Salvo por las palabras de su líder contra "los irresponsables depredadores", el resto del evento y la propia alocución de Ed Miliband no tuvieron mayor trascendencia. Reiterativo en sus palabras, insistió en el aumento de la regulación como fórmula para la recuperación económica. Apenas si hubo referencia a la realidad política internacional y a escenarios muy concretos, como Siria y Libia. Consecuentemente, no debe extrañarnos que las mayores ovaciones las recibiera cuando arremetió contra la coalición de gobierno entre tories y liberales-demócratas.
Un año después de haber ganado a su hermano de forma apretada, se presentaba ante los suyos. Tenía ante sí una tarea complicada ya que su victoria en las primarias no implicó consenso, sino más bien que, a partir de ese momento, su política podría estar influida por los sindicatos, cuyo voto fue decisivo para catapultarlo a la cúspide del Laborismo. En este sentido, han sido "las Unions" quienes más han alabado su figura, señalando que se había comportado como un "político veterano, con coraje, convicción y honestidad".
Sin embargo, aunque ha tratado de "ser el mismo", de ahí su afirmación "yo no soy Tony Blair ni tampoco Gordon Brown", lo cierto es que sus ideas y argumentos recuerdan más a los años setenta del Labour Party que a la renovación iniciada tras la derrota de 1992 frente a John Major. Asimismo, en ese deseo de buscar una personalidad propia ha caído en la ambigüedad, de tal modo que, cuando se le preguntó si su partido había virado a la izquierda, lo negó y afirmó que seguirían siendo una formación "pro-empresarios" (pro-business) pero también "pro-productores" (pro-producers) sin aclarar las diferencias y la línea de separación entre ambos conceptos.
En Liverpool, Ed Miliband ha seguido por los mismos derroteros de los 12 meses anteriores. Búsqueda del titular fácil pero de escaso contenido. Su estrategia parece consistir en apelar al lenguaje de izquierda, más bien radical, como arma para combatir la crisis económica en cuyo análisis de sus causas entonó un "a mi que me registren que no he sido". Para ello, criticó la forma en que el propio laborismo había gestionado la economía del país en los años previos, ofreciendo una explicación genérica: "el Labour Party perdió la confianza de la economía, bajo mi liderazgo, recuperaremos esa confianza".
Se trata de un modus operandi que ya vimos con el tema de los estudiantes y que más tarde se repitió con motivo de los disturbios de Londres del pasado agosto. Entonces, mientras David Cameron optó por un discurso bien argumentado y que enlazaba con los cimientos tradicionales de la filosofía del partido (especialmente por la apelación al binomio responsabilidad-libertad), Miliband prefirió rescatar aquella parte de la filosofía de su partido, justo la que Blair enterró, en función de la cual el hombre siempre es bueno y es la sociedad, o el contexto social en que le toca vivir, el que le hace malo. Una forma como otra cualquiera de ofrecer excusas para eludir la responsabilidad y la obligación personal.
Como vemos, Ed Miliband se decanta, como estrategia para retornar al número 10 de Downing Street, por practicar un discurso antagónico al del gobierno. Con ello, los únicos réditos que quizás pueda obtener sean procedentes de votantes liberal-demócratas descontentos, pero ¿alcanzarán para volver a ser el partido natural del gobierno, como en aquellos maravillosos años de la Tercera Vía? Creemos que no. Por ello, decir "no me gustaría ser responsable de hacer promesas que no puedo cumplir. Ese es el trabajo de Nick Clegg" es un brindis al sol que no aporta idea política alguna.
Sin ir más lejos, en la etapa final de su mandato, Gordon Brown hizo algo parecido y no le sirvió, como tampoco le valió en 1983 a Michael Foot frente a Margaret Thatcher. El electorado británico prefiere la alternancia de caras (partidos) a la de credos y cuando estos últimos hunden sus bases en los fundamentos más arraigados de la izquierda demagógica y radical, los rechaza sin contemplaciones.
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