Pablo Pineda, que padece el síndrome de Down, es conocido por su participación en algunas series recientes de TV, y tiene el orgullo de ser el primer enfermo de estas características que ha obtenido una licenciatura en Europa. Hay muchas noticias en la red que pueden ilustrarnos sobre este tenaz estudiante, quien a pesar de su aspecto físico no sufre todas las consecuencias del síndrome. Ahora ha sido galardonado con el premio del Festival de Cine de San Sebastián 2009 al mejor actor, por su interpretación en la película "Yo también" de Antonio Naharro.
Este premio ha recibido comentarios diversos, a caballo entre el reconocimiento por el esfuerzo en una persona de estas características y la crítica sobre la cualidad técnica de Pablo como actor (¿representaba a un personaje o se representaba a sí mismo?). Pero en realidad no me interesa demasiado esta cuestión, sino otra pregunta que llevo tiempo haciéndome: ¿por qué cada vez nacen menos niños con el síndrome de Down? Lo que aplicado al caso que comentamos tiene un corolario evidente, pero molesto para expresarlo en voz alta: dentro de unos pocos años apenas existirán otros Pablos Pineda, porque a la mayoría se les interrumpe su embarazo.
Considero que tiene interés actual esta reflexión, por el también reciente Proyecto de Ley sobre el aborto que ha aprobado el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Y que, entre otras muchas reacciones, ha motivado la importante manifestación en favor del Derecho a Vivir de los embriones humanos (y no simplemente "seres vivos") que está convocada para el próximo sábado 17 de octubre.
Pero volvamos al caso Down. No hace falta ser un doctor en Lógica para sospechar que la actual ley del aborto permite una selección clínica del feto (lo que toda la vida se ha llamado eugenesia), por la que determinadas enfermedades justifican la eliminación del diminuto ser humano. Con un límite de ciertas semanas, hasta ahora, y mucho más amplio (progresista, dicen ellos) con la futura nueva Ley. De manera que no es casual la notoria disminución estadística de niños nacidos con determinadas malformaciones como el enanismo, Down, etc.
Así las cosas, resulta cuando menos paradójico que nuestra sociedad confortable y bienpensante se felicite por este logro de integración de un joven disminuido, al mismo tiempo que aprueba leyes que suprimen antes de nacer a estas personas; y todo ellos justificado por una parte importante de la opinión pública. Es de locos, la verdad.
No voy a hacer aquí una emotiva defensa de la enorme riqueza vital que aportan estas criaturitas Down en su entorno; ni el relato pormenorizado de la tenebrosa práctica abortiva en sus procedimientos cotidianos. Afortunadamente se puede encontrar muy buena información al respecto. Sin ir más lejos, buceando en los archivos de este Instituto he localizado varios artículos al respecto de Pablo Molina, Joaquín Santiago Rubio y José Carlos Rodríguez. Este último comenta con (triste) ironía una noticia de El País sobre la supuesta eficacia de la Ley del Aborto al haber reducido en un 30% el número de nacidos con esa anomalía: ¡valiente forma de curar una enfermedad ésa de liquidar antes de nacer a sus pacientes!
O, por ejemplo, no puedo evitar copiarles algunos párrafos que he encontrado en la siguiente web, y a los que apenas tengo nada que añadir. Gabie, su autora, que por cierto también ha recogido con pasmo la noticia que comenta José Carlos Rodríguez, escribe una reflexión más larga en la que explica cómo "está científicamente demostrado que la posibilidad de dar a luz un hijo con Síndrome de Down aumenta con la edad. Sin embargo en varios países de Europa se está dando una paradoja: la maternidad se retrasa pero la incidencia del Síndrome disminuye. En España se estima que en quince años se pasó de 1 caso cada 600 nacimientos a 1 cada 1000. La variación estadística, una disminución de alrededor del 30%, se explica en pocas palabras: son eliminados en el útero materno".
Y a continuación se hace todas estas preguntas: "¿Será mi hija una de las últimas de su especie? Si en países como España, con alta tasa de amniocentesis, cada vez hay menos chicos Downs; ¿que pasará cuando todo el mundo se haga el estudio y se pueda saber antes de la octava semana si el feto tiene algún problema? ¿Todos abortarán? ¿Algunos lo harán y otros no? ¿Como tomará Zoe, cuando tenga 20 años, que ya no haya personitas como ella? ¿Esto está bien? ¿Está esto mal? ¿Cómo se lo voy a explicar? ¿Lo entenderá? ¿Cuánto va a sufrir? ¿Tengo derecho a traer una persona al mundo, aunque la traiga por el amor más desinteresado que existe, para hacerla sufrir? ¿Si la naturaleza los crea no será por algo que no estamos pudiendo ver hablo más allá del amor, hablo dentro del esquema de la evolución? ¿Si me pasará lo mismo dentro de 20 años, la tendría? ¿Tenemos derecho a detener una vida? ¿Tenemos derecho a dar a luz a una persona que puede que sea única y diferente y a la que la sociedad dejará de lado? ¿Pero….. y si son estas personas únicas y diferentes las que pueden cambiar el mundo? ¿Podemos nosotros cambiar el mundo o definitivamente el mundo ya nos está cambiando? ¿Tengo que pensar desde la conciencia cristiana de la vida (y esencialmente de la católica), en las que últimamente he dejado de creer, o debo creer en la raza humana? ¿Debo creer en mí? ¿Debo creer en Zoe? ¿Debo creer en Dios o no preocuparme porque simplemente la vida sigue rodando más allá de nuestros deseos? ¿Alguien tiene respuestas…? ¿Alguien tiene otras preguntas…?"
Lo dejo encima de la mesa del lector. Desde luego que merecen mi respeto y admiración esos padres que cuidan con tanto cariño a sus hijos enfermos de Down. Luego, todos ellos dicen que reciben mucho más de lo que dan.
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