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El inversor no es Satanás

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«Quien invierta en acciones no debería estar demasiado preocupado por las erráticas fluctuaciones en los precios del valor, puesto que a corto plazo el mercado de acciones se comporta como una máquina de votar, pero a largo plazo actúa como una báscula».

Benjamin Graham.

 

Una de las figuras más demonizadas por la izquierda, aunque la derecha tampoco se queda atrás, es la del empresario. Sin embargo, cuando nos referimos al inversor, la cosa se pone aún más fea, pues estamos hablando del mismísimo Diablo.

Los empresarios, entendidos como personas creativas que arriesgan su capital para satisfacer a la sociedad en un entorno de libertad y no como seres que se lucran gracias a privilegios en un ambiente coactivo, son los auténticos héroes de nuestra época. Además, son quienes transforman el mundo en un lugar mejor, al ser los encargados de coordinar los distintos desajustes que existen, convirtiéndolos en riqueza, como ha quedado acreditado en multitud de casos: Henry Ford (padre de la producción en serie), Jimmy Wales (Wikipedia), Peter Thiel (PayPal), John Deere (fabricante de maquinaria agrícola), Mark Zuckerberg (Facebook), Reid Hoffman (LinkedIn), Satoshi Nakamoto (Bitcoin) o muchísimos otros más desconocidos para el gran público.

Pero ¿y el inversor? ¿Cumple alguna función social o es realmente Satanás?

Si entendemos por inversor a aquella persona que utiliza privilegios en mercados intervenidos por organizaciones coactivas –ya sea el Estado o cualquier otra- para lucrarse, no sé si se le podría llamar Satanás, pero, desde luego, lo que no se le puede considerar es un inversor. 

El inversor, al igual que el empresario, cumple una importantísima función social coordinadora y es pieza clave en el fenómeno de creación de riqueza en  nuestras sociedades.

Son bastantes los empresarios que tienen grandes ideas y no pueden llevarlas a cabo por la falta de financiación necesaria o no pocas las empresas -pequeñas, medianas o grandes- que tienen buenos proyectos, pero peligran por la carencia de capital. Es especialmente en estas circunstancias cuando el inversor juega un papel clave en el fenómeno de creación de riqueza, pues, ante esta descoordinación, arriesga su dinero para cooperar con iniciativas que benefician a la sociedad.

El inversor, al igual que el empresario una vez más, puede ser grande o pequeño, eso no es relevante, pues lo importante es que contribuya en la producción de riqueza. El ejemplo más claro es la inversión en bolsa, donde se puede comprar desde una única acción hasta un paquete importante de acciones de una empresa.

Algunos pueden ver a grandes inversores como Benjamin Graham, Peter Lynch, John Templeton o Francisco García Paramés como personas que se han lucrado aprovechándose de los demás, pero esa es una visión totalmente equivocada. Los inversores que más ganan, una vez más al igual que los empresarios, son aquellos que más contribuyen a mejorar la sociedad.

Los inversores arriba citados, por cierto, bajo una estrategia de inversión en valor o value investing, son un claro ejemplo de ello. No sólo han colaborado con sus inversiones en empresas en las que, por distintas circunstancias, el mercado había dejado de creer, sino que además han hecho que muchísimas personas ganaran dinero gracias a ellos.

Llegados a este punto, alguno podría pensar que si de lo que se trata es de financiar grandes ideas o buenas empresas, por qué no es el Estado el que se encarga de ese aspecto. Pues bien, al igual que el Estado no puede realizar el papel descubridor y creativo del empresario, tampoco puede llevar a cabo la función del inversor, pues ni tiene los incentivos adecuados ni posee la información necesaria. Prueba de ello son la multitud de proyectos fallidos de I+D+i o de empresas públicas o privadas que son financiadas con dinero público sin ningún tipo de éxito. Es más, cuando un inversor se equivoca, quien pierde el dinero es él, sin embargo, cuando el Estado juega a ser inversor, quien pierde el dinero es el contribuyente.

Por todo ello, el inversor no solo no es Satanás, sino que cumple una importantísima función en el fenómeno de creación de riqueza. Y para que pueda cumplir tan decisiva misión es fundamental que exista libertad.

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