Hace unos días tuve ocasión de echar un vistazo a un álbum que reunía parte de la colección numismática de un compañero de trabajo. Entre los billetes que formaban parte de la misma, pude contemplar cómo existía una sección dedicada al pengo húngaro. Esta divisa circuló en Hungría entre 1927 y 1946, y es famosa por tener el dudoso honor de haber sido testigo de la mayor inflación conocida de la historia, que llegó a ser del 4,19 x 1016%, o, dicho de otra forma, del 41.900.000.000.000.000%.
El pengo fue una moneda que precisamente se creó con la idea de reemplazar a la corona húngara que, por aquel entonces, tenía una alta tasa de inflación. Para ponerle freno a ésta, el pengo, en su creación, estuvo ligado al oro. Aunque el banco central no tenía la obligación de convertir los pengos en oro, el hecho de que se ligase su cotización a una determinada cantidad de oro (3.800 pengos por un kilogramo de oro), y de que se obligase al banco central a adoptar un determinado porcentaje de cobertura de dichos billetes (no podían emitirse billetes nuevos si un porcentaje de ellos no estaba respaldado por divisas extranjeras o por oro), dio sus frutos. Así, el pengo pasó a ser conocido como una de las divisas más estables de la zona. No obstante, con la Gran Depresión dicha estabilidad empezó a cambiar. A partir de dicho momento, la disciplina monetaria fue abandonándose, especialmente en los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial. Ya durante la guerra, el banco central pasó directamente a manos del gobierno, y la impresión de dinero se supeditó a las necesidades presupuestarias. Las monedas de plata desaparecieron de la circulación, y se imprimió dinero sin absolutamente ninguna cobertura. Tras la guerra, y con la ocupación soviética, la inflación continuó creciendo. Si en agosto de 1945 un kilogramo de pan venía a costar 6 pengos, en octubre ya valía 27, en diciembre, 550, y en junio del año siguiente, 6 billones.
Conforme fui pasando las páginas del álbum e iba viendo la evolución cronológica de los billetes y cómo éstos iban añadiendo ceros a su importe, no pude evitar imaginarme cómo debía ser la vida en un país donde los precios se llegaron a duplicar cada 15 horas y donde llegó a existir un billete de 100 trillones (1020) de pengos. Para hacerse una idea, debe tenerse en cuenta que en junio de 1946 era prácticamente imposible encontrar un pengo en circulación en la calle a partir de las dos de la tarde. El motivo no era otro sino el que los bancos cerraban a esa hora, por lo que se depositaba la totalidad del dinero en el banco, para que los intereses pagados por éstos durante la tarde y noche mitigasen el envilecimiento que la moneda iba a sufrir en dicho espacio de tiempo. Los comercios cerraban también a dicha hora, precisamente por este motivo, y cuando el gobierno les obligó a abrir, sencillamente no aceptaban pengos. Con motivo de esta hiperinflación, muchas empresas quebraron, ya que sus ingresos, cuando llegaban, no daban para pagar las materias primas y mercaderías, que habían subido de precio. Determinados bienes únicamente se comercializaban en dólares, y los dos grandes temas de conversación de la población eran la ocupación soviética y la cotización del pengo con respecto al dólar. El banco central no disponía de tiempo para cambiar el diseño de los billetes, y muchas veces, sacaba el mismo billete cambiando únicamente el color y la denominación. Cuando el pengo fue cambiando por el florín, el banco central no pudo emitirlos, sencillamente porque carecía de papel al habérselo gastado en la emisión de pengos.
Ejemplos como el del pengo húngaro deben servirnos para estar alerta sobre las terribles consecuencias y el colapso económico que pueden traer consigo políticas monetarias basadas en el envilecimiento de la moneda. Aunque pueda parecer un ejemplo lejano, el dólar zimbabuense ha experimentado una evolución muy similar en los últimos años, habiéndose producido un colapso de la economía de dicho país. De ahí que uno de los fundamentos para que pueda existir simplemente un sistema económico basado en algo más que en el trueque, es la existencia de una moneda fiable, cuyo valor no sufra deterioro considerable.
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