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El mal empresario

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Dicen que el capitalismo está terminando con el Estado del Bienestar, que los bancos han arruinado a la gente y que los empresarios explotan a sus trabajadores. Afirmaciones que no se sostienen si examinamos el paraíso socialdemócrata en el que vivimos donde no hay actividad económica que no esté regulada por el Estado ni un solo banco que haya actuado al margen del sistema de bancos centrales. Los empresarios no son ajenos al sistema, y cuando no hacen negocios gracias a una concesión administrativa reciben una hermosa subvención para atender este o aquel bien público. Todo sea por garantizar los "derechos" o el "interés general". Vivimos en un país en el que los políticos han decidido hasta los partidos de fútbol que deben verse en abierto entrometiéndose en la explotación legítima de este entretenimiento televisado.

Miren a su alrededor y piensen en un sector en el que la actividad empresarial no dependa directa o indirectamente del Estado. De las escuelas concertadas pasando por los medios de comunicación que reciben campañas publicitarias públicas hasta las fundaciones "liberales" que se financian a través del Presupuesto General del Estado, resulta casi imposible encontrar en España a alguien que se haya hecho a sí mismo sin la ayuda del Estado. El capitalismo es todo lo contrario a lo que hemos padecido, así que deberíamos ser más cuidadosos a la hora de encontrar culpables.

No es posible abrir o mantener una empresa sin verdaderos intérpretes de la burocracia que permitan poner y mantener en orden todos los papeles que en no pocos casos sirven para pagar altos impuestos. Una alta presión fiscal que no solo promueve el fraude sino que directamente desincentiva el trabajo ya que muchas veces se da la paradoja de que con menor esfuerzo los ingresos netos son mayores. Y a nadie le gusta deslomarse para que el ministro recaudador de turno expropie parte de la riqueza que generamos para repartirla a diferentes fines. No es una cuestión de que el Estado gaste mejor sino de que gaste menos, de que permita que la sociedad provea los servicios que en riguroso y quebrado monopolio se ha otorgado lo público. Los mercados regulados son infinidad y si empezamos a recapitular los sectores que funcionan a través de concesiones no terminaríamos nunca, del espacio radioeléctrico a los taxis. No solo en una administración sino en varias, de la local hasta la europea. También dicen que quieren (todavía) más Europa y alguno amenaza con crear instancias mundiales; el protocolo de Kyoto como ejemplo y la factura eléctrica que pagamos, mes a mes más cara, como síntoma.

Los empresarios que han podido sortear todas estas barreras de entrada merecen ser reconocidos como verdaderos héroes. Adelantarse a las necesidades futuras del mercado ya es meritorio, pero hacerlo cuando la seguridad de la concesión o el calor de la subvención acarician la cuenta corriente requiere mayor reconocimiento. Sobre estos emprendedores es sobre quienes debemos volcar nuestras esperanzas, y no en los políticos. El mal empresario es el Estado, que exprime a los contribuyentes antes que recortar los privilegios de aquellos que beben del maná público. Defender el Estado y los llamados "derechos consolidados" equivale a defender el sistema de castas y privilegios con el que hemos cargado hasta ahora. El Estado es el problema, y el capitalismo la solución.

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