Como todas las demás conductas de un organismo, el comportamiento egoísta o altruista se controla y decide mediante mecanismos o capacidades de cognición y generación de valoraciones que son resultado de la coevolución adaptativa de múltiples seres vivos en interacción.
Las capacidades cognitivas permiten a cada organismo reconocer y distinguir a otros individuos y así poder practicar el altruismo selectivo (con parientes) o recíproco (con otros cooperadores). Las capacidades cognitivas son limitadas e imperfectas: existe la posibilidad de cuidar por equivocación de un organismo no emparentado creyendo que es una cría propia, o ayudar a un agente que en realidad no es un buen cooperador o no es miembro de un grupo de ayuda mutua pero pretende serlo. Este error puede ser provocado por algunos parásitos, que intentan aprovecharse de los mecanismos altruistas haciéndose pasar de forma engañosa como parientes o miembros del colectivo, mimetizándose con ellos, adquiriendo rasgos superficiales identificables que confundan a los benefactores; estos a su vez pueden desarrollar defensas para no ser engañados: la evolución produce carreras de armamentos entre sistemas de detección y sistemas de engaño.
Las valoraciones de los agentes son subjetivas en el sentido de que son generadas por cada individuo y dependen de sus características y circunstancias particulares. Pero estas preferencias no son arbitrarias: surgen evolutivamente mediante generación de variantes y retención de las versiones exitosas, de modo que las valoraciones de los agentes supervivientes tienden a reflejar cálculos inconscientes acertados de beneficios y costes, directos e indirectos, para el individuo y para sus semejantes. El placer y el dolor tienden a reflejar lo adecuado y lo inadecuado para la vida, son señales de valor biológico.
Las valoraciones son generadas por la estructura y la actividad del cerebro de cada organismo, las cuales dependen de influencias genéticas y ambientales (historia y circunstancias particulares de cada individuo, cultura común). En organismos sociales con sistemas cognitivos sofisticados las preferencias pueden generarse dinámicamente de forma interactiva y recursiva: cada individuo puede influir sobre las valoraciones de los demás y a su vez forma sus preferencias teniendo en cuenta influencias ajenas.
Algunos seres vivos son individualistas, no cooperan en grupos sociales. Prefieren vivir solos, no desean compañía ni la necesitan. Pueden ignorar a otros organismos o percibirlos como oportunidades (comida) o amenazas (depredadores o competidores por recursos escasos como el territorio).
Algunos sujetos cooperan simplemente porque valoran más lo que reciben que lo que dan: es posible construir evolutivamente agentes con preferencias puramente egoístas que cooperen solamente porque comprenden el posible beneficio de ciertos intercambios, sin necesitar de preocuparse por el bienestar ajeno. Pero el intercambio pactado de forma explícita requiere una cognición avanzada y capacidades lingüísticas que no están al alcance de todos los seres vivos.
La cooperación estable entre organismos puede conseguirse si las valoraciones de un agente consideran el bienestar de otros individuos (o simplemente provocan conductas que benefician a otros): relaciones de amor, amistad, filantropía. Los sentimientos de unos por otros (o por el grupo) fomentan la construcción de agregados estables basados en relaciones fiables.
La acción altruista puede conseguirse mediante mecanismos emocionales que generan bienestar psíquico o placer al ayudar, o que producen malestar o remordimientos si no se ayuda: las valoraciones de un agente tienen en cuenta las necesidades y preferencias de los demás, de modo que este disfruta al hacer algo por ellos, o sufre si no lo hace (empatía). Una emoción básica que genera comportamiento altruista es el amor de los progenitores por las crías, que los motiva a cuidarlas hasta su madurez. Estos afectos pueden extenderse a la pareja reproductiva o a otros cooperadores miembros de un grupo de asistencia mutua (amigos, camaradas).
Es posible construir altruistas ingenuos que den sistemáticamente a todos sin condiciones y sin recibir nada a cambio y disfruten al hacerlo, pero esto tiende a disminuir sus propias posibilidades de supervivencia y se autoeliminan rápidamente. Los procesos de decisión de la conducta altruista deben considerar los costes para quienes la proporcionan y los beneficios para quienes la reciben (y si se trata de altruismo recíproco o intercambio, esos mismos elementos con los roles invertidos). Los sentimientos que motivan la conducta altruista discriminan según el estado de necesidad del receptor, la capacidad del donante y la relación entre ambos (parentesco, pertenencia al mismo grupo, posibilidad de reciprocidad).
Los receptores de ayuda pueden intentar estimular las conductas generosas de otros: las crías parecen adorables y encantadoras, o activan mecanismos de angustia y preocupación en sus progenitores (llantos); algunos miembros del grupo se presentan como necesitados, dan pena (mendigos). Los potenciales donantes pueden intentar defenderse de las influencias ajenas modulando su sensibilidad para no ser parasitados por hábiles manipuladores: crías que exageran su necesidad, vagos que se presentan como víctimas.
Algunos actos altruistas, especialmente los asimétricos entre progenitores y crías, se basan fundamentalmente en la satisfacción psíquica del donante, quien no espera recibir nada a cambio además de las manifestaciones de amor por parte de las crías, que refuerzan el placer, fortalecen los sentimientos y estabilizan la relación. Pero en el altruismo recíproco debe haber sentimientos y actos complementarios en ambos sentidos: el receptor agradece la ayuda y se siente obligado o en deuda con el donante, de modo que intenta devolver el favor para mantener la relación cooperativa y no aparecer como una carga neta para los demás.
Surge entonces el problema de cómo estimar el valor de los bienes o servicios entregados y recibidos. Para que las relaciones de cooperación sean simétricas y de mutuo beneficio, y aunque las valoraciones individuales sean subjetivas, los grupos sociales intentan de algún modo conseguir referencias comunes que sirvan para estimar cómo saldar satisfactoriamente deudas pendientes (valores objetivos o intersubjetivos, criterios de justicia que sirven también para compensar por daños causados). Los pactos contractuales formalizan las relaciones de cooperación especificando qué debe cada parte entregar y recibir, pero estos no siempre son posibles o deseables (tienen costes de transacción y pueden debilitar los vínculos emocionales).
Los organismos inteligentes capaces de distinguir a otros individuos y recordar su historia de relaciones pueden asignarse unos a otros un estatus o reputación (positiva o negativa) como cooperadores. El agente altruista cuya acción es percibida y valorada por otros está invirtiendo en su capital social, el cual puede proporcionarle beneficios futuros: para conseguir esto la acción debe ser conocida de algún modo (no ocultada) y valorada positivamente (no vale cualquier acción).
La dinámica de la gestión de la reputación es compleja. Los miembros de un grupo intentan influir sobre los demás para obtener beneficios, para conseguir su ayuda, para orientar la acción ajena (individual o colectiva) según sus preferencias e intereses; y lo hacen de forma parcialmente honesta y parcialmente tramposa, engañando si creen que no serán descubiertos, y evitando en lo posible ser engañados o manipulados (hipocresía natural).
Los individuos envían (consciente o inconscientemente) señales a los demás intentando mostrar que son buenos cooperadores para mejorar su reputación o estatus moral en el grupo, enfatizando los sacrificios propios y los beneficios para otros. Pero las señales pueden manipularse y el lenguaje permite la mentira y la distorsión: es posible exagerar las aportaciones propias (o minimizar las de los competidores), o fingir necesidad y presentarse como víctimas.
Además las señales demasiado obvias o directas pueden estar mal vistas, pueden generar tensiones y envidias: cada individuo intenta entonces fomentar su propia reputación sutilmente (quizás de forma indirecta mediante afiliaciones o alianzas con otros que tengan prestigio y que hablen bien de él), dentro de un marco de sentimientos y normas morales que fomentan la humildad y disuaden contra la ostentación para evitar excesivas desigualdades y fricciones dentro del grupo (resentimiento de los fracasados frente a los triunfadores).
Las acciones tienen intenciones y resultados. Un agente puede tener intención de ayudar, pero los resultados de su acción pueden ser nocivos para los receptores (daños inmediatos, generación de dependencias), porque tienen valoraciones diferentes o porque el agente no controla por completo las consecuencias concretas de su acción.
Además de las acciones altruistas, existen conversaciones sobre dichas acciones y sobre el altruismo en abstracto. Los agentes pueden presentar sus acciones como bien intencionadas, desinteresadas; la gente habla del altruismo, lo promueve, lo valora positivamente, asegura que pretende lo mejor para todos: así intentan mejorar su imagen, su estatus moral, con muy poco coste (hablar suele ser mucho más fácil que actuar con éxito); y al promover el altruismo cada uno intenta fomentar que los demás tengan conductas altruistas, de las cuales eventualmente pueden obtener algún beneficio como receptores de los efectos de las mismas.
Las conductas altruistas, inicial o fundamentalmente instintivas, pueden reforzarse mediante herramientas culturales como mitos o ideas religiosas que indican conductas a imitar o evitar y que suelen incluir incentivos y desincentivos para las mismas (premios y castigos, promesas de vida eterna y placentera para los buenos cooperadores, dolor infernal para los egoístas).
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