Uno de los lugares comunes en las conversaciones sobre la mala calidad de los contenidos de televisión en España es hacer referencia al programa La clave. Es curioso que un programa que, en su segunda versión, dejó de emitirse hace treinta años todavía sea el ejemplo de televisión que se recuerda mayoritariamente.
Somos muchos los que ya peinamos canas y sólo recordamos La clave por los cortes que hemos podido ver a través de internet. Y es que precisamente en nuestra juventud internet nos vino a rescatar de la dependencia de recibir a través de las ondas contenidos de calidad.
Televisión y motores de combustión
Pero internet no ha sustituido a los tradicionales medios de comunicación totalmente. No existió, por fortuna, una prohibición de la radiodifusión una vez que internet llegó a un porcentaje considerable de la población. A diferencia de con el motor de combustión, no existe ningún interés político en acelerar artificialmente el proceso (más bien al contrario), y llevamos veinticinco años de una lenta transición que está teniendo un impacto en nuestras sociedades.
La televisión se ha convertido en un medio especializado en la tercera edad y en la franja de la población que aspira a que la entretengan con el menor esfuerzo mental posible. La radio aspira a algo parecido, pero sin dejar de cumplir su tradicional misión de colar la agenda política que toque.
Esto no quiere decir que los que no consumimos televisión o radio seamos más cultos o inteligentes. Simplemente hacemos un esfuerzo ligeramente mayor por buscar contenidos en otras partes, que pueden ser igual de banales, pero sí requieren hacer algo más que encender un receptor.
Más variedad, menos cohesión
El problema con los contenidos de internet radica en su mayor fortaleza: la infinita variedad. Puedes consumir horas de contenidos sin que estos coincidan con los que consume tu vecino, tu compañero de trabajo o tu peluquero. Y el sentido de pertenencia a un grupo se resiente cuando la mitad de las conversaciones banales sobre lo que otros ven te son ajenas.
Así que los medios de comunicación de masas van perdiendo calidad al mismo tiempo que mantienen su papel de cohesionador de la sociedad. Una muy mala combinación.
Dilbert
Uno de los contenidos de calidad que algunos hemos podido consumir gracias a internet son las viñetas humorísticas de Scott Adams. Dilbert y sus peripecias en un entorno corporativo nos hacen gracia a todos los que hemos estado expuestos a dicho entorno. Empecé a seguir a Scott en Twitter justo antes de que Trump ganará las elecciones en 2016. Me llamó la atención que pese a no morderse la lengua sobre lo que se estaba viviendo en su país en esos meses, sus viñetas permanecieran al margen.
Eso le ha hecho sobrevivir todos estos años a la cada vez más habitual cancelación, pero hace una semana todo cambió; en una larga charla de dos horas en un canal de YouTube sobre la comunidad negra en Estados Unidos expresó una idea que es tabú. Solo hizo falta un video viral donde se extrae sus palabras del contexto y la amplificación brutal de los medios de comunicación de masa para que años de humor inteligente no político sean borrados del mapa.
¿Racismo?
Los razonamientos de Scott Adams durante las dos horas de conversación pueden ser más o menos acertados, pero cualquier persona inteligente puede ver que no existe racismo detrás de ellos. Aunque para eso hay que dedicar varios minutos a escuchar y algo de esfuerzo en entender. Justo lo que el público de los medios tradicionales no va a hacer nunca.
Y como son esos medios los que dictan el pensamiento comunitario, nadie se va a arriesgar a ponerse del lado de alguien al que se han declarado racista. Por lo tanto, la cancelación está asegurada.
Y sí, lo políticamente correcto y las Big tech californianas juegan un papel en todo esto. Pero a veces nos gusta más centrarnos en las nuevas amenazas y no miramos a la que hemos tenido siempre cerca.
Elon Musk
Con el tiempo el papel que juegan ahora mismo los grandes medios como cohesionadores de opinión pasará a los canales de internet que consigan tener más éxito. Esa es la lucha que se está librando ahora con un Elon Musk que ha cambiado levemente lo que estaba siendo un paseo militar de un lado del tablero. Pero con toda la atención en esta batalla es posible que estemos subestimando el papel que aún tienen que jugar los grandes medios tradicionales.
De momento estos ya se han cobrado otra víctima más. La clave pasará por saber si pasarán a la historia con trofeos menores como Scott Adams, o si los historiadores del futuro tendrán que centrar el análisis de las grandes crisis sociales de mitad de este siglo en su negativa a dejar de existir sin llevarse a la sociedad que los aupó con ellos.
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