Los seres vivos son agentes que operan en la realidad física, emplean recursos escasos, y guían su conducta mediante mecanismos cognitivos que incluyen distinciones y valoraciones acerca de cosas, estados, eventos y acciones (sensibilidad, preferencias, emociones, sentimientos).
Un agente puede hacer cosas exclusivamente para sí mismo (egoísmo), o puede hacerlas por el bien de otros (altruismo): conseguir comida para mí o para otros; protegerme a mí o defender a otros; aprender algo solo para mí o compartir el conocimiento. En un acto altruista un agente proporciona un beneficio a otro asumiendo un coste o un riesgo para sí mismo: un animal entrega alimento a otro (que él ya no puede consumir) o se pone en peligro para defenderlo.
El agente que se ocupa exclusivamente de sí mismo, que dedica todos los recursos disponibles a su propia supervivencia y desarrollo, tiene en principio ventajas evolutivas sobre el agente que asume costes en favor de otros; y los receptores de ayuda ajena tienen ventaja sobre quienes no reciben ninguna ayuda.
El altruismo unilateral e indiscriminado, de un agente que da a todos pero no recibe de nadie, es prácticamente imposible porque los agentes que lo intenten tienden a extinguirse, a eliminarse a sí mismos en la competencia evolutiva por la supervivencia: los parásitos o gorrones, que reciben sin dar, proliferan a costa de los ingenuos sacrificados, que dan sin recibir.
Puede existir el altruismo cuando es selectivo o recíproco: cuando se limita a ciertos beneficiarios de forma discriminatoria y excluyente; o cuando el altruista da pero también recibe. Frecuentemente la selectividad y la reciprocidad aparecen juntas: el agente ayuda a aquellos de quienes a su vez recibe ayuda.
La forma más esencial de altruismo selectivo sucede cuando un agente ayuda a otro agente idéntico o muy semejante: el beneficiario y el benefactor son elementos de la misma clase. Las especies cuyos miembros no sólo se mantienen a sí mismos de forma independiente sino que se ayudan unos a otros pueden ser especialmente exitosas o incluso dominantes. Los componentes de la especie deben alcanzar un compromiso sobre cuántos recursos dedican a su propio mantenimiento y cuántos a ayudar a otros, sopesando beneficios y costes.
Un caso particular especialmente importante de este altruismo selectivo es la reproducción, la generación de nuevos miembros o copias de la especie. Los organismos progenitores dedican algunos recursos (inversión parental) a la producción de las crías: estos recursos pueden ser mínimos, como una célula a partir de la cual el nuevo organismo debe valerse por sí mismo; o mayores, cuando los progenitores cuidan de los vástagos durante algún periodo de crecimiento y desarrollo hasta su madurez. Mediante la selección de parentesco los genes programan cerebros que ayudan a otros organismos con los mismos genes, por lo general sus hijos o parientes cercanos. La relación entre padres e hijos es por lo general asimétrica: la ayuda sólo fluye de padres a hijos.
El altruismo recíproco o cooperación sucede cuando un organismo es beneficiario y benefactor: ayuda a algunos pero también recibe ayuda de otros, asume costes que le compensan porque también recibe algún beneficio mayor y su resultado neto es positivo.
La entrega y la recepción de ayuda pueden ser simultáneas, inmediatas, como en un intercambio presente de bienes o servicios o el reparto de lo obtenido con un esfuerzo común; o pueden ser diferidas en el tiempo. La reciprocidad puede ser directa (entre dos organismos que intercambian sus papeles como benefactor y beneficiario) o indirecta (un organismo ayuda a otro pero recibe ayuda de otro diferente).
En el altruismo diferido el primer benefactor corre el riesgo de que su beneficiario no le devuelva el favor en el futuro, o que le devuelva algo menos valioso. Para evitar a los parásitos y colaborar sólo con los buenos cooperadores es conveniente ser capaz de distinguir y recordar (percepción y memoria) qué otros individuos son honestos y cuáles son tramposos, para concentrarse en cooperar con los buenos y evitar a los aprovechados. Los individuos pueden utilizar señales que comuniquen buena reputación, capacidad y buena voluntad como cooperadores; el lenguaje permite compartir información sobre experiencias pasadas exitosas o fracasadas con diferentes agentes (quién es buen o mal cooperador).
El altruismo indirecto sucede en grupos delimitados de cooperadores que existen porque proporcionan mayor seguridad y capacidad de acción a sus miembros: el beneficiario contribuye algo a alguna causa común (defensa del grupo, ayuda a necesitados) de la cual también se beneficia (inmediatamente o cuando lo necesite). El grupo precisa, para ser eficiente en la competencia con otros grupos, mecanismos de supervisión que vigilen que los elementos no sean una carga neta: el grupo puede seleccionar a sus miembros, filtrando a posibles candidatos para que no se infiltren parásitos o expulsando a los elementos nocivos. La pertenencia al grupo implica obligaciones y derechos de ayuda para todos los miembros: la conducta individual se regula para fomentar la cooperación y evitar la competencia destructiva.
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