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El cine como modelo empresarial

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Durante las dos primeras décadas del siglo XX, el cine se convirtió en un auténtico fenómeno de masas en Europa y en Estados Unidos. Sin embargo, fue en este último país donde se dieron las condiciones precisas para que se creara la industria que hoy lidera el sector a nivel mundial. En una época donde las películas eran mudas y los Estados Unidos estaban recibiendo miles de inmigrantes que tardaban en dominar el inglés, un espectáculo novedoso, que apenas costaba unos centavos, era un regalo demasiado bueno para una vida con pocas alegrías (para un relato más extenso, leer Estados Unidos. La Historia, de Paul Johnson). Los empresarios supieron detectar esta oportunidad y pronto llenaron las grandes urbes de cines que competirían con otras formas de entretenimiento como el baile, la música popular, y otros, como el teatro o la ópera, demasiado caros para la gente humilde. La distribución y la exhibición eran dos negocios que daban mucho beneficio, pero pronto unieron a ellos el de la producción y el rodaje de sus propias obras.

Cuando los empresarios del sector, buena parte de ellos judíos de origen asquenazí que habían poblado Nueva York de cines y salas de espectáculos, decidieron trasladar parte de su negocio a California, no lo hicieron pensando en crear una industria floreciente que liderara el sector a escala mundial, sino en un simple ahorro de costes.

California, en concreto la zona de Los Ángeles, tenía ciertos inconvenientes. El número de terremotos era mayor de lo habitual. El viento en ciertas épocas del año era bastante molesto. Sus habitantes no aceptaron demasiado bien a los nuevos vecinos y consiguieron mediante la acción popular de recopilación de firmas que las autoridades locales prohibieran rodar en el casco urbano. Esta medida fue derogada en 1915. Cabe pensar que la preservación de la moral y las buenas costumbres, razón fundamental que esgrimieron los que se opusieron a la presencia en la zona de los estudios, se rindió ante los excesos y también ante el dinero y las oportunidades que suponía la presencia de directores, actores, actrices, guionistas, productores y otra gente de mal vivir.

Sin embargo, las ventajas que vieron los empresarios eran demasiado atractivas. El clima era bastante más benigno que en la Costa Este y en el centro del país, lo que reducía los costes del rodaje hasta en la mitad. Por otra parte, el desarrollo económico de California había conseguido que el coste de la electricidad fuera casi la mitad que el de la media nacional. Así, en 1924, el coste medio estadounidense del kilovatio-hora era de 2,17 dólares frente al 1,42 californiano.

Carl Laemmle, Marcus Loew, William Fox, Louis B. Mayer, los hermanos Warner y otros tantos judíos eran en su gran mayoría inmigrantes o hijos de inmigrantes que antes de dedicarse al cine y a la producción tuvieron innumerables y variopintos trabajos, alguna que otra quiebra, pero sobre todo un espíritu empresarial inquebrantable. Ellos fueron los padres de lo que Hollywood significó y significa: grandes artistas, fortunas inmensas, escándalos mayúsculos, pero, sobre todo, una máquina de sueños y dinero.

Los modelos cambian y sólo los que se adaptan sobreviven. Cuando al final de los años 20 se inventa y empieza a comercializar el sonido, la industria se tambaleó. Las películas “Cantando bajo la Lluvia” (Singin’ in the Rain, 1952) y “El Crepúsculo de los Dioses” (Sunset Boulevard, 1950) muestran los problemas y las consecuencias que tuvieron para los actores adaptarse a la nueva situación. Los que no supieron cambiar la forma de actuar, mucho más visual y tendente a la sobreactuación en el cine mudo que en el sonoro, o aquellos cuyas voces no eran del agrado del público no lo tuvieron fácil.

En 1928 sólo había 1.300 salas de un total de 20.000 con equipos capaces de emitir sonido. Dos años más tarde, eran 30.000 las que podían hacerlo. Los guionistas empezaron a incorporar el diálogo al cine como elemento esencial para transmitir la información, la emoción. El color tardó un poco más en ser comercial. En 1909 ya se había usado en el teatro Palace-Varietè de Londres mediante el sistema Cinema Color que había desarrollado George A. Smith, pero que sólo empleaba dos colores primarios, el verde y el rojo. En 1935 se estrenó “La Feria de la Vanidad” (Becky Sharp), el primer film comercial en Technicolor tricromato (verde, azul, rojo). En 1939, “Lo que el Viento se Llevó” (Gone with the Wind) marcó el punto de inflexión en el que el color empezaría poco a poco a imponerse al blanco y negro.

Todas y cada una de estas novedades supusieron ventajas, pero también tuvieron víctimas: los actores y directores que no se adaptaron al sonido, los guionistas que no sabían o no querían incorporar brillantes diálogos a sus guiones, los exhibidores que no estuvieron rápidos para adaptar sus cines a las nuevas tecnologías, como el sonido primero, y el color después, o los productores que no captaron los nuevos gustos del público.

Los productores que controlaban en muchos casos la distribución y la exhibición de sus obras también empezaron a ceder alguno de estos negocios a otros empresarios interesados en sólo una parte del mismo. No es casualidad que en los años dorados de Hollywood, las estrellas, aunque ganando bastante dinero, estuvieran ligadas fuertemente a las productoras, perdiendo buena parte de su independencia. Cuando con el tiempo el modelo cambió, éstas se impusieron sabiendo que eran las que atraían al público, exigiendo más dinero y protagonismo. Tal circunstancia transformó el cine, generando películas de diferente calidad y periodicidad.

La industria, el arte, los directores, guionistas, actores y actrices son tan necesarios como los empresarios que dirigen las productoras; las pequeñas, las grandes y multinacionales y las alternativas. Fue la visión empresarial la que creó la industria cinematográfica americana y es la ausencia de ella la que terminará matando el cine español y el europeo si se empeñan en vivir de la política y la subvención.

El cine es una industria sujeta a un mercado y como tal debe verse. Las nuevas tecnologías, los gustos variables del público, las novedades, las brillantes ideas permiten una constante renovación y adaptación que ahora parece que empieza a recorrer el camino del 3D, de las tres dimensiones. La manera de transmitir la información, la mayor capacidad de los usuarios de las nuevas tecnologías para copiar los formatos donde se graban las películas, y en general cualquier tipo de dato, hacen que estemos en un momento de crisis; crisis que no impide que los sueldos de algunas estrellas alcancen los 80 millones de dólares. Pero toda crisis no deja de ser un choque entre el viejo modelo que hasta ahora ha sido rentable y el nuevo que aún está por definir, pero que ha empezado a desplazar al anterior.

Hasta ahora, el productor ha controlado la exhibición de sus películas, pero actualmente el usuario final es capaz de acceder a este producto mucho antes, incluso sin su consentimiento. De la misma manera que el cine se enfrentó a la popularización de la televisión, lo tendrá que hacer ahora que se ha popularizado Internet y la tecnología digital. El cine, el arte no están propiamente en crisis. Hoy se están rodando y exhibiendo en el mundo muchas más películas que en ningún momento anterior. Lo que está variando es la manera de verlo y esto afectará a la calidad, a la cantidad y a la forma de vivir de los que hasta ahora se han beneficiado del mercado, de este enorme y maravilloso espectáculo.

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