Colombia está sumida en una crisis patente. Nada nuevo bajo el sol ahí. Económicamente, el último dato de crecimiento 0,6%, aunque no debería sorprender a nadie. Lo único que ha hecho el gobierno de Petro, hasta la fecha, es dejar clara su intención de asfixiar buena parte del esfuerzo privado por superar la pobreza, lo cual, junto con el efecto regresivo de medidas regulatorias que se tomaron durante el gobierno pasado, hace más palpable la sensación de desesperanza.
Por otro lado, la inmensa mayoría de los habitantes del país se siente a la merced de los criminales comunes -empresas criminales que desafían el monopolio de expropiación del mismo Estado, que cada vez crecen más en número y en coraje. Ello se puede entender, por un lado, por la incapacidad de los individuos de defenderse privadamente -al no haber servicios privados de seguridad efectivos y estar muy restringido el porte de armas; y, por otro lado, porque está terminando ser más atractivo, para cada vez más individuos, conseguir riqueza más arrebatándola que creándola. Ante este estado de cosas, los colombianos comienzan a mirar hacia los otros países, dentro de América Latina, donde se estén experimentando con estrategias nuevas para combatir uno o ambos problemas.
Colombia y la seguridad que no es
No creo que sean tan solo una impresión, sino más una realidad, que es solo una minoría la que se pregunta ¿quién será el Milei Colombiano? ¿Quién es capaz, con una alta comprensión de qué es el mercado, cómo funciona, cómo se le ofusca y cuáles son los efectos de hacerlo, y cómo se echa reversa con tales medidas para comenzar a prestarle atención en el momento que decida comenzar a hablar? Yo, sinceramente, y con pesar, creo que no hay un Milei colombiano -al menos no por ahora.
Para los colombianos, según creo, un personaje como Milei no es tan urgente, puesto que Colombia no es Argentina -aún. No creo que Javier Milei hubiera tenido el avance y la captación de atención tan alta de los individuos sin una inflación como la que ha tenido Argentina, casi que rayando en hiperinflación; ni tampoco sin un estancamiento económico tan generalizado como el que ha venido teniendo ese país desde hace décadas. En Colombia, me atrevo a decir, la preocupación más grande en la mente de los individuos es la de la seguridad. Mejor dicho, la falta de ella en las calles, al interior de las casas, en las ciudades, en las áreas rurales, en todas partes.
Restaurar la seguridad
Es bastante común, ante el aumento del crimen en las ciudades, que cualquier porte de cualquier tipo de bienes, celulares, relojes, etc., está asociado una relativamente alta probabilidad de expropiación privada. El avance de diferentes grupos subversivos también promete en el futuro cercano mayor cantidad de desplazamiento forzoso. Creo que ante esto la pregunta que se hacen los individuos, no siendo quién será el Milei colombiano, es acerca de quién será capaz de utilizar al Estado de la manera más efectiva posible para limitar y reducir la violencia privada en Colombia.
Lo que la gente se pregunta en las calles es quien será el deux ex machina, que a última hora y con trompetero triunfo, llegará a restaurar la tranquilidad de poder volver a recorrer las carreteras sin miedo a ser secuestrado; o de salir a caminar sin ser atracado. Ante esto, la gente se pregunta ¿quién será el Bukele colombiano?
El Salvador de Bukele
Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019. Lo conocemos por su estilo carismático, su enfoque juvenil en las redes sociales y su imagen de líder joven y moderno. Antes de su presidencia, fue alcalde de la ciudad de San Salvador, donde implementó programas de seguridad y desarrollo urbano. Bukele, a todas luces un populista, ha generado controversia por sus acciones, incluyendo enfrentamientos con el poder judicial y el uso de la fuerza militar para abordar la criminalidad.
Después de un año de estado de emergencia, durante el cual el Estado tiene la facultad de restringir los derechos de asociación, intervenir en las comunicaciones telefónicas y detener a sospechosos durante largos períodos sin presentar cargos, la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes ha experimentado una drástica disminución, pasando de 35.8 en 2019 a 7.8 en 2022. Y sin extrañarnos mucho, durante este mismo período, la cantidad de personas encarceladas ha aumentado significativamente, pasando de 39,646 en 2018 a 97,525 en 2022.
Reducción de los homicidios en un 78%
Esa reducción de los homicidios en una nada despreciable tasa de ca. 78% ha sido el resultado de un ambicioso plan por parte de Bukele, habiéndolo puesto en marcha casi inmediatamente desde que llegó al poder. La clave ha sido la movilización de recursos. En las primeras etapas, el plan de seguridad de Bukele logró obtener suficiente apoyo para movilizar los recursos necesarios, mediante prácticas cada vez más autoritarias. Por ejemplo, desde las elecciones legislativas de 2021, Bukele ha asegurado el control de al menos 64 de los 84 escaños de la Asamblea Legislativa, lo que le ha permitido aumentar considerablemente el gasto en seguridad sin encontrar mucha resistencia. Además, Bukele tiene influencia sobre la Corte Suprema de Justicia, lo que le ha permitido, al menos temporalmente, evitar posibles acusaciones relacionadas con la implementación de su plan de seguridad.
Específicamente, la administración de Bukele ha aumentado el gasto en seguridad pública y defensa nacional de un promedio anual de 573,136,399 dólares durante el gobierno de Salvador Sánchez Cerén, a 838,450,000 dólares, lo que representa un aumento del 46.39%. Este incremento es aún mayor si se tiene en cuenta el despliegue reciente de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública.
Lo que se espera de un Estado: producción de seguridad
Que un Estado, como El Salvador traslade, a los males, el consumo privado al consumo de factores de producción para la producción de defensa en sus manos, y que con ello disminuya lo que se conoce como crimen común, no debe ser una sorpresa.
La seguridad es uno de los monopolios más caros del Estado y no lo es de manera gratuita. Es más, al Estado lo podemos concebir como el monopolio de la violencia -una definición ampliamente aceptada dentro del libertarismo. No es más que eso el Estado: un grupo minoritario de individuos que, por medio del monopolio de la fuerza que ha ganado, extrae riqueza de la mayoría de los individuos que componen la sociedad, contando, como mínimo, con la aceptación pasiva y resignada de esta mayoría.
Con la única excepción, quizás, de la creación de los EE. UU., ningún Estado fue creado para producir bienes públicos, para controlar externalidades o para subsidiar agonizantes bailes populares que claman por morir. A pesar de todas las teorías que justifican la existencia del Estado como condición de producción de ciertos beneficios a los ciudadanos, ningún Estado se ha creado para producir tales beneficios. Por el contrario, el Estado fue creado como medio de gobierno sobre los individuos, posibilitando la extracción forzosa de recursos de sus bolsillos.
¿Una realidad hobbesiana?
En el desorden descrito por Hobbes, donde el derecho natural de los hombres es de controlar todo aquello que deseen, la vida se convierte en una guerra de todos contra todos, desagradable, brutal y breve. Los fuertes dominan a los débiles, arrebatándoles todo lo que tienen las víctimas, pero los propios fuertes no prosperan en la anarquía hobbesiana porque hay poco que tomar. Nadie produce cuando el producto seguramente será arrebatado de ellos. Incluso bajo condiciones más ordenadas que la escena hobbesiana, la depredación tiene un beneficio limitado porque las personas que han acumulado activos resisten por la fuerza a quienes intentan saquearlos, y las batallas resultantes consumen los recursos tanto de los depredadores como de las víctimas.
La bandolería desorganizada produce una situación en la que nadie prospera porque nadie tiene incentivo para ser productivo. Si los depredadores pueden organizarse, pueden evolucionar hacia pequeñas mafias que puedan ofrecer cierta protección a sus clientes. Esta evolución creará una sociedad más productiva, con más ingresos tanto para los depredadores como para sus presas, pero las mafias tendrán que limitar su toma para que este resultado se produzca. Si la mafia puede asegurar a sus clientes que, a cambio de un pago, estarán protegidos de otros depredadores y se les permitirá conservar una parte sustancial de lo que producen, la producción aumentará y los ingresos de todos podrán aumentar. Sin embargo, las pérdidas debido a las rivalidades entre mafias seguirán siendo soportadas, ya que las mafias competidoras tienen incentivos para saquear a individuos que no contratan con ellas.
Al Estado por la mafia
Si las mafias se organizan aún mejor, pueden establecerse como un Estado. Los depredadores tienen todo el incentivo para pasar de operar como bandidos a operar como Estados, porque los bandidos no pueden garantizarse a sí mismos un flujo de ingresos a largo plazo proveniente de la depredación y porque si la bandolería es desenfrenada, las personas tienen poco incentivo para producir riqueza. Los Estados intentan convencer a los individuos de que limitarán su toma y que protegerán a sus ciudadanos para proporcionar un incentivo a esos ciudadanos para producir. Los Estados reciben más ingresos que los bandidos porque aquellos pueden permanecer en un lugar y recibir un flujo constante de ingresos en lugar de arrebatar una vez y luego marcharse. En tal situación, los individuos también ganan- de alguna manera.
En resumen, el monopolio que tiene el Estado sobre la producción de seguridad es tan solo el resultado de un proceso mediante el cual, la banda criminal del Estado se ha hecho de suficientes medios para proteger a sus súbditos de la competencia en la expropiación de otras bandas criminales, disminuyendo la probabilidad de que los ingresos por este medio disminuyan en el futuro. El monopolio que tiene el Estado sobre la producción de seguridad está diseñado para disminuir las unidades marginales de crimen, para que solo haya un solo crimen sistemático, con un solo oferente.
El Salvador: la certeza de una menor libertad
Así, siendo la vocación del Estado, y de quién esté a su mando, la de aumentar la seguridad estatal para eliminar la competencia en el expolio de riqueza creada por la mayoría, Nayib Bukele ha hecho honor al papel -recreándolo con estelar carisma. No siendo ajeno a lo atractivo de aumentar impuestos -con la excepción de cortarlos a innovaciones tecnológicas, lo cual seguramente tendrá que ver con aplicaciones de iPhone y demás- el ingreso corriente tributario con Bukele ha pasado de ser el 18,1% del PIB al 19,4% en el 2021 (siendo el de Colombia al 2021 un 14,4%).
El papel creciente de la intervención del Estado de El Salvador, sobre todo halado por el incremento en el gasto público dedicado a la producción de seguridad -con lo cual, lógicamente, con más afán pagan los individuos sus impuestos- se ve reflejando en la disminución de su libertad económica. Así, en el último índice de libertad económica de Heritage Foundation, Bukele “el salvador” ha logrado disminuir el puntaje del país de 61,8 a 56 (siendo el de Suiza, que se tiene por más libre, un 83.8; y Colombia, 63,1).
¿Quién será el Bukele colombiano en las próximas elecciones?
Ante todo, nos resta, entonces, contemplar la pregunta que se está haciendo hoy en día en las calles de las ciudades colombianas, así como esporádicamente en ciertos medios de comunicación. ¿Quién, si alguien, será el Bukele colombiano?
Veamos.
En un país como Colombia, donde todos los partidos políticos tienen al Estado como la única posible fuente de orden y prosperidad económica. Donde la noción de la superioridad ética y moral de la economía de mercado se descarta como un mal chiste. Donde la única estrategia política se reduce a colmar de combustible -ojalá verde- a la furiosa locomotora estatal. Y donde lo que pasa por oposición propone cosas que los socialistas en Alemania tiene por norma en sus plataformas programáticas. En Colombia, el partido de gobierno no escatima esfuerzo para mostrar su odio más latente hacia la libertad individual
¿Quién será el próximo enamorado del poder, que lo único que buscará será cimentarlo más y más, contribuyendo a la tendencia natural del Estado de unificarlo cada vez más en una sola persona, asfixiando aún más la iniciativa privada del proceso de mercado? Cualquiera. Cualquiera quiere ser Bukele. Todos sueñan con ese papel. Tiremos una piedra y con seguridad que veremos como alza la mano con un hilo de sangre en su frente.
La pregunta, entonces, se reduce no aquella, sino a quién será capaz de pintarse el pelo de negro jet y de organizar un concurso internacional de belleza. Y ahí es donde encontramos a los de siempre, amigos de la misma hipocresía, que van desde Álvaro Uribe, hasta Gustavo Petro: amigos en la esencial animadversión por la libertad y el enamoramiento quinceañero por el poder estatal.
2 Comentarios
Muy buena reflexión. ¿Pero cómo convences a la gente de que gastar más en seguridad en un país donde se puede perder la vida en cualquier esquina no vale pena? No hay nada de liberal en este esquema. No hay populismos buenos. ¿Pero cómo convencer a la gente de que frenar a la delincuencia es privarlo de su libertad?
Siempre ha habido delincuencia, pero desde la llegada de los famosos extranjeros ,esto se puso peor. Si no podemos sostener a nuestros hijos como recibimos los sobrinos? Se necesita mano fuerte y cabeza inteligente para comenzar a limpiar esta casa gigante llamada Colombia .