Entre las muchas tonterías que se han dicho sobre el accidente de tren de Santiago, mi favorita es aquella que viene a decir que el hecho de que el maquinista se negara a declarar ante la policía, una vez imputado, era un signo claro de culpabilidad e intención de no colaborar con las autoridades. Hasta hubo algún entusiasta que propuso negar ese derecho en casos tan graves como éste.
Lo malo de la forma de pensar de la masa es que solo se fija en las consecuencias inmediatas de las acciones que propone, y nunca se para a pensar en los efectos secundarios que provocarían en el caso de que alguien les hiciera caso.
Y es que el derecho a no declarar cuando la policía o un juez deciden imputarte un delito es uno de los más fundamentales de los pocos derechos reales que tenemos.
Esto es así por una razón muy sencilla: cuando la policía decide imputarte un delito es que han decido, unilateralmente, que tú vas a ser la solución al problema abierto que quieren cerrar. Con un juez de instrucción pasa tres cuartos de lo mismo, aunque con algo más de garantías, no muchas, de que se están respetando tus derechos y no colocándote un muerto al tuntún.
Ya sé que ahora los amantes del gremio policial me dirán que estoy exagerando y que la policía es un garante de nuestros derechos y tal. La realidad es que a la gente se le debe juzgar individualmente, no por gremios, y en un cuerpo con docenas de miles de miembros hay de todo, incluidos los patanes que acusan al que pasa por la calle en el momento menos oportuno, los que quieren hacer mérito ante el jefe, y los que ajustan cuentas personales, o políticas, valiéndose de la placa.
Por desgracia la imagen que se da del trabajo policial no sólo no advierte de estos riesgos, sino que hasta se ve con buenos ojos que los policías utilicen ciertos vacíos legales para "hacer justicia". Ejemplo de ello las numerosas series televisivas donde el poli de turno engaña al acusado para que confiese antes de que llegue su abogado o le retiene con cualquier excusa hasta que le puede acusar de lo que quieren. Por desgracia los policías reales no tienen el don de la clarividencia y si pudieran usar estos trucos cometerían bastantes injusticias, que a diferencia de los delitos que persiguen, serían cometidas utilizando el monopolio de la violencia del que disfrutan, y financiado por el dinero de sus potenciales víctimas.
Así que la próxima vez que el malo de turno se niegue a declarar ante la policía, no solo no nos deberíamos indignar, sino que deberíamos estar satisfechos de que en este país aún se respete (veremos por cuánto tiempo) que un individuo, por muy malo que sea lo que presuntamente ha hecho, no es pisoteado por los poderosos, y puede tener la oportunidad de defenderse sin que le pasen por encima por el simple hecho de estar en posición de ser pasado por encima. Porque de esas cosas, y solo de esas, depende la libertad de todos nosotros.
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