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El extraterrestre Neil DeGrasse

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Una de las cosas más espectaculares que nos han dado las nuevas tecnologías es facilitar a cualquiera experimentar algo que solo estaba al alcance de los ornitólogos: la puesta, incubación y crianza de pollos de multitud de aves silvestres.

Recomiendo a todos los padres, especialmente a los que están criando a sus vástagos en entornos urbanos, que acerquen a sus hijos a este espectáculo que nos da la naturaleza. Los beneficios son muchos, pero resalto dos:

Le acerca a la vida silvestre de una forma que no se consigue de ninguna otra forma. El pollo al que, con suerte, ven salir volando fuera del alcance de la webcam, era un simple huevo unas pocas semanas antes. Lo que a los seres humanos nos lleva lustros, las aves lo tienen que hacer en pocos días. Y es una gesta que se repite todos los años.

Lo segundo es aún más importante: entender que la evolución ha hecho aflorar multitud de formas de sobrevivir. Y ninguna se puede juzgar desde ninguna de las moralidades humanas que nos permiten vivir en civilización.

Las cigüeñas suelen poner en torno a cinco huevos. Si eclosionan todos y la comida no es abundante, o el nido es pequeño, el padre escoge a un cigoñino, normalmente al más pequeño, y lo expulsará del nido. 

Las águilas calzadas ponen dos huevos. El primer pollo en eclosionar tendrá preferencia jerárquica sobre el segundo, aunque les separen pocas horas, y cualquier estrés que sufra, ya sea provocado por el hambre o por el simple carácter del pollo, supondrá la muerte de su hermano, al que no dejará comer o matará directamente si sus fuerzas lo permiten.

Es el funcionamiento de la evolución, y es algo a los que nuestros antepasados estaban expuestos en su día a día y lo daban por sentado. Pero en entornos urbanos con cada vez menos exposición al mundo natural, y con sobreexposición a un mundo paralelo de animales ficticios y mascotas, cada vez se hace más necesario tener ventanas que nos acerquen a la realidad, y nos permitan dejar de romantizar a la vida salvaje.

Pero hay una segunda consecuencia de vivir en una burbuja que nos aleja de la naturaleza: creer que no hemos evolucionado en la tierra y que venimos del espacio.

Muchos intelectuales, normalmente vinculados a las humanidades, hablan del ser humano como si fuéramos mentes que han surgido de las estrellas, en vez de homínidos que han sido esculpidos por el entorno terrestre durante miles de años de evolución. O como decía Félix Rodriguez de la Fuente, como si fuéramos unos extraterrestres que acabáramos de bajar de la nave para colonizar el planeta Tierra.

Lo curioso es que esta forma de pensar se está extendiendo al mundo científico arrastrada por el ecologismo, el veganismo y demás ismos vinculados a la nueva religión progresista que domina casi todo en estos días.

Muestra de ello es un tweet de Neil deGrasse Tyson de hace unos días, donde afirma que al parecer unos supuestos alienígenas se sorprenderán de que el ser humano se siga alimentando de secreciones animales o que tenga que matar para sobrevivir.

¿Cómo podrían sorprenderse de algo así? Tenemos un planeta lleno de miles de especies de flora y fauna, y la dominante se alimenta de exactamente lo mismo que el resto, pero de una forma más evolucionada. ¿Sorpresa? Lo sorprendente sería que la especie que domina un planeta no tenga nada que ver con el resto de las especies que lo habitan. En ese caso podríamos llegar a la rápida conclusión de que tuvo que llegar en una nave espacial, y por tanto es ajena al mundo que estamos estudiando.

Es algo bastante básico al alcance de cualquier estudiante de biología que haya leído y entendido a Darwin. Por lo tanto, cualquier persona de ciencias que se posicione en el bando de los sorprendidos de Neil deGrasse no está haciendo más que negar un dato básico de ciencia por no coincidir con un precepto de su religión.

Pero es una religión muy particular. Un Dios todopoderoso no sería fruto de la evolución, pero nunca se sorprendería por ver al ser humano caer en su naturaleza. Podría ser severo o indulgente, pero al menos nos conocería (somos su creación), y comprendería por qué hacemos lo que hacemos.

En cambio, los extraterrestres de Neil, que por lo que sabemos de existir deberían ser fruto de un proceso similar al que ha generado nuestra especie, ni siquiera vendrían a visitarnos con la voluntad de entendernos, sino de juzgarnos en base a una moralidad que prohíbe consumir materia viva para producir energía. Unos seres que han ido más allá del veganismo y que no entienden que otros organismos no hayan alcanzado su grado de sofisticación.

Unos extraterrestres progresistas, vamos. Como el extraterrestre Neil deGrasse.

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