Lo dice Gregorio Marañón en el prólogo a sus Ensayos liberales: «ser liberal es (…) primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo». Es una actitud hacia los demás, es un talante, una forma de actuar. Ser liberal es, en definitiva, ser tolerante. Esta idea se repite en otros pensadores liberales españoles de comienzos del XX, como Ortega y Gasset o Madariaga. Esta idea ha quedado impresa en muchos españoles que se llaman y son liberales y en otros que no lo son. Es una idea que me produce mucho fastidio, he de decir, y pienso en responderla cuando me la encuentro, que no es en pocas ocasiones. La última es una entrevista a Irene Lozano en que la periodista dice: «Un verdadero liberal es alguien dispuesto a reconocer la razón a los demás.»
Si el liberal es ante todo quien muestra tolerancia hacia las ideas ajenas, ¿qué queda de las propias? Si el liberalismo es un puente entre dos puntos, dónde se encuentren éstos no es lo importante. Y, por tanto, cuáles sean tus ideas no es relevante para que te puedas considerar un liberal, porque ello depende de que observes con tolerancia las de los demás. Ante el liberalismo como tolerancia, la ideología liberal se diluye.
A la tolerancia le ocurre como a la verdad, que son ambas vecinas de la libertad y en ocasiones se las confunde. La coacción supone una primera intolerancia, pero esta actitud personal puede darse incluso con una cerrada defensa de la libertad ajena. Uno puede ser intolerante con las ideas o comportamientos del vecino, negarse a escuchar sus argumentos, lanzar anatemas contra sus gustos o preferencias y defender, no obstante, su libertad de tenerlos. Por otro lado, la libertad permite beneficiarnos a cada uno de nosotros del conocimiento que está disperso entre toda la sociedad pero que es inaccesible, por su volumen y por sus características, para cada uno de nosotros. Y esa misma ignorancia también juega un papel en la tolerancia pues, como dice Hayek, «el clásico argumento a favor de la tolerancia formulado por John Milton y John Locke y expuesto de nuevo por John Stuart Mill y Walter Bagehot se basa, desde luego, en el reconocimiento de nuestra ignorancia».
Es clásico del liberal reconocer la falibilidad en el conocimiento y el juicio individuales. Si los demás están en un error en sus opiniones, nosotros podemos también equivocarnos. Y si siempre existe la posibilidad de que estemos en un error y el otro puede ayudarnos a enmendarlo, si la del conocimiento es una «búsqueda sin término», tenemos que ser tolerantes con el argumento opuesto o estar dispuestos, al menos a escucharlo. Ese comportamiento supone reconocer los derechos del otro y, en consecuencia, es una actitud típicamente liberal.
Pero no deja de resultar significativo que quien más insiste en el liberalismo como talante traiciona con más asiduidad la defensa de la libertad.
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