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Dugin, una rebeldía netamente antiliberal

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Uno de los rasgos más característicos de la sociedad abierta es que podemos establecer relaciones de carácter más abstracto.

Las categorías políticas están cambiando, y eso hace que resurjan movimientos políticos antizquierdistas y antiliberales, como los populismos de derecha en toda Europa. La izquierda también muta, y nos ofrece nuevas tiranías, que ya no tienen que ver con el reparto de la riqueza sino con la pretensión de borrar ciertos rasgos de la persona e introducir otros; es una programación social basada en la reprogramación de cada individuo para convertir a cada uno de nosotros en un modelo de modernidad. 

En este contexto, Alexandr Dugin se ha convertido en uno de los intelectuales del momento. Entiende la política en términos de lucha contra la modernidad. Y, como dice en una gran entrevista que le hicieron hace casi un año Clara Ramas y Jorge Tamames, y que voy a citar in extenso, “creo que el liberalismo es la esencia de la Modernidad; el comunismo y nacionalismo, que son anti-liberales, pertenecen también a la Modernidad, pero representan su tendencia menos moderna”. 

¿Qué es el liberalismo para Alexandr Dugin? “Representa para mí la liberación del ser humano de todas las formas de identidad colectiva: empezó con la religión, los estamentos, las naciones, el género y, en su última fase, la liberación del ser humano de sí mismo como identidad colectiva, a través del poshumanismo y la inteligencia artificial”. 

Entiende el liberalismo como deshumanización, como la idea que elimina del ser humano las características que le han hecho tal, y que tienen que ver con su cultura, con sus relaciones personales, con la división del trabajo familiar, y substituyese a esos individuos reales por otros con características que no le son propias, con relaciones artificiales, como las que son propias de la ciudad (“creo que la ciudad es la Bestia, el Anticristo: el capitalismo”), del consumismo, y demás. 

Dugin quiere recuperar “todos los vínculos naturales, las relaciones personales orgánicas que son posibles en la vida del campesino se destruyen en la ciudad”. En definitiva, Dugin, como muchos otros, se pone nervioso en cuanto la sociedad alcanza un grado de complejidad que supera su propio entendimiento. No es una incapacidad intelectual; sería absurdo achacársela a un hombre que habla quince idiomas, sino moral.

Uno de los rasgos más característicos de la sociedad abierta es que, junto con las solidaridades “naturales” como son el país, las asociaciones intermedias o la familia, podemos establecer relaciones de carácter más abstracto, que permiten una colaboración entre quienes, de otro modo, incluso hubiera rechazado saludarse. Eso es lo que rechaza.

Por eso recurre al concepto de Heidegger de dasein, de estar-en-el-mundo, pero en un mundo fácilmente aprehensible, visto con los ojos de un niño, un amish, o un populista. Para Dugin, Occidente ha decidido no ser, dejar atrás .

Esto tiene relación con una dicotomía muy importante, la de pueblo y sociedad. La idea de “sociedad” es más abstracta que la de “pueblo”, que está imbuida de historia y, según lo ve Dugin, de ruralidad. Los campesinos, como categoría histórica, fueron “aniquilados durante la Revolución francesa, que comprendía la democracia sólo como ciudadanía”.

Dugin no distingue entre las relaciones que, trabadas de forma voluntaria, superan el círculo más inmediato, y la ruptura de las solidaridades e identidades naturales forzada desde el poder, dentro de lo que conocemos como “política identitaria”. 

Y, en perfecta congruencia con todo ello, este intelectual propone reunir parte de lo peor de las tradiciones políticas actuales en una lucha denodada contra lo que él entiende que es el liberalismo: “La lucha contra el liberalismo no pasa por ser de izquierdas o de derechas, sino por constituir un bloque contra-hegemónico apoyado en la noción de ser humano”. Un bloque que recoge el nacionalismo y comunitarismo de derechas (acusa al liberalismo de racista quizá para hacer perdonar un racismo apenas reprimido en su concepción del mundo), y también la vieja izquierda que buscaba redistribuir la riqueza de los ricos a los pobres, que en su mentalidad es de la ciudad al campo. Es lo que llama “populismo integral” y que tiene su plasmación en el acuerdo entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas, en Italia. 

Cuando el instinto tribal sale a borbotones por la boca de un hombre que habla decena y media de idiomas, es complicado ofrecer una respuesta intelectual que le pueda ser útil. Y el carácter voluntario de los acuerdos que conducen a realidades complejas, como es la de una ciudad, no parecen seducirle. ¿Qué puede ofrecer el liberalismo al territorio irredento del populismo? Creo que puede señalar que lo que amenaza las relaciones verdaderas es el poder del Estado. Y que la pretensión de engrandecerlo para controlarlo desde la derecha es fútil e infantil. 

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