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El exceso de ideas lleva a la radicalización

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Uno de los leitmotiv de las dos décadas que llevo haciendo modestas contribuciones a la expresión de opiniones políticas en España ha sido convencer a una, siempre reticente, derecha social, que las ideas importan. Y que con la discusión pública de las mismas se cimienta la sociedad en la que nos tocará vivir en pocos años.

Aunque sigo pensando lo mismo, esta vez me toca escribir en contra de las ideas. Y más concretamente contra el exceso de estas que produce una élite intelectual cada vez más fuera de la realidad.

Esta semana hemos asistido a la politización de un suceso trágico. La muerte de una niña por un desgraciado accidente. Hasta hace apenas unos años era totalmente impensable que algo así pasará de unas pocas líneas en la sección de sucesos de la prensa, y los implicados tendrían la inmediata compasión de todos los ciudadanos, sin importar su ideología.

¿Por qué no ha sido así esta vez? Hay que alejarse bastante del suceso para intentar averiguar de dónde viene esta obsesión de una pequeña pero influyente parte de la sociedad por politizar absolutamente todo.

Para hacerlo más fácil vamos a imaginar que nos llamamos Andrés, estamos licenciados en ciencias políticas y compartimos piso en Malasaña mientras esperamos nuestra oportunidad medrando en algún ente vinculado a los partidos de izquierda. ¿Con qué podríamos pasar el rato mientras nuestro momento llega?

Leer sobre las últimas tendencias de nuestra ideología siempre abre puertas en este mundillo. El problema es que los temas clásicos ya están muy manidos y para mantener tu interés se tienen que producir constantemente nuevas ideas. Una maquinaria cada vez más grande funcionando a pleno rendimiento para satisfacer un apetito cada vez mayor.

La demanda de ideas es tan grande que se utiliza cualquier cosa que esté en el imaginario del potencial lector. Y eso lleva la ideología a ámbitos donde nunca había estado.

Es así como el medio de transporte que utilizan los padres para llevar a sus hijos al colegio ha llegado al debate público. Andrés no tiene dinero para comprarse un piso, pero sí tiene tiempo para preocuparse de qué tipo de organización escolar es la mejor para evitar ver esos coches en doble fila cuando va a tomarse su frappuccino a media tarde.

Y lo que es mucho más importante: Andrés no tiene muchos motivos para estar contento con su vida, pero sí puede exhibir una gran superioridad moral al pertenecer a ese exquisito club de personas que sabe cuál es exactamente la mejor forma de hacer cualquier cosa.

Esto no es algo nuevo. El exceso de generación de ideas en la extrema izquierda lleva ocurriendo desde que ésta existe. La ociosidad, la capacidad de copar puestos en organizaciones intelectuales y su peculiar forma de ver el mundo son una combinación perfecta para terminar generando cantidades colosales de farfulla ideológica.

Curiosamente la mejora del nivel de la productividad de Occidente puede estar incrementando dos de estos factores: más tiempo libre puede llevar a sobrepeso mental, y más capital disponible a mejor financiación de instituciones intelectuales.

El resultado es la radicalización de aquellos que consumen cada vez más ideología, pero también de aquellos que no lo hacen, pero reaccionan a la presencia de esta en ámbitos privados de sus vidas.

Quizá, como punto de partida, habría que devolver las ideas a su ámbito y dejar de jugar en un tablero inclinado. Y, por tanto, dejar de considerar la falta de debate en ciertos temas como una señal de radicalidad, cuando es todo lo contrario.

1 Comentario

  1. Nada en exceso; La seguridad te lleva a la ruina.

    – «No puedes ganar acceso al fuero interno de otro ser humano»
    – «Sujétame la birra…»

    A veces, don Fernando, me acuerdo de la rosa del Nilo. Ya sabe, esa planta hermosa que crece en lagunas y pantanos. Parece una pista. Parece que lo bello necesita emerger de lo feo. Parece que el radicalismo es un feo sustrato creado por hermosas ideas para alcanzar un nuevo equilibrio aceptable: un lugar apacible, un sonido dulce, un sabor completo.

    Siempre aparece un desalmado que desprecia los sentidos y la paz, y se pone a pisar las flores y a sembrar cizañas en su lugar. Hace falta ser tonto. Pero parece que la gente va cercando ese centro di gravità permanente. Prueban muchos caminos, se pierden y no se atreven a desandar el camino y elegir otro… Es mejor no condenar más a los condenados, porque ya portan suficiente carga.

    El profesor Changizi ha explicado explica que ese objeto cuyo nombre no mencionaré acá, ese que obligan a los niños a llevar sin ningún motivo, sí, ese, reduce el campo visual y aumenta el riesgo de caídas. No sé si tiene razón, pero se me ponen los vellos enhiestos.

    Ojo con Changizi que es persa de Mesopotamia. Si fuera un león habría que echarle de comer aparte.

    Yo opino, con perdón, que siempre hay que volver a los clásicos. Solo la pereza lo impide. Yendo al grano: el hombre es bueno pero la sociedad lo corrompe. Hay que politizarlo todo para regularlo todo y proteger con ello al hombre de la sociedad, asegurando así que siempre sea un niño puro, incapaz de hacer nada malo. La libertad es temible. Total seguridad: este es el deseo enloquecido que esconden esos radicales que está empujando el péndulo muy lejos de ese centro salvaje e incierto que es óptimo para la vida humana.

    O bien, «llevan muchos años gobernando las derechas y faltan políticas sociales». «El superávit es inmoral, el ahorro mata a los débiles». Otro clásico un poco más difícil de defender. «¡Hay que subir los impuestos y repudiar la deuda!» «¡Hay que subir el sueldo a los legisladores para incentivar que vengan loa mejores cerebros, que son altos directivos en el extranjero!» «La cosecha este año ha sido mala, pasaremos hambre, la culpa es de los judíos: ¡a por ellos!» Son todas soflamas típicas de los que odian pensar, estudiar, cambiar de opinión, aprender, etcétera.

    Mi trola favorita es: «Esos avariciosos ricos, que son todos racistas y machistas y han corrompido el proceso regulatorio, han matado de frío a esa abuelita.» Nunca dirán: «Sí, es cierto que nosotros controlamos todos los precios y que podríamos quitarnos unos cuantos asesores y coches oficiales para dar doscientos euretes a todos los ancianos para que se calienten en invierno y coman mejor, pero aquí el verdadero problema no es nuestra adicción a la mentira, las podemos dejar cuando queramos, sino la crueldad de esos avariciosos que nos obligan a destruir familias, ahorros, culturas y tradiciones, contra nuestra humanitaria voluntad. ¡Los gobernantes somos las víctimas!»

    «Yo no quería, señor juez, el diablo de dijo que lo hiciera».

    Siempre el mismo cuento. Qué bien se vende. Lo fácil es un buen sustituto de lo bello.

    Cualquier adjetivo es un buen sustituto de cualquier verbo. Así se pagan los recibos y las facturas.


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