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«Don’t worry. Yo controlo»

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De entre todos los comentarios acerca del déficit del Estado en 2011, anunciado por Cristóbal Montoro el pasado miércoles, pocos han incidido en una de las cifras más preocupantes de las expuestas por el ministro de Hacienda. La Seguridad Social acabó 2011 con déficit. Es decir, tuvo que pagar más por prestaciones (fundamentalmente pensiones) de lo que cobró a través de las cotizaciones de los trabajadores españoles.

Se suponía que el sistema era solidísimo, que todavía quedaban "30 o 40 años" antes de que llegasen los problemas y que, precisamente para adelantarse a esas dificultades, los políticos cuidarían de nosotros, acometiendo las "reformas necesarias" para garantizar su "sostenibilidad". Los defensores del sistema dirán que el déficit fue ínfimo (un 0,09% del PIB, unos 900 millones de euros). En términos de contabilidad nacional puede que no sea una cifra muy elevada, pero ese 0,09% es una de las primeras señales evidentes de que lo que nos contaron era mentira. La columna sobre la que se sostiene todo el Estado del Bienestar está completamente carcomida.

Evidentemente, todos sabemos que en unos pocos años (posiblemente en 2013, si la cosa va medio bien) los números rojos de la Seguridad Social se convertirán en negros. En cuanto la situación económica mejore un poco y aumente el empleo, también lo harán las cotizaciones y los políticos españoles podrán volver a repetir la cantinela de su solidez. Lo sorprendente de ese 0,09% no es tanto la anécdota de que haya déficit como lo mal que casa esa cifra con el discurso oficial. Aunque nos dicen que el sistema es completamente sostenible y que, con los parámetros actuales, podría mantenerse sin problemas durante tres décadas más, ya sabemos que bastan tres o cuatro malos años (muy malos, eso es cierto) para destrozar todos estos argumentos.

Lo segundo que llama la atención es el papel de la famosa "hucha de las pensiones". Ésta es una de las imágenes más queridas por los socialistas de todos los partidos. La metáfora es preciosa: una caja rebosante de dinero que nuestros políticos van acumulando por nosotros para poder tirar de ella cuando las cosas vayan mal. Sin embargo, en cuanto la situación se ha puesto un poco complicada, todo este discurso también se ha venido abajo.

El año pasado, el Gobierno decretó una rebaja de las pensiones, dentro de las medidas de recorte del gasto público necesarias para reducir el déficit. Entonces, ¿para qué está la hucha? ¿Por qué no utilizarla para evitarle ese mal trago a los pensionistas? Pues, entre otras cosas, porque el 88% de la hucha de la Seguridad Social está invertido en ¡deuda pública española! Es decir, el Estado le debe al Estado el dinero que asegura guardar para el futuro de los pensionistas. Si un empresario tratara de hacer esta artimaña contable acabaría en la cárcel. Mientras, los políticos españoles nos aseguran que, aunque todo falle, los pensionistas pueden estar tranquilos. El absurdo es tan evidente que parece increíble que sigan mintiéndonos de forma tan descarada: “No os preocupéis", dicen, "aunque el Estado quiebre y no tenga dinero para pagar sus deudas, los pensionistas pueden estar tranquilos, siempre estará la hucha que hemos guardado para ellos… que está invertida en ese mismo Estado que no tiene fondos”.

La realidad es que tenemos un sistema de pensiones que está en constante bancarrota, pero nunca llegará a quebrar del todo. La lógica política –“El sistema es sostenible”- siempre podrá defenderse: suben la cantidad que pagan los trabajadores (cada vez cotizamos más dinero durante una vida activa más larga) y cada vez reciben menos (caen las pensiones y se retrasa la edad de jubilación).

Claro, así es muy fácil: “Te prometí que tendrías que pagar cien para recibir 200… y ahora te exijo que pagues 200 para recibir 100. El sistema es sostenible”. Nunca admitiríamos de ningún otro agente un trato semejante. Sin embargo, cuando se trata del Estado jugando con el dinero de nuestra jubilación, no sólo nos obligan a aceptarlo, sino que encima parece que haya que darles las gracias por cuidar de nosotros cuando somos viejos.

Porque lo que me pone más nervioso de todo esto no es la mentira que rodea el sistema; al fin y al cabo, si le dijeran a la gente la verdad, se les caería el chiringuito. Es lógico que quieran mantenerlo en pie el máximo tiempo posible. Lo que me fastidia realmente son algunos de los argumentos con los que defienden la situación. Es algo así como: “Si el Estado no recaudase las cotizaciones en tu nombre y se guardase más de un 30% de tu sueldo cada mes, tú no ahorrarías, te gastarías todo ese dinero y cuando fueses viejito, no tendrías para poder vivir. Por eso lo hacemos, porque sois muy irresponsables y no se os puede dejar solos”.

Y esto lo dicen (lo insinúan, más bien, porque decirlo abiertamente quedaría un poco mal) los mismos que se gastan mi dinero en aeropuertos vacíos, subvenciones absurdas, ciudades de la cultura o planes e… y llevan treinta años seguidos incurriendo en continuos déficit en las cuentas públicas (tuvieron un mínimo superávit durante tres ejercicios y lo celebraban como si fuera un portento sobrenatural).

Pensaba en todo esto el otro día, cuando me encontré con una gran cita de P. J. O’Rourke, un escritor americano maravillosamente mordaz: “Dar dinero y poder a un Gobierno es como darle a un adolescente alcohol y las llaves del coche”. Es difícil definir mejor la situación. El problema es que sabemos que ese quinceañero se ha bebido una botella de whisky, va haciendo eses a 180 km/h por la autopista con el coche que nos acabamos de comprar y tiene nuestra tarjeta de crédito, sin límite de gasto, en su bolsillo. Y lo peor no es eso, lo peor es que nos están mandado un whatsapp mientras conduce: “Tranki. Todo OK. Don´t worry. Yo controlo”.

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