Para la mayoría de los treintañeros, el nombre de Bob Geldof estará siempre asociado a uno de los mayores éxitos del brit pop de los ochenta, el inolvidable tema Do they know it’s Christmas? lanzado para paliar el hambre que por aquellos tiempos diezmaba a la población de Etiopía. Que todas esas calamidades habían sido causadas por un régimen pro soviético, uno de esos que tanto parecen añorar los intelectuales españoles, es algo que algunos averiguamos más tarde. Ni Bob ni sus amigos se molestaron entonces en explicarnos que las penurias de los negritos se debían en gran parte a la mano del hombre. Ahora pasa lo contrario, cualquier racha de lluvia, temporal o verano caluroso es achacado a la economía de mercado, a las compañías petroleras y a los presidentes Bush y Aznar, convertidos en el dios Júpiter por la nueva checa del Círculo de Bellas Artes.
Sin embargo, para todo el que no se puede permitir una visita al quirófano o unos pinchazos de Botox, los años pasan, y Geldof, quien a juzgar por su aspecto debe de estar más retocado que el Alcázar de Toledo, también se ha puesto al día. Del silencio cómplice, la estrella ha pasado a la asesoría de David Cameron, líder del Partido Conservador británico, en asuntos de pobreza mundial. La mala noticia es que Cameron tiene de liberal lo que servidor de cura. La buena es que tras el ínclito Edward Heath y el incompetente Callaghan llegó Margaret Thatcher. A veces la historia se repite.
La última de este gran empresario político, activista incansable de la causa de su cuenta corriente –nada que objetar si no fuera por lo mucho que se esfuerza en ocultarlo con su look de filmotequero y sus continuas peticiones de dinero y de trabajo gratuito, tan habituales que me obligan a sugerir que la Academia Española acuñe la expresión "pedir más que Geldof"– es la creación del Diccionario del Hombre. El proyecto, recién presentado en Cannes con motivo de la celebración de la feria de televisión MIPTV y patrocinado por la empresa estatal BBC, consiste en crear un archivo de idiomas, músicas, filosofías e incluso bromas de todas las culturas antes de que desaparezcan. Nada se dijo del cómo o el porqué de esta nueva versión del pensamiento apocalíptico que nos invade, aunque por los comentarios de muchos de los asistentes al evento mi conclusión es que a buen entendedor progre pocas palabras bastan. Son el calentamiento global, las petroleras, Bush, Aznar y, si el espíritu de Lenin no lo remedia, también Sarkozy.
"Será como el álbum de fotos de familia del mundo", y entre otras cosas contará con 900 cortometrajes de media hora filmados especialmente para el proyecto. Me pregunto si la entrada "Vascos" incluirá, por eso de preservar las culturas antes de que desaparezcan, algún comunicado de ETA, si en "Palestinos" el internauta curioso se topará con imágenes de los niños aprendiendo a colocarse explosivos alrededor del cuerpo, o si en "Mujeres" figurará alguna ablación. Después de todo, ¿quién tiene autoridad para dictaminar qué es cultura y qué no?
El Diccionario del Hombre será puesto en marcha por la BBC, es decir, por los contribuyentes británicos, y por Ten Alps Digital, la empresa de Geldof, que ya se ha buscado un socio capitalista estatal en caso de que la cosa no funcione. A eso algunos le llaman privatizar los beneficios y socializar las pérdidas. Y cuidadito con quejarse, no vaya a ser que lo tachen de insolidario, fascista o cualquier otra lindeza salida del Gabinete de Estudios de La Moncloa o de la Fundación Alternativas.
Huelga decir que la página tendrá publicidad, y como los estatutos de la BBC le impiden cobrar, todos los ingresos irán a parar directamente al rostro de Geldof, que a este paso será el primer humano en alcanzar la eterna juventud. El Diccionario del Hombre permitirá a sus usuarios buscar, añadir y editar contenidos además de trazar su propio linaje. Vamos, que el señor Geldof pretende que la humanidad entera se convierta en empleada de su empresa sin pagar una sola nómina. O en sus propias palabras, "Ten Alps no invierte nada, nosotros sólo ponemos expertos administrativos", y añade "y si no ganamos diez céntimos, no me importa". Y los cerdos vuelan. Volviendo al párrafo anterior, si la BBC pone la pasta y encima puedes cobrar lo que quieras por la publicidad, hay que ser muy bruto para que el asunto no proporcione beneficios. Y si así fuera, siempre queda el recurso a una gira humanitaria por las principales capitales europeas para que las Leires Pajín te abran su corazón… y las carteras ajenas.
En fin, que tras la caída de la mal llamada utopía marxista, la reconstrucción arbitraria del pasado y el terror colectivo se han convertido en los nuevos opios del pueblo. En el mejor de los casos, la moda de la recuperación de la memoria está estimulando a un número nada desdeñable de historiadores, arqueólogos y artistas empeñados en investigar el pasado y de paso derribar algunos de los mitos que han intoxicado a docenas de generaciones. El escritor Charles C. Mann, autor del imprescindible 1491, y el cineasta Mel Gibson son dos ejemplos de esto. En la parte tenebrosa tenemos a todos esos cabecillas fascistoides que, envueltos en las banderas del progresismo y la justicia social, se dedican a embaucar al pueblo reemplazando la política por la estética. Y en medio, oportunistas como Bob Geldof, a los que les basta un líder político acomplejado y un par de empresarios del sector público –disculpen el oxímoron– para dar un pelotazo, hacerse una nueva cirugía estética y encima no pagar un duro de impuestos, ya que la empresa está registrada como "fundación de interés social" o su equivalente en la legislación británica. Como concluiría la poeta manchega, o sea.
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