El cigarrillo electrónico se ha popularizado de forma muy notable en España en el último medio año. El éxito de este relativamente novedoso producto se debe principalmente a tres diferencias frente al cigarrillo convencional: el importante ahorro económico que supone, ser menos dañino para la salud que y la comodidad de poder utilizarlo en cualquier sitio, ya que no emite humo sino vapor inofensivo. La industria del tabaco es relativamente grande ya que en los países desarrollados cerca de un 35% de los hombres y un 22% de las mujeres fuma. No es de extrañar que, con la aparición del cigarrillo electrónico, multitud de empresarios e inversores hayan visto un filón en este negocio.
Si reside en una gran ciudad, habrá observado con cierto asombro la vertiginosa aparición de tiendas y stands de venta de cigarrillos electrónicos y todo lo relacionado con los mismos. Muchos se preguntan si el mercado de cigarrillos electrónicos es lo suficientemente grande como para que todas las tiendas establecidas aguanten con el paso del tiempo. La experiencia en comercios de industrias incipientes nos dice que es probable que muchas tiendas acaben cerrando. Lo hemos podido observar en los últimos años con inmobiliarias en la época de burbuja o con tiendas de yogur helado más recientemente.
Este fenómeno tiene su lógica empresarial. Los empresarios, ante una industria nueva, se lanzan a invertir para acaparar una parte de la tarta. El problema es que, esa industria incipiente es aún muy nueva y el tamaño de esa tarta está por determinar. Como en multitud de negocios novedosos, el primero en tener un tamaño relativamente grande puede obtener una ventaja competitiva fruto de las economías de escala, la carrera por ganar cuota acelera ese proceso de descubrimiento empresarial. Los empresarios serán los que, mediante el mecanismo de prueba y error determinen cuál es la oferta óptima para ese nuevo mercado. Este proceso de ajuste de la oferta precisa, como es lógico, de un marco institucional y jurídico estable. Es lo que coloquialmente se refiere como que no cambien las reglas con el partido ya empezado.
Los cigarrillos electrónicos es el más reciente ejemplo de este fenómeno. El Estado, a través de una legislación promovida por el Ministerio de Sanidad, ha acordado con las comunidades autónomas elaborar una norma estatal para prohibir el consumo de cigarrillos electrónicos en centros sanitarios y escolares, en las administraciones públicas y en el transporte público. La comodidad de usar los cigarrillos electrónicos en cualquier parte por resultar inocuos para la salud era una de las principales ventajas frente a los cigarrillos convencionales. Con la futura legislación, esa ventaja desaparecerá.
Como uno puede imaginar, la distorsión estatal ocasionada a los empresarios dueños de negocios de vapeo es importante. En pleno proceso de búsqueda empresarial del tamaño óptimo de la oferta y con la incertidumbre de si se obtendrán beneficios o pérdidas con las inversiones realizadas, las reglas han sido cambiadas a mitad del partido. Lo más graves de todo es que probablemente aún lleguen más cambios normativos por parte de las Administraciones Públicas. Nadie descarta una subidas de impuestos a todos los productos de vapeo en un futuro próximo. Eso sería una nueva estocada a todos los empresarios que, aún a riesgo de equivocarse y perder su inversión, están emprendiendo para ofrecer al consumidor un bien que demanda.
La empresarialidad no es perfecta. La información clave de una industria a veces se consigue perdiendo dinero. Ese es el pan de cada día de los empresarios. Están preparados para ello, y aceptan ese riesgo con normalidad y valentía. Pero lo que es del todo intolerable es que, en mitad de ese proceso de aprendizaje empresarial, las reglas de juego cambien. El Estado, como en tantas otras cosas, debería dar un paso atrás y dejar que el mercado funcione con libertad.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!