Se estima que, cada año, entre uno y dos millones de niños en los países pobres mueren por falta de vitamina A. Muchos otros se quedan ciegos. Y es que, aunque el hambre en el mundo ha ido reduciéndose poco a poco, es aún más difícil que todos puedan acceder a una alimentación variada que incluya todos los micronutrientes esenciales para sobrevivir y no padecer ciertas enfermedades.
A finales de los años 90, dos científicos europeos, Ingo Potrykus y Peter Beyer, desarrollaron una variedad de arroz –un alimento en el que se basa la dieta en muchos países pobres– que incluía entre sus nutrientes la provitamina A o betacaroteno, un compuesto químico que nuestro cuerpo transforma en vitamina A, gracias al uso de genes provenientes de bacterias y otras plantas, como el maíz o los narcisos. Lo llamaron arroz dorado por su color, por otra parte muy apropiado para hacer una paella. Aunque originalmente su creación contenía un porcentaje demasiado pequeño de provitamina, con el paso de los años se ha mejorado hasta conseguir que 144 gramos de este arroz basten para ingerir la dosis diaria necesaria en una dieta sana.
Desde el primer momento, los grupos ecologistas se han opuesto a él, pese a los millones de vidas que podría salvar. El 8 de agosto de este año, un grupo de unos 50 activistas –inicialmente publicitados como "400 granjeros" para darle legitimidad a la acción– asaltaron una plantación experimental de arroz dorado en Filipinas y destruyeron los cultivos. La violencia contra los cultivos experimentales es una vieja costumbre ecologista que no es exclusiva del arroz dorado, que también han destruido, por ejemplo, pruebas de unas uvas resistentes a un virus que puede arrasar viñedos enteros en un par de años o un trigo con menor índice glucémico y más fibra para mejorar la salud de los consumidores de pan. Eso sí, luego una de las críticas más frecuentes que realizan contra los transgénicos es que no han sido suficientemente probados.
Las multinacionales son malas
Aunque la ciencia ha dado cumplida respuesta a las objeciones de apariencia científica de los ecologistas a los organismos genéticamente modificados (OGM), también conocidos como transgénicos, desde Greenpeace y otras asociaciones también advierten de otros problemas de raíz más económica. Según ellos, su comercialización dejaría la agricultura en manos de multinacionales como Monsanto y dejaría a los granjeros a sus expensas, arruinándoles a base de obligarles a comprar sus productos.
Al margen de la extrema debilidad de estos argumentos en general, en este caso ni siquiera son planteables. Porque el arroz dorado no pertenece a ninguna empresa sino al Instituto Internacional de Investigación del Arroz, una organización sin ánimo de lucro. De modo que el argumento se transmuta. Vandana Shiva, una ecologista india receptora de numerosos premios por todo el mundo, ha asegurado que el arroz dorado es un "caballo de Troya" diseñado para mejorar la imagen de los cultivos transgénicos y facilitar así que las multinacionales "se hagan con la producción de arroz".
En definitiva, el problema de los ecologistas con el arroz dorado es propagandístico. Tendrían mucho más difícil la condena universal a los transgénicos si se llegase a un cierto consenso de que un cultivo concreto es bueno y salva vidas. En tal caso, la discusión pasaría de desarrollarse en el campo del miedo al transgénico en general por serlo a un debate más razonado sobre las ventajas e inconvenientes de cada transgénico en particular. Un debate científico en el que el ecologismo tendría todas las de perder.
Reacción anti-ecologista
Por una vez el vandalismo ecologista podría haber resultado contraproducente, ya que ha provocado numerosas reacciones en contra de la obsesión por acabar con este cultivo transgénico. El secretario de Estado de Agricultura y Medio Ambiente del Reino Unido, Owen Paterson, ha calificado de "cruel" la oposición al arroz dorado y ha criticado que "se permita niños pequeños se vuelvan ciegos o mueran por los problemas que un pequeño grupo de gente pueda tener con esta tecnología".
Patrick Moore, cofundador de Greenpeace y en la actualidad uno de sus críticos más feroces, ha denunciado que la resistencia al arroz dorado ha podido causar unos 8 millones de muertes desde que apareció esta solución. Muertes evitables. Pese a que los ecologistas propugnan "verdaderas soluciones" como "promover la creación de huertos familiares y el desarrollo de una agricultura sostenible que garantice la seguridad y diversidad alimentaria", Moore les acusa de desoír a los "científicos y humanitarios que trabajan en el campo de las deficiencias nutricionales" y que están a favor del arroz dorado.
Muchos de ellos han decidido que ya es suficiente y han dado un paso adelante firmando un manifiesto de condena a la destrucción de los cultivos experimentales. "Es hora de que los científicos nos levantemos y gritemos: ‘No más mentiras. No más propaganda del miedo’. Estamos hablando de salvar millones de vidas", afirma una de sus promotoras, la profesora Nina V. Fedoroff.
Además, los cultivos modificados con fines humanitarios, incluyendo el arroz dorado, tienen ahora el respaldo de la Fundación Bill y Melinda Gates, que está promoviendo nuevos experimentos y luchando para que los gobiernos permitan su uso en los países pobres, especialmente en África.
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