Suecia ha sido considerada durante años como el paraíso socialdemócrata al que debía aspirar cualquier sociedad civilizada. Sin embargo, sin que generalmente se informara en nuestro país sobre ellos, el país nórdico ha ido derribando algunos de los símbolos inamovibles para nuestra progresía local. Así, por ejemplo, adoptó ya en 1992 el cheque escolar para facilitar la elección de los padres de la mejor enseñanza para sus hijos, aún cuando éstos tuvieran la ocurrencia de preferir escuelas privadas. En un país en el que los sindicatos de estudiantes de treinta años se manifiestan porque el gobierno se resiste a dar latigazos a todo aquel que ose pretender ser una alternativa a la sacrosanta educación pública, una noticia así debería ser un shock. Quizá por eso es un hecho desconocido.
Mauricio Rojas, inmigrante chileno y diputado por el Partido Liberal en el Parlamento Sueco, ha publicado un libro que supone un redescubrimiento de la realidad sueca. El país nórdico no ha dejado de ser una socialdemocracia, pero ha cambiado de paradigma para ofrecer un sistema de “bienestar social” en el que las decisiones de cada ciudadano, y no el Estado, tenga cada vez más peso. Según las palabras del antiguo director de Timbro, Suecia ha pasado de tener un Estado benefactor a tener un Estado posibilitador, que redistribuye ingresos pero impone soluciones cada vez menos estatistas a los problemas de asistencia social, educación, sanidad o pensiones.
P.J. O’Rourke, en su apasionante y divertidísimo libro “Eat the rich”, escrito para averiguar “por qué algunos países prosperan y medran mientras otros simplemente apestan”, fue a Suecia a finales de la década pasada y preguntó cómo era posible que las cosas les fueran aparentemente tan bien si los indicadores económicos eran tan malos. “No tenemos ingresos, pero sí riquezas. Si vives en una casa grande y hermosa, tus vecinos pensarán que eres rico y, en cierto sentido, tendrán razón. Pero no te verán ir al banco a solicitar una segunda hipoteca”, le respondieron. El elefantiásico estado del bienestar sueco se construyó sobre la base de una prosperidad construida a base de libertad de empresa y de comercio y de la neutralidad en la Segunda Guerra Mundial. Primero fueron ricos y luego se gastaron todo repartiéndose el dinero y gastándolo por medio de la burocracia.
En los años 90 vino el desastre. El desempleo pasó del 2,6% en 1989 al 12,6% en 1994, mientras el gasto público se disparaba del 56,2 al 72,8% del ingreso nacional. Desde entonces, en Suecia no sólo se dispone de cheque escolar sino que una parte de las pensiones es gestionada por los trabajadores de forma privada, convirtiendo Suecia en un país de inversores en acciones y acercándolo a una sociedad de propietarios. Otros servicios como la sanidad o el cuidado de niños o ancianos, está siguiendo progresivamente el mismo camino que la educación, a través de sistemas como los cheques o del pago directo del gobierno a proveedores privados, aunque de forma desigual al ser iniciativa de los gobiernos locales. Muchos monopolios estatales, como los de las telecomunicaciones, transportes urbanos o producción de energía, han sido desmantelados.
Suecia se ha transformado de lo más parecido a una sociedad socialista democrática que haya existido jamás a una nación donde los ciudadanos tienen cada vez más libertad de elección y responsabilidad personal, hasta un grado que, en muchos campos, resulta desconocido en nuestro país. Nuestros gobernantes harían mejor en fijarse en la Suecia real y actual que no en esa que sólo existe en sus sueños, si de verdad les importa el bienestar de sus ciudadanos.
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