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El odio al low cost

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Resultan llamativas las críticas contra las empresas que consiguen romper los precios de oligopolios o mercados muy maduros en los que ningún analista preveía innovación alguna.

Hace poco una marca de ropa ‘low cost’ ha abierto una gran tienda en la madrileña Gran Vía, cientos de personas hicieron cola y abarrotaron las calles adyacentes para no perderse la inauguración. Tampoco debería extrañarnos, es un fenómeno que vemos de forma repetida en el ser humano, ya sea para conseguir entradas para un concierto, comprar un producto o escuchar a un mesías político o religioso. Las peregrinaciones son casi tan antiguas como nuestra propia naturaleza social.

En cambio, sí resultan más llamativas algunas de las críticas que se desencadenaron tras el éxito del evento. Críticas que en muchos casos son más viscerales que razonadas, movidas por un odio que se repite no en este último caso, sino contra casi todas las empresas que consiguen romper los precios de oligopolios o mercados muy maduros en los que ningún analista preveía innovación alguna.

El impacto de estas empresas en nuestra forma de comprar y adquirir servicios suele ser tan fuerte que sus marcas son potentes emblemas que quedan grabadas en el imaginario colectivo. Estamos hablando de Primark, una tienda de ropa que ha conseguido ropa muy barata a la moda, pero también de McDonalds con sus menús económicos, los muebles que ya no deben durarnos toda la vida debido a la economización que consiguió Ikea o la democratización de los viajes en avión que Ryanair llevó al límite. No son las únicas compañías cuyo modelo de negocio ha desarrollado el ‘low cost’ pero sí las más emblemáticas y que han conseguido triunfar de forma rotunda.

El mercado libre no solo consigue productos a precios bajos, la diversificación orientada al consumidor permite una variedad casi ilimitada de productos y servicios que no solo se adecuan a las necesidades de la gente sino a sus preferencias. Por volver al caso de la ropa barata, no es que la población se vea obligada a vestir con prendas económicas sino que puede elegir a qué dedicar su renta según su escala de prioridades. Es decir, importa el valor y no el precio o la elemental satisfacción de necesidades básicas.

La planificación pública trata de solucionar los supuestos fallos del mercado, justificando así el discurso pro Estado. El empoderamiento, tan de moda en el lenguaje políticamente correcto, que prometen los burócratas siempre depende de las concesiones estatales mientras que estas empresas han conseguido una devolución de poder y capacidades -libertades positivas si se quiere- a la gente. Los poderes públicos gastan millones de los contribuyentes en alimentar a los más necesitados mientras que empresas de comida rápida consiguen ser más eficientes y ofrecer diferentes opciones. El consumidor puede elegir entre una variedad asombrosa de emparedados con diferentes carnes o pescados, o ensaladas. ¿Mala comida? Prueben el comparativamente caro menú de algún centro público, todavía se me revuelve el estómago cuando recuerdo la cafetería de mi facultad. Lo mismo ocurre con aerolíneas en las que las quejas centran en la falta de seguridad cuando cumplen igualmente con las mismas normativas o, más superficialmente, críticas como la falta de espacio en la butaca… Olvidan que es mejor viajar menos cómodo a no poder permitirse viajar, o que el Estado se gaste el presupuesto en poner aviones de pasajeros a volar. Para quienes se han permitido una buena comida o volar puede que el progreso les parezca a peor para para millones de personas estas nuevas oportunidades amplían su mundo y pueden suponer la diferencia entre el estancamiento o la movilidad social. En cualquier caso, dado el éxito que tienen en todo el mundo parece que ni sus detractores se creen sus propios reproches, la libre elección de los consumidores avala a estas compañías.

El odio que tienen los socialistas a estas empresas es fruto de la envidia, organizaciones con ánimo de lucro que han tenido éxito allí donde ellos han fracasado una y otra vez. Los restaurantes de comida rápida han conseguido alimentar a la gente a precios bajos, vestirse -incluso a la moda- ya no es algo reservado para los más pudientes. En el lado contrario, allí donde se ha aplicado el comunismo la población ha sufrido hambrunas o han tenido que ir descalzos, devolviendo las sociedades post industriales a situaciones límites de supervivencia más propias de la edad de piedra. El éxito de estas empresas delata el fracaso del colectivismo. Y lo consiguen sin solidaridad obligatoria, buscando su propio beneficio y generando puestos de trabajo.

9 Comentarios

  1. No es envidia, es humillación
    No es envidia, es humillación, ridículo y puesta en evidencia. Es exponer sus falacias, demostrar sus mentiras, desmontar las supuestas razones que sustentan su derecho al robo…en fin, nada de envidia, es vergüenza.

  2. No existe mayor ejemplo de
    No existe mayor ejemplo de sana filantropía y sabia generosidad que la modestia de una gran empresa creadora de valor; mejorando precios y calidad, ofreciendo, en definitiva, más por menos pero aumentando su beneficio.

    El mercado obra el prodigio: cuanto más generoso y desprendido se es, más ganancia material (y espiritual) revierte; al revés que el soberbio y humillante subsidio político, que sólo fomenta el vicio, el egoísmo y la miseria (sin contar los usurpados que deja en el camino).

    El bendito mercado desata una ola gigantesca de genuina solidaridad. Demos el paso, vendamos barato, o al menos permitamos que otros lo hagan mostrándonos el camino redentor, y mañana compraremos aún más barato. Dad y recibiréis. Vendamos caro, como instigan políticos, sindicatos y esa ralea, y es seguro que mañana compraremos carísimo, si podemos comprar. Donde las dan las toman. No es fe, es razón

  3. Buen artículo.
    Buen artículo.

  4. El artículo está muy bien si
    El artículo está muy bien si uno no analiza también cuánto cobra la gente que hace esas prendas o trabaja en esas cadenas de comida y en qué condiciones laborales se encuentran.

  5. Al articulista le importa un
    Al articulista le importa un bledo cómo esas cadenas de ropa barata consiguen sus ventajas competitivas. Yo se lo digo, pagando sueldos de m. a sus empleados y fabricando en Bangladesh, Pakistán, o similares. Ese es el modelo ansiado de nuestros liberales. Detestan la regulación pero aprovechan la legislación laboral de países tercemundistas para esclavizar a los operarios en jornadas de trabajo interminables en ausencia de los más elementales derechos laborales. ¡Y lo llaman libertad! Hay que echarle un par….

  6. Daniel y Pedro:
    Daniel y Pedro:

    Ya. Vosotros queréis vender caro el trabajo, es decir, por encima de su precio de mercado mediante la coacción sindical y legislativa. Pretendéis que se pague al trabajo más de lo que produce (un imposible lógico) para que exista desempleo, precios elevadísimos y subdesarrollo. Eso es una brutal y miope inmoralidad egoísta, se llama robar, que además conduce al empobrecimiento generalizado, a unos estándares de vida muy por debajo de los que corresponderían a un mercado libre.

    En un mercado libre sólo hay lugar para los generosos y la buena gente como Dios manda. Aquellos que siempre ofrecen más por menos; esos ejemplares y productivos trabajadores, cuya diligencia y esplendidez pone en evidencia a los vagos e incompetentes, abaratando bienes y servicios, esto es, aumentando el poder adquisitivo, los emolumentos reales de todos, y propiciando el pleno empleo, la capitalización y consiguiente explosivo desarrollo socioeconómico.

    Los trabajadores inteligentes saben que la única manera de mejorar sus condiciones laborales y aumentar sus salarios reales es liberalizar el mercado y dar ejemplo de pundonor y compromiso. Muy pronto ese altruismo preclaro será recompensado con creces (los empresarios se “pelearán” por ellos y además se beneficiarán de la prosperidad generalizada que habrán inducido) y los humildes serán ensalzados, aquí en la Tierra.

    En el pecado se lleva la penitencia. Seguir inmerso en la ceguera egoísta y criminal del intervencionismo (porfiar en que te paguen más de lo que trabajas) nos mantiene en el subdesarrollo, la enfermedad y la miseria relativa. Con toda probabilidad en un mercado libre ya habríamos alcanzado la Singularidad y unas máquinas baratísimas trabajarían por nosotros. ¡De cuánta muerte y desdicha innecesaria sois responsables los necios y perezosos intelectuales que os negáis a ver más allá de vuestras narices! Confío en que rindáis cuentas por ello.

  7. Es curiosa la necesidad de
    Es curiosa la necesidad de juzgar y aprobar las condiciones laborales por altruistas terceros.
    Los empleados aceptan unas condiciones que les supone alguna mejora con respecto a no aceptarlas.
    Millares de trabajadores laboran en empresas «explotadoras y empobrecedoras» en vez de continuar con su vida sin explotación ni empobrecimiento. Da qué pensar.
    Para no respetar la libertad de tantas personas que tratan de mejorar sus condiciones vitales dentro de su realidad, también hay que tener un par, pero sobre todo un par muy lejos y muy sectario.

  8. El Sr.Rosello se columpia un
    El Sr.Rosello se columpia un poco con el artículo.
    Claro que está bien vender «económico» que no barato. Barato implica merma de calidad y quiero entender que Primark no merma la calidad ¿o si?.
    Lo ideal y la forma en que cualquier economía funcionaria a la perfección sería que todos y cada uno nos conformásemos con ganar «lo justo», porque en el momento que uno de los eslabones de la cadena pretende ganar «mas» de lo justo se tergiversa el mercado. Porque solo se puede ganar más a costa de algo o de alguien y ese algo o alguien es el perjudicado.
    Por ello solo me resta indicar que si la «ejemplar» Primark, es capaz de generar mas beneficio del ordinario, es sencillamente porque está sobreexplotando algún eslabón de la cadena, productores, intermediarios, empleados o en ultima instancia a los clientes (significaría que podría vender mas económico de lo que lo hace).
    En economía está todo inventado y no existen genialidades. Y todos sabemos que es imposible acumular riquezas de un modo ético y moral. Otra cosa distinta es que la sociedad lo admita y lo asuma (como el supuesto de venta a un precio superior al razonable pero que el cliente acepta).

    • No serás Séneca pero como si
      No serás Séneca pero como si lo serieses.

      Según la RAE, barato no tiene por qué implicar pérdida de calidad, pero quietos todos que llegó el sabiondo

      Sabe, pásmense ustedes, hasta el precio justo de las cosas, que no es el de mercado, oigan

      Sabe con antelación cuál debe ser el beneficio justo de Primark, con independencia de lo amables, trabajadores o eficaces que sean sus dependientes y directivos; la innovación, calidad y diseño de sus productos y que en general lo hagan mejor o peor que sus competidores. Mejor dicho, El, en su divina sapiencia, puede anticipar todas esas variables y decretar los exactos beneficios justos de cualquier empresa el próximo año… y la que se pase o no llegue, zas, multazo que te crió.

      Ahora ha sentenciado que como Primark vende más que la competencia debe estar engañando a alguien, seguramente a sus tontos clientes, que no se les puede dejar solos.

      Dice la Mente que es imposible acumular riquezas de un modo ético y moral. Por eso si hoy vivimos mejor que en el Paleolítico es porque somos unos asesinos. Ah, y Cristiano Ronaldo es un bellaco que debería reducir el precio de las entradas casi a cero para compensar que vaya más gente a verle que a otros.


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