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Diego de Covarrubias

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Hace algún tiempo que pensaba escribirles sobre el Centro Diego de Covarrubias, una flamante iniciativa que ha puesto en marcha el economista Vicente Boceta. Con el horizonte de referencia de otras instituciones, como el Acton Institute, reúne a empresarios, profesores de universidad, filósofos o economistas interesados en ese diálogo, supuestamente complicado desde algún punto de vista, entre la actividad económica y una concepción cristiana de la vida.

Se eligió el nombre de este ilustre canonista, doctor de la Escuela de Salamanca, arzobispo de Segovia y Presidente del Consejo de Castilla con Felipe II, por unas acertadas intuiciones que escribió sobre la teoría subjetiva del valor y el precio de los bienes. Covarrubias anticiparía algunos conceptos del liberalismo económico, como la fijación de los precios en el mercado (oferta y demanda, que los escolásticos de Salamanca llamaban atinadamente "libre concurrencia"). Era hijo del famoso arquitecto de la catedral de Toledo Alonso de Covarrubias, y precisamente estamos en la antesala de los quinientos años de su nacimiento (25 de julio de 1512).

Les animo a que visiten la página web del Centro, donde explica sus objetivos, actividades, etc. Allí pueden leer cómo "los principios e ideas liberales constituyen la base determinante para un enfoque cristiano en la solución de los retos sociales, políticos y económicos de la sociedad… El liberalismo económico está íntimamente ligado al cristianismo desde sus orígenes en los autores escolásticos de la Escuela de Salamanca y es una doctrina económica plenamente coherente con las enseñanzas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Defiende una visión de la sociedad comprometida con la libertad individual, guiada por el sistema de valores en los que se basa la civilización occidental que ha demostrado ser la más libre, próspera y justa".

Entre sus más recientes actividades está un completo Ciclo de Conferencias en la Facultad de CC. Económicas y Empresariales del CEU, en colaboración con el Círculo de Estudios Jovellanos de la Asociación Católica de Propagandistas. Lo inauguró el pasado mes de octubre la profesora Cecilia Font de Villanueva hablando sobre "El origen hispano del liberalismo económico: los escolásticos de la Escuela de Salamanca". Explicaba cómo uno de los cimientos de la tradición liberal europea debe situarse en aquellos Maestros, quienes avanzaron importantes consideraciones sobre el funcionamiento de la economía (en un entorno de libertad) a partir de algunas cuestiones morales que se suscitaron en la España del Siglo de Oro. Esta reflexión es bien conocida por los lectores del Instituto Juan de Mariana, que también recibe su nombre de otro famoso doctor de Salamanca.

Sobre aquellos escolásticos también habló en noviembre el académico Juan Velarde, considerándoles precursores de una Doctrina Social de la Iglesia que no tiene reparos en admitir el mercado como cauce legítimo (y más eficaz que otras utopías comunitaristas) del desarrollo económico. Un planteamiento que, sin embargo, es visto con alguna precaución desde otros puntos de vista; por ejemplo, el doctorando del CEU, Daniel Ballesteros Calderón, ha intervenido más recientemente en estas conferencias hablando sobre los "Beneficios, tipos de interés y especulación en el liberalismo cristiano". Sostenía que el creyente debe orientar moralmente todas sus acciones, y en esa dinámica aparece como peligrosa la acumulación de riquezas. Claro; éste es un tema complejo que no vamos a resolver aquí, y que suscitó un interesantísimo debate entre los asistentes (y, en general, siempre que se plantea esa aparente controversia entre liberalismo y cristianismo, como indicaba el Vicedecano del CEU Ángel Algarra, moderador de esta sesión).

Es cierto que la teología católica ha condenado algunas proposiciones "liberales"; pero sospecho que la cuestión aquí es precisar qué se entendía por "liberalismo" en los epígonos del siglo XIX con el Concilio Vaticano I recién clausurado. Parece evidente que la moral cristiana condena a aquellos que "depositan su confianza" en las riquezas; pero no a las riquezas mismas. Entonces, ¿dónde ponemos el límite a la posesión de bienes, a los salarios, a los beneficios? Estoy convencido de que existe un ámbito de entendimiento entre la defensa de la propiedad privada o el éxito en los negocios, y las exigencias de una actitud religiosa. En mi opinión, más que buscar límites exteriores o cálculos de cifras de lo que es ser "demasiado rico", la cuestión estriba en la conciencia personal y el uso que se hace de los bienes. En aquella España del siglo de Oro esto se resolvió con bastante naturalidad a través de las fundaciones, las obras de caridad, la institución de hospitales y colegios, etc., a cuenta de benefactores. (Y obsérvese que ése fue, en cierto sentido y con otras medidas, un cauce a los objetivos de un Estado del Bienestar, de una sociedad con preocupaciones sociales pero sin tanto control gubernamental y presupuestos manirrotos). Dicho con otras palabras: un juicio moral a la economía debe apuntar más bien al modelo antropológico en el que se sustenta; el liberalismo utilitarista es, pienso, criticable precisamente si considera al hombre como un simple "útil" de placer, ajeno a valores trascendentes o a la solidaridad fraternal con sus semejantes, dotados siempre de una dignidad personal.

Termino con ese juicio de Juan Pablo II que recordaba el profesor Velarde: "Si por «capitalismo» se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de «economía de empresa», «economía de mercado», o simplemente de «economía libre»".

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