Parece que en los últimos tiempos el separatismo propugnado por los políticos catalanes está acelerando su eclosión. Lógicamente, en torno al fenómeno proliferan los debates de todo tipo, desde administrativos y filosóficos, hasta deportivos (¿podría jugar el Barça la liga española?), y, por supuesto, económicos.
Como suele ser el caso, los análisis económicos se utilizan como arma arrojadiza de unos a otros. Unos dicen que será catastrófico para España y Cataluña (los patriotas españoles), y otros dicen que será maravilloso para Cataluña, y no les preocupa lo que pase a España (los patriotas catalanes). Y, sin embargo, la praxeología proporciona una herramienta potente y de resultados poco discutibles para tratar de anticipar los efectos económicos de dicho fenómeno, ceteris paribus, esto es, si nada más cambiara.
La deducción es bastante trivial, por cierto. Si no cambia nada más, la independencia del territorio catalán del estado español carece de efectos económicos significativos. Los individuos sitos en territorio catalán seguirían comerciando con los individuos de otras partes del territorio español prácticamente en idénticas condiciones a las actuales. Evidentemente, habría un fenómeno marginal ocasionado por patriotas españoles, que, ante la independencia, evitaran comprar productos de origen catalán. Pero, si estos productos son realmente mejores (y eso asumiendo que los individuos quieran dedicar tiempo a aislar el origen de los productos que compran, lo que tampoco sería trivial), en el medio plazo no se notaría mayor efecto, y más en un entorno de crisis donde la gente está para pocos caprichos.
Entonces, ¿de dónde salen las previsiones catastróficas que se suelen manejar tanto para Cataluña como para España de tal independencia? Evidentemente, de que tal independencia sí traería cambios, pero no cambios en las preferencias de los individuos, sino cambios en el comportamiento de los Estados involucrados.
Por ejemplo, se plantea implícitamente que el Estado español crearía fronteras en torno al estado catalán, castigando los productos de este origen, y dañando así la economía de los separatistas. Efectivamente, si tal se hiciera, se pondrían obstáculos al movimiento de recursos entre ambos territorios, lo que resultaría perjudicial y hasta catastrófico para españoles y catalanes. Pero ¿por qué habría de hacer el Estado español tal tontería? ¿Contaría con el apoyo mayoritario de los españoles?
Otra amenaza es que se fragmentara el mercado español por diferentes regulaciones en el territorio catalán y en el español. Pero, como muchos economistas ya han denunciado, tal ruptura de mercado existe ya en la actualidad. Es cierto que se podría agudizar, pero resulta difícil imaginar que ello nos pueda llevar a un nivel de catástrofe superior al que tenemos en la actualidad.
Más posible es que el nuevo estado catalán, viendo los precedentes históricos recientes y los intereses de la clase política catalana, opte por incrementar la presión fiscal de sus ciudadanos. Eso sí sería catastrófico para los catalanes, pero no se puede deducir de forma directa de la independencia.
Pudiere pasar justo lo contrario (obsérvese el uso del futuro de subjuntivo para transmitir la baja probabilidad a mi entender de tal evento), y que el nuevo estado catalán bajara los impuestos y liberalizara los mercados, entre ellos el laboral, cosas que se niega a hacer el Estado español hasta el momento. En ese caso, la independencia habría sido una bendición para el ciudadano catalán, y el aumento en la generación de riqueza de Cataluña posiblemente se trasladaría al ciudadano español, vía mejores precios y productos catalanes.
Es más, la pérdida de poder de cada uno de los nuevos estados respecto al actual (por disminuir su ámbito territorial) puede resultar positiva para la economía de ambas zonas. Una forma en que ello se podría producir sería, por ejemplo, mediante competencia fiscal, algo a lo que hasta ahora la Cataluña se ha negado con todas sus fuerzas, usando al estado central para forzar cierto tipo de colusión entre CCAA.
En resumen, los efectos teóricos sobre la economía de la mera independencia de Cataluña son neutros o incluso positivos, por la pérdida de poder de cada estado. Ahora bien, eso solo ocurriría si los Estados resultantes no hicieren el burro (y uso de nuevo el futuro de subjuntivo).
Así que mi recomendación es que se permita la independencia de Cataluña sin ningún tipo de medida disuasoria, que, ésta sí, podría dañar catastróficamente nuestra economía. Que no solo se permita la independencia de Cataluña, sino la de cualquier territorio, no importa su tamaño o configuración. Llevado al extremo, que se pueda independizar del Estado cualquier individuo que así lo desee.
Ojalá no quede el poder de independizarse, como tantos otros, solo en los políticos.
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