Pablo Iglesias y su partido, Unidas Podemos (UP), se han convertido en un óbice en el ejercicio de la política cotidiana desde el Ejecutivo. La estrategia de bloques se ha resuelto favorable al partido que cohabita en La Moncloa junto con el presidente Sánchez y en ocasiones a costa suya. Esa estrategia forzada que permite el posicionamiento fuerte de un partido minoritario que cae en las encuestas pero que, sin embargo, es capaz de cohesionarse en torno a sus propias demandas y, en consecuencia, generar corrientes dentro del mismo Consejo de Ministros está dando sus frutos. Su posicionamiento va más allá que una simple relación de fuerzas entre dos partidos que forman un Gobierno de coalición. Demostrado está que Iglesias es capaz de generar conflicto interno y salir ganando.
En ese contexto se ratifica la idea de que a través de la generación de conflicto interno Unidas Podemos crea, en un primer término, un bloque que juega como un puente ficticio entre las reivindicaciones sociales y el ejercicio del poder. Esta maniobra le da la posibilidad de posicionarse y de generar el debate en su terreno porque, como es obvio, su apoyo real es menor frente al PSOE y sus pretensiones difíciles de acometer.
En este escenario todo es válido: el fin justifica los medios. Aunque manida, es una definición que cobra sentido en estas circunstancias dado que, si bien el fin en sí mismo puede tener muchas aristas, una de ellas es la ruptura del Estado y la regresión del proceso de transición consolidado a finales de los 70. Por ello, los socios de gobierno adoptan un cariz entusiasta y se pavonean de ser demócratas en tiempos de crisis. No es casualidad las constantes alianzas y guiños a Esquerra Republicana o EH Bildu, que son partidos que aportan un valor simbólico y una asignatura adicional a las pretensiones del Gobierno de Pedro Sánchez, la del sueño comunista y la ruptura.
No obstante, la diferencia notable entre el presidente de Gobierno e Iglesias radica en la capacidad de anticipación que tiene el segundo para enarbolar banderas en su terreno: todo son conquistas o intentan serlo, la reforma laboral, la prohibición de los desahucios, el ingreso mínimo vital, etc. Pero, sobre todo, Iglesias sí tiene un plan muy trabajado, la diferencia es que Sánchez no, y si lo tiene, es únicamente la preservación del poder a toda costa, su límite es él mismo y su espejo.
Lo cierto es que el concepto de poder y de acceso al poder que tiene interiorizado Iglesias dista mucho de la definición real de la democracia liberal con todo lo que ello implica. Es en este extremo en el que juega y se ejercita la política de Unidas Podemos, donde vale más el ruido y la controversia que la consolidación real de una política de Estado a largo plazo en beneficio de los ciudadanos. Basta con ver los últimos episodios en la irrupción del conflicto, hasta ahora insólito, entre dos poderes del Estado, el Ejecutivo y el Judicial.
El Poder Judicial tiene una importancia no menor para los planes de Unidas Podemos y sus socios. Los forcejeos ya están dados y la puesta en escena del enfrentamiento, también. La realidad es que, si este bloque es capaz de llegar tan lejos de la mano de Pedro Sánchez, tendremos que reflexionar seriamente acerca de la intención que acoge este Partido Socialista a la hora de plantear la política en el marco de las instituciones. La evidencia hoy nos demuestra que a Sánchez no le importa el desempeño institucional de España ni la calidad de su democracia, lo que no es obvio es la capacidad que tiene y tendrá de controlar la deriva totalitaria en la que está encaminada hoy España.
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