras apetencias que pueden conllevar satisfacciones más espurias o elevadas. Por supuesto, no es objeto de esta reflexión establecer o jerarquizar un listado de preferencias comunes ni la forma en que los hombres pueden alcanzar la felicidad, pues eso es algo que debe elegir cada uno.

El problema, no obstante, reside en que todas las informaciones que reciben los individuos para tomar decisiones son falsas o están maleadas por la intervención estatal conduciendo su vida a un callejón sin salida. La irresponsabilidad, el cortoplacismo y la infantilización de la sociedad no es más que la consecuencia de la falsa seguridad garantizada por el estado; conductas que una vez que se generalizan convierten a toda la sociedad en dependiente e incapaz de crear riqueza a través de la innovación y el espíritu emprendedor. Una comunidad así sólo puede vivir y disfrutar de la prosperidad que generaron sus antecesores pero dejará el terreno yermo para las generaciones venideras.

Una vez más, la búsqueda de una solución centralizada por parte de los poderes públicos no ha hecho otra cosa que crear desajustes enormes que, como toda burbuja, terminará por pincharse. El sistema es insostenible y esta crisis de la prosperidad estallará con toda su crudeza cuando la crisis económica depure los excesos y reajuste las malas inversiones. A diferencia de lo que nos han enseñado durante todo este tiempo, no tenemos derecho a todo sino que tendremos que ganárnoslo y renunciar a muchos de esos bienes producto de las rentas de quienes nos precedieron. Será muy duro, pero en cierto modo será un despertar tras un largo sueño inducido por la comodidad de permitir que otros decidieran por nosotros.

La responsabilidad, en último término, es nuestra por haberlo permitido; pero también está en nuestras manos la posibilidad de desatarnos y salir de la caverna platónica para mirar el mundo directamente, poniendo fin a esta vuelta a la adolescencia. Lo malo de este nuevo despertar es que la realidad es más imperfecta que las sombras con las que tratan de engañarnos; y lo bueno, que vivir consiste en sobreponerse a las dificultades superándonos día a día.

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