Echar una ojeada por el mundo le pone a uno en su sitio. Los problemas de tu país, que te parecen terribles, se ven de otra manera cuando charlas con un mexicano que se ríe de tu crisis. Con un argentino la experiencia es mucho más intensa. “Ustedes aún no saben qué es una crisis de verdad”.
El mito del español intrépido
Y es cierto. En España no sabemos prácticamente nada de recesiones de verdad. Llamamos revuelta social a cuatro “escraches”, corrupción a unos sobres, unos trajes… calderilla. Tonterías… ¡comparado con lo de México, claro! Por eso es interesante aprender de quienes han sobrevivido no a una ni a dos, sino a una retahíla de crisis económicas, sociales, institucionales y de todo tipo.
La gente que antes alardeaba de su origen español porque eso explicaba su espíritu intrépido, aventurero y “echado para delante”, ha dejado de hacerlo. La imagen del español ha cambiado. Ahora se nos mira como personas paralizadas ante la adversidad, que se niegan a devolver deudas y observan por la ventana, embobados, cómo se deshace su castillo construido en el aire.
“¿Y por qué no miran lo que hacen los países a los que le va mejor? ¿Alemania, por ejemplo?”. Parece lógico ¿no? Pues no. En España miramos con lupa los países con mejores datos y cuestionamos, airados, cómo lo lograron. Es más, en el caso de Alemania, menos cuatro gatos (que merecemos la hoguera), la mayoría de la gente está convencida de que su éxito lo obtuvieron a nuestra costa y su unificación, sobre los lomos de Europa. Nadie habla de lo que le hemos sacado los españoles a Europa, las infraestructuras (no siempre eficientes) con dinero europeo que, eso sí, rendían beneficios monetarios, o no, a determinados alcaldes. Ni se dice que hay comunidades autónomas que dependen no solamente del dinero de los españoles sino de las subvenciones europeas, y que en el caso de Castilla-León, por ejemplo, constituyen el 21% de los ingresos de la región. Nos preocupa mucho más demostrar que “ellos también” para no tener que resolver nuestros defectos.
El As de Espadas empresarial
“Lo que se conocía de España en vacas gordas eran dos o tres bancos y alguna constructora”. Y con esa frase se resume la falta de actividad sólida que nos respalde. “Un ingeniero de una fábrica española no puede cobrar lo mismo que uno de una alemana. No son de la misma calidad ambas fábricas. Tienen que darse cuenta de eso”. Los alemanes lo saben. ¿Y nosotros? El valor del trabajo cualificado no lo da el título en sí, sino el sello del título. Y nuestras universidades no dan la talla. Nuestros empresarios hacen lo que pueden. Esperan que la nueva ley de emprendedores sea su As de Espadas, la carta que simboliza la presencia de la inteligencia, la razón, la justicia, la verdad y la fortaleza. Es ese espíritu el que muestra un joven empresario que te dice “Gracias a la crisis hemos salido fuera de España y hemos tenido resultados históricos en la empresa”. No es, por el contrario, la voz de quienes consideran que emigrar es lo peor que te puede pasar, como si al nacer en España te adjudicaran un lote compuesto de trabajo en la esquina de tu barrio, un pan multicereal, un pisito y un futuro venturoso. Lo peor que te puede pasar es que no tengas nada de valor que aportar: esfuerzo, inteligencia, capacidad. Y si has hecho lo esperable, estudiado una carrera y resulta que no te han enseñado, la culpa no es de quien no te contrata, sino de quien no te formó.
¿Parálisis permanente?
Los ciudadanos en España hemos vivido mirando al techo, mientras los políticos entre los que podíamos elegir apostaban con nuestro dinero, como dice Mötorhead en su canción Ace of Spades: “…bailando con el diablo, siguiendo la corriente, todo es un juego para mí… sabes que he nacido para perder, y que jugar es de locos…”. Y todos, voto en ristre, mirando. Ahí seguimos, perplejos, indignados, pero esperando todavía, que alguno de los jugadores haga una maniobra milagrosa.
“Son los ciudadanos los que acaban superando a los políticos pero eso sucede cuando el hambre acaba con la parálisis”. Eso me decía mi amigo Alonso para rematar. Mientras el Estado siga manteniendo una renta de miseria con la que el españolito medio esté contento, no hay nada que hacer. Mientras sigan convenciéndonos de que nos dan gratis la educación y la sanidad, las calles y los parques, y no nos preguntemos si es lo mejor que pueden ofrecernos los gestores de nuestro dinero, o si hay mejores modos de hacer las cosas, estará todo perdido. La percepción siempre corre el peligro de convertirse en realidad. Y, en este caso, el pueblo español sigue teniendo la percepción de que el Estado, sea cual sea el gobierno (si éste no va ponemos el otro, como quien cambia pilas) es el garante. El garante de nuestro pan, de la estabilidad, de la certeza y, dentro de nada… de la vida eterna.
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