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El milagro escocés

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A principios del siglo XVIII, Escocia era un país atrasado, castigado por el hambre, y formalmente independiente, aunque sufría la opresión semicolonial inglesa. Sin embargo, a lo largo del siglo, llegó a convertirse en uno de los países más ricos e industrializadas del mundo y en la cuna de la Revolución Industrial inglesa.

La renovación de Escocia, parecida a la del ave Fénix, fue un modelo para toda la Europa del siglo XIX porque fue capaz de modernizar el país sin caer en el callejón sin salida del terror al que habían llevado las reformas de la Revolución Francesa.

Durante la Edad Media hubo una constante rivalidad y conflictos sangrientos entre Escocia e Inglaterra que llevó a los dos países a elegir diferentes modelos de protestantismo. Enrique VIII fundó la Iglesia anglicana y arrancó a Inglaterra del ecumenismo católico. Escocia, influenciada por un carismático John Knox, eligió el calvinismo en 1560. El credo calvinista no sólo impuso una vida puritana a los escoceses, sino que su método de autogobierno a través de los presbiterianos elegidos por los creyentes de cada comunidad, dio muestras de que tanto la fe moral como el autogobierno que surge de la fe interior pueden mantener el orden social, en oposición a un modelo de iglesia jerárquicamente establecido de arriba hacia abajo. 

En este sentido, fue muy importante el ingente esfuerzo que llevó a cabo la iglesia para educar a los creyentes escoceses en el conocimiento y la comprensión de la Biblia. En cada parroquia fueron fundadas escuelas en las que se enseñaba a leer, escribir y las destrezas básicas. En términos modernos, se había producido una revolución educativa: alrededor de 1750, el 75 por ciento de los hombres sabía leer y escribir, y las discusiones sobre las interpretaciones de los textos bíblicos contribuyeron a desarrollar su capacidad de razonamiento; en 1795, había 10.500 maestros para un millón y medio habitantes.

Pero los escoceses no solo leyeron la Biblia; se abrieron varias bibliotecas en las ciudades. Según los registros contemporáneos de la biblioteca Inerpeffray, las obras de Locke y los maestros de la Ilustración francesa fueron sacadas en préstamo por ciudadanos y trabajadores, entre los que hay registrados panaderos, herreros, braseros y campesinos. Por otra parte, la expansión del consumo de té redujo el consumo del alcohol y sus efectos, lo que contribuyó significativamente a la mejora del estado de salud de la población. 

Esta revolución educativa trajo consigo el auge de la educación universitaria. El número universitarios se triplicó a lo largo del siglo. Las universidades de Glasgow y Edinburgo se convirtieron en las mejores universidades protestantes. El bajo coste de la matrícula (diez veces menos que la de la Universidad de Oxford) atrajo a jóvenes talentosos de las clases bajas.

El impacto de las universidades se extendió más allá de sus muros: las clases estaban abiertas, todo el mundo podía escuchar, no solo los estudiantes. Los profesores solían impartir conferencias públicas a las que, según los registros, asistían de 200 a 300 personas. En el seno de estas universidades se formó el círculo de influyentes pensadores de la Ilustración escocesa, Francis Hutcheson, David Hume y Adam Smith que revelaron a través de sus obras al mundo cuál había sido la receta para el surgimiento de Escocia, para que el país se convirtiera en «el taller del mundo», en una isla de prosperidad para la mayoría de los habitantes, no solo para la elite oligárquica.

La revolución educativa por sí sola no fue suficiente para abrir paso al desarrollo, aunque fuera un elemento esencial. La otra clave del avance se basó en el orden legal que garantizaba la protección de la propiedad, la libertad individual y el libre comercio, factores que resultaron definitivamente influidos por los acontecimientos históricos y políticos.

Después de la muerte de la reina de Inglaterra Isabel I, el rey de Escocia heredó la corona inglesa y mantuvo la independencia de los dos países. La familia real tenía su sede en Inglaterra, que era más rica; así los nobles escoceses invadieron Londres y buscaron su suerte en la corte.

Escocia fue gobernada desde lejos y, esencialmente, abandonada. En la Guerra Civil Inglesa, los escoceses fueron derrotados por las tropas de Cromwell, y Escocia pasó a depender de Inglaterra (1651); aunque la independencia de Escocia se mantuvo en el papel, de hecho, pasó a ser una semicolonia inglesa. La Inglaterra del momento ya estaba a punto de ser la principal potencia marítima del mundo. El país se había convertido en una región próspera gracias a los tesoros de las colonias, el comercio atlántico y la piratería. La política mercantilista que defendía los intereses de los comerciantes ingleses excluía a los escoceses del nuevo mundo atlántico. La brecha entre la Inglaterra rica y la Escocia tradicional, pobre y subdesarrollada se había ensanchado.

En 1695, los escoceses hicieron un último esfuerzo para colonizar el Nuevo Mundo y así independizarse de Inglaterra. En este sentido, William Petterson, que había salvado a la corona británica un año antes al establecer el Banco de Inglaterra y desembolsar un enorme préstamo para la casa real, propuso, como patriota escocés, copiar el sistema institucional de Inglaterra en Escocia. Siguiendo el ejemplo de la Compañía Británica de las Indias Orientales, planteó establecer un monopolio colonial y comercial, la Compañía Darian para Escocia, establecer colonias y bases comerciales en América Central (Panamá), y establecer el Banco de Escocia para cubrir sus costos. La sociedad escocesa apoyaba la iniciativa de Petterson con todo su corazón. Casi la mitad de la riqueza escocesa disponible, 400.000 moneda de oro, fueron invertidas en el negocio. Sin embargo, la empresa colonial fracasó. El último barco fue hundido por los británicos y su tripulación fue ahorcada por practicar la piratería. Escocia había quebrado.

En esta desesperada situación surgió la idea de la unificación con Inglaterra y el abandono del sueño de una Escocia independiente. Inglaterra apoyó este proceso, porque las aspiraciones de independencia de Escocia siempre habían sido una fuente de peligro al que había que sumar la posibilidad de que potencias extranjeras ocuparan la isla en apoyo de los escoceses.

En 1707, nació la unión entre Inglaterra y Escocia. El parlamento escocés fue abolido y sus miembros pasaron a serlo del parlamento inglés. Las leyes, los impuestos y la administración pública se unificaron en todas las Islas Británicas. Inglaterra y Escocia eran un mercado único protegido por las reglas mercantilistas inglesas. De este modo, el Atlántico se abrió a los comerciantes escoceses cuyos intereses eran también defendidos por la marina inglesa.

Los ciudadanos escoceses disfrutaron no solo de la apertura del mundo, sino también de las libertades y la protección de los derechos de propiedad defendida por el sistema legal inglés. Como la aristocracia escocesa se había trasladado a Londres atraídos por la corte, los comerciantes, artesanos y plebeyos escoceses se quedaron solos. No había nadie de quien esperar una protección especial en el mercado. No tenían otra opción que intentar tener éxito basándose en sus propias iniciativas en el mercado mundial repentinamente abierto.

Y los escoceses aprovecharon la oportunidad. En dos generaciones, alcanzaron el nivel económico de Inglaterra. Los comerciantes escoceses se habían apoderado de la mayor parte del comercio del tabaco, la agricultura escocesa se había recuperado y James Watt, un inventor escocés, había perfeccionado la máquina de vapor, convirtiendo a Escocia en uno de los lugares de nacimiento de la Revolución Industrial.

La experiencia del milagro escocés fue analizada por Adam Smith en La riqueza de las naciones, publicada en 1776 en la que afirma que un mercado libre era la clave para conseguir la prosperidad de una nación. Por el contrario, la defensa de un mercado con aduanas solo produce prosperidad para la élite gobernante y sus clientes, pero no para la sociedad. Según el autor, la paz, los impuestos bajos y un nivel tolerable de justicia son las claves para la evolución y el desarrollo de la sociedad desde la condición más oscura de la barbarie hasta la más alta civilización. El libro de Adam Smith se convirtió en la biblia de los políticos conservadores del siglo XIX. Mostraba una manera de salir del atrasado y miserable mundo feudal a través del libre comercio y de la modernización que evitaba la revolución y el terror. 

En definitiva, el modelo del estado liberal clásico del siglo XIX basado en el ejemplo escocés, era el de un estado pequeño, que asegurara las libertades individuales, la propiedad, y el desarrollo orgánico a través del libre comercio, en contraste con la organización racional de la sociedad  que habían intentado imponer los revolucionares francesas.

¿Cómo se puede interpretar el milagro escocés en nuestros tiempos? La inversión en educación y la atención a la educación un factor esencial y básico para la creación de capital humano. Por otra parte, la honestidad y el estado de derecho descartan la aparición de la corrupción; de hecho, no es pura coincidencia que los países con bajos niveles de corrupción sean los más ricos del mundo. Pero la conclusión más importante es que el libre comercio, el bajo nivel de intervención estatal en la vida económica de un país, los impuestos bajos facilitan a los ciudadanos la posibilidad de llegar a ser emprendedores. 

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