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El derecho de secesión renace en EEUU

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Estados Unidos nació como resultado de una revolución secesionista de las colonias en contra del todopoderoso Imperio Británico. Como consecuencia, el nuevo país se fundó sobre el derecho del pueblo a abolir cualquier forma de gobierno que atente contra la libertad, la vida y la búsqueda de la felicidad, tal y como se expresa en la Declaración de Independencia de 1776 y en la propia Constitución norteamericana. Hoy renace este sentimiento.

La principal preocupación de los Padres Fundadores consistió en tratar de configurar un sistema político con los suficientes y firmes contrapesos como para poder limitar, en la medida de lo posible, la acción expansiva de un Estado central. El temor residía en la concentración del poder en pocas manos. De ahí que EEUU se fundara sobre el principio fundamental del derecho de secesión. De hecho, la Declaración de Independencia es en sí misma un documento secesionista.

Jefferson y Madison reclamaron firmemente dicho precepto como una garantía básica frente al poder estatal. Por ello, defendieron la posibilidad de que los ciudadanos se separaran de un gobierno y fundaran un nuevo siempre y cuando éste atentase contra la vida, la libertad y la legítima búsqueda de la felicidad. Derechos básicos y esenciales que recoge la Constitución de EEUU.

Además, tal y como explica Alexis de Tocqueville en La democracia en América, "la Unión se formó por el acuerdo voluntario de los Estados (antes constituidos en colonias) y al unirse no han perdido el derecho a su nacionalidad ni se han visto reducidos a la condición de un pueblo único e igual". De este modo, "si uno de los Estados elige retirarse del bloque, sería difícil refutar su derecho a hacerlo".

La secesión era un sentimiento en auge a mediados del siglo XIX. Por distintos motivos, muchos de ellos económicos, numerosos estados del sur aspiraban a recuperar su soberanía política en detrimento de las crecientes competencias que, poco a poco, iba adquiriendo Washington como centro del poder político del país. Fue, precisamente, la amenaza separatista, y no la abolición de la esclavitud, lo que provocó la guerra civil en 1861. Sin embargo, esta vez, triunfó el Estado central, y con él, dio comienzo el surgimiento del nuevo Imperio estadounidense.

Thomas J. DiLorenzo, en su obra El verdadero Lincoln, expone magníficamente los entresijos y causas reales del conflicto fratricida que enfrentó brutalmente a los estadounidenses. La victoria de los unionistas terminó imponiendo el denominado Sistema Americano defendido a ultranza por Hamilton, Clay y Lincoln, consistente en un fuerte proteccionismo económico, la nacionalización monetaria y bancaria, la Hacienda Pública, las subvenciones al fomento interno (capitalismo de Estado) y, cómo no, la centralización política.

Sin embargo, tras siglo y medio, parece renacer de nuevo el espíritu secesionista sobre el que se fundó EEUU. La intensa crisis económica y financiera que vive el país y algunos puntos polémicos del programa electoral de Obama están provocando las ansias de soberanía por parte de algunos congresistas estatales. Los rescates públicos y el creciente endeudamiento vienen acompañados de una nueva oleada intervencionista en el ámbito económico y, por lo tanto, es visto como una amenaza directa a los derechos fundamentales de todo individuo, tal y como defiende la Constitución.

En la actualidad, cerca de 20 estados estudian introducir resoluciones en el Congreso reclamando una mayor soberanía estatal frente a Washington. El último en adherirse ha sido New Hampshire, mediante un documento en el que reclama los derechos estatales de secesión en base a los más puros principios defendidos por Jefferson. Curiosamente, el actual presidente de EEUU, Barack Obama, se declara un ferviente admirador del centralista Lincoln. La noria de la historia siempre nos depara sorpresas.

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