Cada vez que se organizan jornadas de emprendimiento con la idea, real o ficticia, de fomentar el surgimiento de empresarios, estimular la iniciativa empresarial, etc., los organizadores suelen exhibir como en un mostrador un rosario de casos exitosos, e invitan a empresarios que sí lo supieron hacer, nos cuentan cómo desarrollar una idea, cómo emplear los recursos de la mejor manera posible, cómo acertar.
Verdaderamente, resultaría muy extraño organizar un seminario o un congreso en el que los empresarios nos contaran sus fracasos, en qué metieron la pata, las circunstancias que les llevaron a tomar decisiones equivocadas. Y, sin embargo, los errores tienen un valor enorme en la toma de decisiones, también en las empresariales.
Para una persona que se dedica a rastrear en las teorías, modelos e ideas económicas ortodoxas y heterodoxas, también las que no han servido, aparentemente, para nada, no tiene nada de particular. Por supuesto, cuando se trata de transmitir a los alumnos qué justifica la existencia de una asignatura como Historia del Pensamiento Económico es vital dejar claro que los intentos por explicar el comportamiento de los agentes económicos, de las relaciones entre las variables económicas, la metodología adecuada para la ciencia económica, son todos importantes, también los intentos fallidos. Y, precisamente, esos intentos son los que deben ser desmenuzados para evitar que se conviertan en mito, como sucede con la teoría keynesiana. De ahí la importancia de libros como Los errores de la vieja economía de Juan Ramón Rallo, director del Instituto Juan de Mariana.
En una época como la que vivimos, en la que la desconfianza en el futuro y el desaliento se van instalando en nuestros hogares, en las empresas y en la vida cotidiana, hay que desmentir que el error y el fracaso son evitables. Al revés, se trata de integrar el error como parte de la teoría económica. Y eso es una de las diferencias de la Escuela Austriaca respecto a otras corrientes de pensamiento económico.
La lectura del artículo de Juan Carlos Cachanosky, "Las decisiones empresariales y las predicciones en economía", publicado en la revista LIBERTAS en el año 2000, deja las cosas bien claras. Efectivamente, la idea de partida es que la sociedad es un sistema hipercomplejo en el que las predicciones no tienen el mismo significado ni fiabilidad que las predicciones que se realizan en las ciencias naturales. Y la economía es una ciencia social que estudia la acción humana. No solamente es imposible predecir el comportamiento humano individual, cuando se trata de un grupo de personas, la cosa se complica, y si se trata de un mercado amplio y anónimo, aún más. El conocimiento es la clave. Como Hayek nos enseñó: el problema económico de la sociedad (…) es un problema de la utilización de un conocimiento que no le está dado a nadie en su totalidad.
Por ese motivo, para que las previsiones empresariales respecto del valor de la empresa y el coste medio del capital sean las más rigurosas y el decisor maneje los datos más adecuados, es necesario que no haya una mano arbitraria que manipule las variables. Lo que no sucede en las economías intervenidas, como la nuestra. Y, además, incluso si la decisión es la correcta, el resultado, como señala Cachanosky, puede no ser exitoso.
Hay que aprender a moverse en un entorno de incertidumbre en el que se pueda aprender de las lecciones positivas y negativas. Cuando las autoridades monetarias europeas hacen test de stress de los bancos, perfilan varios escenarios. Esta estrategia pone de manifiesto que por más datos y modelos econométricos que tengamos, no se pueden poner puertas al campo. Estas herramientas son útiles si nos atenemos estrictamente a qué nos indican y si tenemos siempre muy en cuenta el componente subjetivo que hay detrás.
Pero, desgraciadamente, en nuestra sociedad nos aferramos al dedo y no miramos la luna. Es decir, mitificamos el instrumento, lo hacemos bello, estético, sofisticado, y olvidamos qué hace ahí, para qué debería servirnos. Y, lo que es peor, lo manipulamos por intereses políticos nefandos, para que sustente una decisión tomada a priori. Así, nuestros gobiernos elegidos democráticamente estimulan determinadas actividades, determinados negocios, sectores, que supuestamente van a llevar a nuestro país a la cima de Europa, nos van a hacer competitivos y exitosos y nos lo demuestran con escenarios perfectamente diseñados, contra factuales, proyecciones a futuro, y nosotros les aplaudimos. Cuando lo cierto es que no hay conocimiento superior al del mercado libre. Se trata del famoso orden espontáneo del que tanto hablamos y que tanto miedo nos da. Si dejamos que sea el conocimiento que el propio sistema social hipercomplejo el que guíe cuáles son las inversiones rentables, los negocios en los que hay oportunidades de ganancias, entonces los empresarios podrán ejercer su función descubridora de esos mercados aún no desvelados.
Probablemente, al leer estas líneas, aparezca en la mente de todos la idea de la regulación, la protección frente al abuso, etc. Efectivamente, son necesarias leyes. Pero a lo que hemos llegado es a que nos dirija el miedo. Por miedo a no tener esa protección, hemos derivado en una esclerotización de lo que fue un mercado y hoy es un híbrido planificado. Y los abusos, no solamente no se evitan, sino que han aumentado y se han estatalizado.
Volvamos a leer a Hayek.
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