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El coste de trabajar

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El trabajo del ser humano y la naturaleza constituyen los dos recursos básicos mediante los que satisfacemos nuestras necesidades. Es más, de ambos, es el único recurso imprescindible para la confección de productos y servicios: puede haber servicios que se suministren sin el concurso de recursos naturales, pero no se pueden concebir sin la aportación del trabajo.

El trabajo, por tanto, tiene un valor y tiene un precio. El valor le deriva de la valoración de los bienes o servicios finales para los que es preciso. Del precio, hablaremos en las siguientes líneas.

La fijación del precio del trabajo, esto es, del salario, es uno de los aspectos que más interés tiene para todos los individuos, pues quien más y quien menos sobrevive con los ingresos que obtiene a cambio de su trabajo. La teoría económica austriaca relaciona dicho precio con el valor que tiene para el empresario, que a su vez depende de la valoración de los bienes finales. Así pues, para esta escuela, el salario es un precio más de un factor de producción, cuya fijación no presenta ninguna especificidad teórica.

Sin embargo, no es la Escuela Austriaca la corriente principal económica en la actualidad, lo es la Escuela Neoclásica. ¿Y cómo se fijan los precios para esta escuela? Es bien sabido: en el punto de corte entre la curva de oferta y demanda. Además, si el mercado está en competencia perfecta, sostienen que el precio tiende al coste marginal del bien.

El mercado de competencia perfecta se caracteriza por una serie de condiciones de equilibrio, que han sido expuestas por ejemplo aquí. Sorprende al examinar el mercado del trabajo que parece aproximarse bastante bien a estas condiciones. Por ejemplo, hay un gran número de oferentes muy atomizados (los trabajadores), ni hay barreras de entrada o salida al mercado (no hay obstáculos para ofrecer su trabajo, o dejar de trabajar). La información es razonablemente transparente, y también hay un cierto grado de homogeneidad en el producto vendido. Desde luego, para un economista neoclásico, este mercado se puede considerar de competencia perfecta. O, al menos, de los más próximos entre los reales a su modelo.

Pues bien, siendo así, es claro que el precio del bien, el salario por el trabajo, debería igualarse al coste marginal de realizarlo. Pero, y aquí llegamos al título del comentario, ¿cuál es el coste de trabajar?

En una primera aproximación, no parece que trabajar tenga ningún coste. Es más, siguiendo la concepción neoclásica que equipara coste al precio de los factores, y habida cuenta de que no se necesita ningún factor de producción para confeccionar el puro trabajo, el salario debería ser ¡cero! Sin embargo, es obvio que la mayor parte de la gente no está dispuesta a trabajar al salario que parece predecir la teoría neoclásica. Algo falla.

Si profundizamos algo más, es relativamente rápido darse cuenta de que para que el hombre pueda trabajar necesita, al menos, alimentarse. Quizá sean estos costes de subsistencia los que, de acuerdo al modelo neoclásico, fijan el precio del trabajo.

Estos costes de subsistencia son evidentemente variables, dependen de cada individuo. Cada uno decide cuál es el mínimo de subsistencia para sí mismo: uno puede conformarse con pan y agua, otro puede necesitar varias residencias a lo ancho del mundo y trajes de calidad. Así las cosas, siguiendo el modelo neoclásico, el salario tendería a un mínimo de subsistencia objetivo, que permitiera vivir a todo el trabajador que lo percibiera. Desde esta perspectiva, se podría incluso "justificar" la necesidad de regular un salario mínimo que permitiera al trabajador vivir con algo de dignidad, y no limitarse a subsistir.

Pero todo este análisis se topa con la dura realidad, en que sabemos de la existencia de muchos salarios muy por encima de ese mínimo de subsistencia. ¿Cuál es el coste marginal de hacer una película (como actores) para George Clooney o para Julia Roberts? ¿Cuál, el de Cristiano Ronaldo de jugar con el Real Madrid? ¿Cuál el de Francisco González por dirigir el BBVA? Para todos ellos, el coste neoclásico es cero, o, con más precisión, el coste de sobrevivir. ¿Por qué, si es así, ganan tanto?

Porque realmente el coste que consideran estos señores a la hora de tomar una decisión de donde trabajar no es coste marginal de la producción de ese trabajo, sino el coste subjetivo de las alternativas perdidas, que es la concepción que tiene la Escuela Austriaca del coste. George Clooney, confrontado con una oferta para hacer una película, no la compara con lo que le cuesta hacerla, sino con lo que deja de ganar por hacer esa, en lugar de otra. O por lo que deja de disfrutar si dedica el tiempo a su ocio, cosa que a su vez dependerá de variables como su riqueza acumulada, compañía y mil cosas más que no cabe pormenorizar aquí.

Los economistas neoclásicos denominan a este concepto, coste de oportunidad. Y a veces intentan incorporarlo a sus modelos. Lo que ocurre es que este coste de oportunidad, que realmente es el único coste confrontado, es un coste subjetivo, pues solo cada individuo puede percibir las alternativas de actuación que se le ofrecen, o generar dichas alternativas. Y al ser subjetivo, es difícilmente modelable, al contrario de lo que el economista neoclásico considera costes, y que no son otra cosa que los precios de los factores de producción, siempre visibles en el mercado.

En resumidas cuentas, trabajar, como todos sabemos, sí tiene un coste: el coste de oportunidad de lo que podríamos hacer con el tiempo dedicado al trabajo. No obstante, si atendiéramos a los postulados neoclásicos, nuestro trabajo tendría precio cero o, en el mejor caso, el precio de nuestra subsistencia. Menos mal que también en esto sus modelos están equivocados.

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