La comprensión de los principios fundamentales que nos unen a todos es clave, pero si las ideas no llevan a la acción se convierten en un perfecto caldo de cultivo para el ombliguismo.
Se pregunta Raquel Merino, la vicepresidenta del Instituto Juan de Mariana, en “¿El liberalismo era esto?” por la relación entre el liberalismo y el activismo social. Me causa cierto desconcierto algunas partes del artículo, con el que coincido en casi todo. Se diría que el activismo social implica necesariamente imponer una manera de vivir. Y, en ese sentido, es muy obvio que el liberalismo no tiene ninguna relación con esas pretensiones, tanto si se trata de imponer la perspectiva de género como de imponer la perspectiva contraria negacionista. Tanto si se trata de imponer la defensa de los débiles como si se trata de imponer la defensa de los poderosos. No, yo no creo que estamos aquí para eso.
Sin embargo, guardo en mi memoria el artículo publicado en el año 2008 por Gabriel Calzada, presidente del IJM y rector de la Universidad Francisco Marroquín, acerca del activismo de Richard Cobden. El título era una exhortación: “Aprendamos de Cobden”. Frente a la corriente mayoritaria en nuestro think tank, centrada en los análisis teóricos, en los que los temas más populares eran (y tal vez sigue en lo alto del ranking) el debate acerca de la reserva fraccionaria o las bondades del anarcocapitalismo, Gabriel nos animaba a aprender de un tipo al que sin duda llamaríamos propagandista. En sus propias palabras:
Sabía perfectamente que las ideas tenían un enorme poder pero al mismo tiempo era consciente de que la razón intelectual no era suficientemente potente como para cargar sus causas con el peso necesario como para derribar es status quo que se oponía a un régimen de libertades individuales. (…) A día de hoy Richard Cobden sigue siendo el ejemplo perfecto de una persona que reúne un conjunto de virtudes difícilmente coincidentes en un solo hombre: conocimientos teóricos, experiencia práctica, facilidad de palabra, entusiasmo contagioso, amplia visión de los parabienes de la libertad, clara idea de las estrategias alternativas que permiten impulsar las políticas liberalizadoras y un perfecto entendimiento de los incentivos que impiden el avance de la aplicación de las ideas liberales. Si ponemos todas estas características en la mente de un hombre y le añadimos un esfuerzo aparentemente inagotable nos encontramos con uno de los más grandes activistas liberales de todos los tiempos; un hombre a quien tenemos mucho que agradecer y de quien tenemos mucho que aprender (si queremos ver cómo se aplican nuestras ideas).
Efectivamente, la comprensión de los principios fundamentales que nos unen a todos, que no tiene que ver con la memorización y repetición de las ideas ajenas, sino que consiste en su asimilación, son fundamentales. Pero esa internalización de los principios básicos debería llevar a la aplicación de nuestros principios. Si las ideas no llevan a la acción se convierten en un perfecto caldo de cultivo para el ombliguismo (a solas y en compañía de otros) y la autocomplacencia más destructiva imaginable. He vivido el ejemplo de lo que “debe ser” observando a Manu Llamas defender el capitalismo en campo enemigo. Sin mirar al moderador, dirigiéndose cara a cara a la gente que abarrotaba el Café Libertad 8, y preguntándoles directamente, de tú a tú, antes sus caras atónitas y algún que otro murmullo reprobador, Manu me enseñó muchas cosas. Tengo que decir, con mucho orgullo, que ninguno de los que allí estaban fue capaz de levantarle ni un solo argumento. Eso es activismo social. Manuel estaba informando, sin juzgarles a ellos, de las consecuencias de dos sistemas que se fundamentan en principios. Yo les hablé de principios y no surtió efecto; Manu les atizó con datos, con cuestiones de su vida y les ganó por completo.
Estoy totalmente de acuerdo con Raquel Merino en que decir a nadie qué tiene que querer, pensar o cómo tiene que vivir, es intolerable para el liberalismo que ambas defendemos. Es precisamente lo que me diferencia (entre muchas otras cosas) de las feministas excluyentes que te insultan si decides por ti misma acerca de tu propia higiene o si opinas diferente a ellas acerca de lo que sea. Pero también me separa de quienes desde el propio liberalismo manipulan mis palabras, a veces me insultan o me desprecian por mirar determinados problemas sociales como qué hacemos con los pobres, qué pasa con las mujeres que aún viven sometidas al machismo (ejercido por ellos y ellas, con o sin complicidad estatal), cómo resolveríamos a día de hoy, con los naipes ya repartidos sobre la mesa, el tema de las pensiones, o de la educación de los pocos niños que quedan en el Alto Aragón, o el tema de los desahucios de ancianos pobres que han avalado a los nietos con sus casas. Hablar de ello, aportar datos, informar a la sociedad de la existencia de los problemas, valorar la realidad o no de las estadísticas que se suelen aportar, es activismo social. Negar la existencia de cualquier problema o considerar que no hay que planteárselo más allá de una confianza ciega en que antes o después el mercado lo resolverá, me parece irresponsable. El mercado no es el bálsamo de fierabrás, ni un mecanismo perfecto. No caigamos en el mal mecanicista de neoclásicos y keynesianos. Para que cayeran las Leyes del Cereal, Richard Cobden tuvo que hacer muchas cosas: convencer a estos, a los otros, buscar quién podía sacar partido de la derogación de esas leyes. La acción humana es la base del proceso que sucede en el mercado. Y el activismo social, en tanto que, por un lado, pone encima de la mesa de la sociedad problemas que existen y que, por otro, aporta soluciones que no implican vivir a costa del otro, sino actos voluntarios, no es, desde mi punto de vista, negativo ni contrario a los principios liberales.
12 Comentarios
La libertad como idea motora
La libertad como idea motora solo es poderosa en circunstancias extraordinarias. El mismo idioma agrupa en esa palabra conceptos divergentes y hasta contrapuestos. Y las preferencias personales de un «amante de la libertad» pueden hacer casi imposible el diálogo con otro «amante de la libertad» con el que se siente una traza de sintonía.
La alta definición del «liberalismo» vendrá de un movimiento nuevo que, de manera natural, incluya todos sus presupuestos pero asidos a una idea política, filosófica o estética con más «fuerza tractora».
Buen artículo
Buen artículo
Raquel Merino no es la
Raquel Merino no es la «vicepresidenta» [sic] del IJM, al igual que Mariano Rajoy no es el «presidento» del gobierno que padece España. Si señalo que el participio presente no cambia con el género, que es igual (terminado en -e) independientemente del sexo de la persona que realiza la acción (presidir, en este caso), que, en definitiva, es «unisex», ¿me hará tal observación merecedor del (des)calificativo «negacionista»? Sí, negacionista como esos neonazis que cuestionan el Holocausto o sus cifras. ¡Vaya primer párrafo con el que empieza el artículo! Sin embargo, estos indicios lingüísticos de asimilación por la mente colmena de los Borg no vienen solos. Otros autores del IJM también muestran esos indicios en artículos recientes. Y la propia María Blanco, a comienzos de esta semana, utilizó el término Borg-politiqués «puntual» en la tertulia económica del programa de radio de Luis Herrero (seguro que cuando era una chica de quince años solo utilizaba la palabra «puntual» en castellano, para referise a algo o alguien que llega a la hora establecida). Ante las decenas o cientos de miles de personas que constituyan la audiencia de estos medios. Y luego nos dirán que la libertad conlleva responsabilidad…
No se trata, por mi parte, de ser un inquisidor gramatical de nuestra lengua, el castellano o español. Todos cometemos errores. Es un fenómeno muy concreto, muy significativo y de trascencedencia colectiva el que me lleva a este tipo de llamadas de atención: la invasión y sustitución de nuestra lengua por el Borg-politiqués que okupa las mentes del público como un programa malicioso propagado desde sistemas centralizados controlados por el poder: políticos que están todo el tiempo hablando en los medios de control de masas, los propios medios de control de masas con sus «profesionales» incapaces de demostrar criterio en el uso de su herramienta principal de trabajo, el sistema de «educación» gubernamental.
La falta de resistencia ante esta invasión/corrupción en el ámbito mental es un indicio de falta de espíritu crítico, en el ámbito de la lengua y, dado que esta es mediadora del pensamiento, también más allá de lo puramente lingüístico. Es un indicio de falta de diferenciación individual, es decir, de una excesiva tendencia a buscar la conformidad con la masa, pasando por encima de valores mucho más importantes. Es un signo de interiorización del lema Borg «toda resistencia es inútil». Se interioriza el principio Borg y se aplica en la práctica. Se empieza por la lengua y vaya usted a saber por dónde se sigue.
En el último artículo de Raquel Merino no hay indicios lingüísticos de asimilación por la mente Borg-politiquesa. Hay una expresión peculiar, si no incorrecta, pero nada propagado por el incesante ataque centralizado de los Borg. Y su artículo no se refiere a una amenaza hipotética, sino a un fenómeno real que se está produciendo ahora y en todo lugar donde ebulle cierta inquietud liberal: el intento de diluir y tergiversar la filosofía liberal y transformarla en un elemento inocuo para el Poder. De nuevo, asimilación por el Borg. En el artículo de Raquel Merino nada implica que no se deba luchar por los principios liberales, sino que comenta un paso previo imprescindible: tener claros cuáles son esos principios. Propio de una mente ordenada y lógica. En este artículo de María Blanco, la autora se queja (¿o presume?) de que algunos liberales «manipulan sus palabras». Curioso.
¿Richard Cobden? Admirable y fuente de inspiración práctica, cierto. Sin embargo, con perspectiva histórica, no cambió el rumbo de su país, que ahora es un estado policial-fiscal, como ocurre en general con la mayoría de los países de «El Mundo Libre», todos con su legislación hipertrofiada e intrusiva, todos con sus sistemas de espionaje masivo a la población, todos con su respectiva Fiscapo (en los infiernos fiscales, las policías fiscales son la nueva reencarnación de la Gestapo de la Alemania nazi: el progreso no elimina la barbarie, solamente la perfecciona) y la perversa ideología que pretende legitimar sus acciones y las obligaciones que impone. Richard Cobden, sin duda, mejoró la situación para sus paisanos en su aquí y ahora, que no es poco, pero en el esquema general de las cosas su activismo resultó ineficaz considerado a más largo plazo. La tendencia del Estado a crecer hasta la hipertrofia no se truncó. Eso es algo que debería hacernos reflexionar. Tal vez lleguemos a la conclusión de que la claridad y pureza de los principios es primordial, que el argumento ético siempre es más fuerte que el argumento de la eficiencia y la preocupación por problemas concretos. Sin estas convicciones, sin esta comprensión, no tenemos fundamentos sobre los que cimentar un cambio liberal históricamente significativo y duradero. Un activismo tácticamente inteligente viene después, una vez establecidos los principios (Principio de No-Agresión) y la visión estratégica.
Jubal
Gracias por el anónimo
Gracias por el anónimo comentario, por su seguimiento atento de mi vocabulario y su tiempo. Es extraño que la Real Academia acepte el femenino y el masculino de un nombre (vicepresidente/a es un sustantivo). Usted, seguro, sabe mejor que nadie acerca del uso de la lengua española aunque haya confundido el participio presente con el sustantivo. Al igual que la acepción de la palabra «puntual» como ocasional, que aunque le decepcione he utilizado miles de veces en mi vida. No entiendo que sea politiqués. Pero es debido a mi infinita ignorancia. Las correcciones lingüísticas, adecuadas o no, no sé qué tiene que ver con el negacionismo que menciono, lo cual me alegra porque me indica que está usted alejado de esas posiciones.
Su valoración acerca de Cobden es penoso, también se lo digo. Pero no le voy a decir ni una palabra, humildemente creo que juego con ventaja, por las ocasiones que he tenido de estudiar su obra, su movimiento y la repercusión de su trabajo en su época.
Un saludo.
(Raquel y yo, que somos amigas, hemos hablado acerca de esto. Ella es la editora de este artículo (y de los demás), así que no quisiera de ninguna manera que nadie interpretara que mi artículo es un ataque, más bien, y tras charlar, como hacemos muchas veces, es un complemento a su artículo).
Por dios, ¡mis ojos! Qué
Por dios, ¡mis ojos! Qué estupidez acabo de leer? Ha resucitado Cantinflas?
¿Pero cómo que qué hacemos
¿Pero cómo que qué hacemos con los pobres? Llévelos usted de excusión si les apetece, pero plantear este tipo de cuestiones en abstracto tiene su peligro. Lo tiene porque sugiere que sobre la sociedad pueda recaer algún tipo de responsabilidad moral, y de ahí a justificar la coacción personal no hay más que un paso.
La sociedad, la necesidad, la solidaridad… son campanudas imágenes que a todos nos conmueven –arrasado estoy en lágrimas-, pero carentes de objetividad y entidad operativa, por no decir real. La sociedad es sólo un conjunto de personas con multitud de legítimos intereses contrapuestos –no una secta o un club de amigos de los ovnis- que el activismo social trata de homogeneizar en beneficio de determinada visión particular. Creo que el liberalismo bien entendido no propugna ninguna de estas visiones o concepciones materiales de sociedad perfecta, sino más bien la negación de tal pretensión. Sería la meta-idea de que ninguna idea debe prevalecer de manera violenta, es decir, la convicción de que no es lícito atacar al prójimo para imponerle ninguna convicción de segundo nivel (sin que tal axioma se imponga atacando sino defendiéndose). Jugar a las canicas o tratar de difundir pacíficamente cierta preferencia social concreta (por ejemplo, la igualdad salarial o sexual), la que sea, no contradice el liberalismo (metapreferencia) pero tampoco es su propósito ni tiene nada que ver. Por lo tanto, debería quedar claro: jugar a las canicas o rechazar o aprobar el racismo pacífico no contradice principios liberales, pero de ahí tampoco se sigue que sea liberal.
Improcedente artículo en mi opinión. Inane si no capcioso, mezcla alegremente activismo social y liberal, cuando si no son antitéticos –admitamos que activismo socialista no sea lo mismo que social-, lo parecen. El problema del liberalismo –parafraseando a Monod sobre el darwinismo- es que todos creemos saber de qué va.
Sobre todo usted.
Sobre todo usted.
No sólo Cobden…. tambien
No sólo Cobden…. tambien Frédéric pasó a la acción.
Y si, el liberalismo tiene una tendencia natural al ombliguismo porque tenemos una corriente en las afueras del sistema llamada anarcocapitalismo que pone y quita etiquetas de liberales a quienes simplemente tratan de hacer avanzar hacia mayores cotas de libertad una sociedad de socialismo buenista muy dificil de combatir con conceptos abstractos pero nunca con sentencias del día a día, de la cotidianidad, de los barriles de vino, las hachas, las velas y los vidrios rotos.
Es lo cotidiano lo que es profundamente liberal en cuanto se jarba un poco. Pero hay que ponerse a ello sin estirar el chicle del concepto hasta la incomprensión del común de los mortales.
Y ponerse a ello es, lo primero, aceptar las reglas del juego. Las sociedades modernas actuales se caracterizan por el choque de ideas en la arena política y sufre o disfrutan del beneplácito de las mayorías en las elecciones democráticas. Cualquier cosa que signifique no aceptar eso es estar fuera del sistema. Te inhabilita para cualquier intento de convencer a nadie para cambiar las cosas… porque, en el fondo, lo que se está diciendo es no se quiere hacer el esfuerzo necesario para cumplir y conseguir lo que se predica.
Es el mal del liberalismo patrio. El anarcocapitalismo, dando la coña conceptual, y el liberalismo de salón alejado de la lucha politica por quítame allá un concepto, o quítate que me manchas dijo la sartén al cazo.
Y luego, cuando se está es cuando se contestan a las preguntas…. difíciles… Pero es que esas preguntas difíciles hay que contestarlas con la verdad. Los pobres no son un problema… son una consecuencia. Una consecuencia de un sistema que impide a esos mismos pobres forjarse un futuro. Y la escales de montaña es consecuencia de que en la montaña hay pocos niños. No hay pocos niños porque no hay escuelas, que sería poner la consecuencia antes que la causa.
¿Cuánto cuesta cada cosa…? el mercado es el que fija el precio. Hagamos de esa idea la solución. Si para solucionar el problema de los pobres hay que pagar, seguiremos teniendo pobres. Si hay que dar clases a los niños de montaña lo que habrá que saber es cuánto quieren aquellos que quieran trabajar dando clases… Eso es el mercado. Esa es la solución.
Bravo! Es exactamente por ahí
Bravo! Es exactamente por ahí por donde voy. Pero no rechacemos formularnos las preguntas de la gente, solamente porque no sean «elevadas». Hagámoslo y contestemos con nuestros principios. Muchas gracias.
María…. yo lo hago todos
María…. yo lo hago todos los días en cuanto me dan ocasión….
que no es todos los días, precisamente.
El problema es que no tenemos costumbre en este país a cuestionarnos cosas y en cuanto se encuentran con alguien que les pone frente a sus miedos y sus traídas y llevadas consignas, fáciles, comestibles, digeribles, se encuentran faltos de habilidades para pensar por sí mismos.
Ese es el gran mal del socialismo en toda su negrura. El someter al individuo a la inanidad.
Pero por mi que no quede… aunque haya días en que a uno le den ganas de borrarse…..
el anonimo soy yo….
el anonimo soy yo….
joer con lo del código para
joer con lo del código para publicar….