Skip to content

El barón que democratizó la escritura

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

El bolígrafo es el descendiente simplificado de la pluma estilográfica. Poco se sabe de aquellos innovadores o diseñadores que alteran la manera de hacer las cosas en nuestra vida cotidiana. László Bíró y su hermano György patentaron en 1938 en su Hungría natal el bolígrafo moderno que contenía sus dos elementos esenciales: la punta en forma de bolilla metálica y una clase de tinta pegajosa que no se secaba en el tanque, pero que sí lo hacía en el papel. Judíos los dos, huyeron en abril de 1940 hacia la acogedora Argentina de entonces para escapar de la insania nazi. Allí montaron con un amigo también húngaro una empresa para perfeccionar y comercializar su invento, lo que entonces se conocía como birome.

Los hermanos Bíró recibieron en plena guerra mundial miles de pedidos para el esfuerzo bélico de los gobiernos británico y estadounidense. Su birome no goteaba en los aviones de combate a grandes alturas a diferencia de lo que sucedía con la estilográfica. Sin embargo, acabada la contienda, su empresa quebró por falta de financiación y una inadecuada gestión.

Comenzó entonces otra dura batalla, esta vez comercial, entre diversas compañías –mayormente norteamericanas- por hacerse con la primacía de la explotación del utensilio con la bola gráfica. Los primeros empresarios que se hicieron con su patente no lograron aumentar sus ventas debido a pequeños fallos en la producción de sus modelos y, sobre todo, por los altos precios de sus bolígrafos (llegaban a costar hasta 100 dólares por unidad), lo que los hacía prácticamente inaccesibles para la mayor parte de la gente.

Esto iba a cambiar pronto. En 1950, Marcel Bich, un emprendedor italiano naturalizado francés e hijo de una baronesa, conocedor del invento de los hermanos Bíró, viajó hasta Argentina con el fin de comprarles su patente para Europa. Marcel tenía a la vez un refinado gusto aristocrático y un interés por todo lo tecnológico. Cerró el trato y empezó por su cuenta y riesgo a dotar al artefacto escribiente de una mayor agilidad y soltura.

Diseñó una punta cónica rematada por una bolita de carburo de tungsteno para regular el flujo de tal forma que acabara de una vez por todas con los típicos y molestos manchones. Lo presentó con un cuerpo hexagonal alargado de poliestireno transparente y, dentro, un tubito de plástico lleno de tinta acompañado de un sencillo tapón y una capucha de su mismo color. Estas mejoras, aparentemente nimias, le valieron su fama. En 1952, salió de su fábrica el primer bolígrafo con la marca BIC, derivada de la pronunciación de su apellido, al que le quitó la "h" final (más que nada para evitar la indeseable confusión fonética con la palabra inglesa bitch, esto es, zorra).

Enseguida los mercados europeos se le quedaron pequeños. En 1956 se dirigió al mercado mundial (es decir, al resto de los humanos) con su filosofía de "ofrecer el máximo de servicio al mínimo precio". Compró la compañía estadounidense de plumas Waterman y logró con su Bic imponerse en toda América, Australia y África. Ningún lugar del mundo se resistía a esa maravilla de simplicidad. Escribir nunca fue tan fácil, rápido y, sobre todo, barato. El barón logró popularizar el uso del bolígrafo, anhelo de los Bíró, al desarrollar un bolígrafo desechable de bajo coste. Ante el creciente aumento de las ventas, Bich consiguió que el precio bajara aún más. De los 100 dólares que podía costar un bolígrafo en 1945, Marcel los pudo ofrecer a 4 ó 5 dólares. Para 1960, los BIC ya costaban entre 29 y 69 centavos de dólar, dependiendo del modelo, y se impusieron como los preferidos en todo el mundo por su sencillez y por durar un año o el equivalente de dos kilómetros de escritura.

La producción inicial de 1.000 unidades diarias aumentó en tres años a 250.000 por día. Hoy los ordenadores y la era digital en la que vivimos puede que a muchos les haya apartado de este icono del siglo XX y sus hermanos de fatigas pero los datos nos dicen que cada vez se fabrican más estos chismes. Actualmente se venden la friolera de 15 millones de bolis Bic por día en 160 países del mundo. Las cosas que resuelven las necesidades humanas de forma adecuada permanecen en el tiempo.

En 1972 salió a bolsa (de París) su empresa. Fiel el barón a su lema de reinvertir los beneficios, se adentró en otros sectores con la idea de simplificar la vida a la plebe. Fue así como vio la luz el encendedor Bic en 1973 convirtiéndose en el primer encendedor de usar y tirar más utilizado del planeta. Luego, en 1975, plantó cara a Gillette y Wilkinson lanzando también con éxito la primera maquinilla de afeitar totalmente desechable (hoja y mango).

Cosechó empero un fracaso con los perfumes y está por ver si prende o no su incursión en el mundo de los deportes de agua o del móvil (Bic phone). Errar, no obstante, es algo asumido para una empresa que hace de la experimentación una de sus pasiones, si bien parece que se tiene claro el no correr riesgos para los que no hay dinero o colchón financiero suficiente.

Antes de dejar su cargo como presidente del grupo empresarial, viendo cercana ya su inevitable muerte, el Sr. Bich animó a sus socios a dar responsabilidad a los empleados de sus diversas compañías y les alertó muy seriamente sobre la creciente burocracia a la que calificó como la enfermedad de nuestro tiempo. Cosas de la aristocracia emprendedora…

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos