Esta semana el diario Expansión entrevistaba a Joaquim Nadal, consejero de Política Territorial y Obras Públicas. En la conversación le preguntaron al consejero qué piensa de la propuesta de Rajoy sobre la privatización de Aena y el Aeropuerto de El Prat en Barcelona, a lo que Nadal respondió sin pudor alguno que "el señuelo de la privatización de Rajoy es un ataque en la línea de flotación a la aspiración de Cataluña de intervenir en la gestión de El Prat, es un síndrome antiautonómico".
La pregunta es: ¿y qué tiene que ver ser patriota (catalán) con la privatización de algo? Para el catalanismo actual mucho, si no todo. En Cataluña, la causa catalanista sirve como arma y escudo para justificar el continuo atropello de los políticos contra el hombre libre. Multan a los comercios en nombre del patriotismo catalán y así los políticos se sacan los euros necesarios para financiar sus más surrealistas proyectos, además de pagarse los coches oficiales. El catalanismo también es la respuesta, como vemos en el caso de Nadal y la privatización de Aena y El Prat, a cualquier iniciativa que reste poder al monstruoso y burocratizado gobierno catalán.
Asumir una causa o sentimiento global como propio, autoproclamarse su caudillo por las buenas y usarlo como arma para defender intereses puramente partidistas, en este caso los de la misma administración catalana y más concretamente los del propio Nadal, es el inequívoco proceder de un tirano. Ningún político es el representante del catalanismo que pueda sentir un catalán. Ningún político tiene derecho a asignar o gestionar sectores y recursos como si fueran suyos por el mero hecho de que se haya autoproclamado guía espiritual y material de esa causa. Parece que aún estemos en la época feudal, donde el señor decidía qué era suyo y qué no. Y como ocurre con la cuestión de la lengua, ningún político tiene derecho a robar, aunque sea de forma legal mediante multas, a empresarios por no cumplir preceptos que no son más que caprichos electoralistas y que no representan crimen alguno.
En Estados Unidos, que van un par de siglos adelantados en algunas cosas, se puso de moda la expresión "adoro a mi país, pero odio a mi Gobierno". Para Nadal y para el resto de su horda política, no se puede sentir el catalanismo y a la vez detestar a figuras como él y las de todo su Gobierno. Está claro que cuando los políticos de la región ponen a Cataluña en crisis no es para defender a sus ciudadanos, sino que apelan a los más básicos y viscerales sentimientos de las buenas personas para defender sus propios intereses personales. Así se explica por qué en las últimas elecciones Cataluña fue la comunidad autónoma con el índice de abstención más alto de toda España, alcanzando más del 46%, que llegó a ser más del 50% en lugares como Barcelona. Y es que es lógico que al final la gente se canse de que la manipulen y la pongan como escudo de los intereses de una oligarquía política incapaz de hacer nada positivo, que, como Nadal como jefe máximo por ejemplo, vio como se hundía un barrio barcelonés, y no hizo absolutamente nada al respecto.
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