A finales de la década de los años sesenta del siglo XX, Jane Fonda, Tom Hayden, Susan Sontag y otras personalidades del mundillo intelectual de izquierdas de los Estados Unidos apoyaron una campaña totalmente sectaria en contra de la Guerra de Vietnam. El Gobierno norteamericano llevaba años embarcado en un escenario bélico en el que la mentira y la manipulación, pero sobre todo la falta de una estrategia clara, con una política basada en ciertos principios, corrompían una lucha que moralmente era entendible e incluso necesaria, la lucha contra el totalitarismo comunista.
Los medios de comunicación, dominados por una visión progre, liberal desde la perspectiva estadounidense, ayudaron a crear buena parte de la mitología del Vietnam, ocultando hechos como las fosas comunes donde los norvietnamitas apilaban a miles de ciudadanos asesinados por el Vietcong y retransmitiendo ciertas acciones del ejército de su país que, sin el debido contexto, sólo parecían actos de barbarie de una nación que se decía democrática pero bombardeaba con napalm a niñas inocentes, con unos aliados corruptos capaces de ejecutar en la calle y de un tiro a un supuesto traidor. Y así, mientras Jane Fonda visitaba Hanoi y desde la radio enemiga instaba a sus soldados compatriotas a abandonar la lucha, mientras Peter Arnett creaba su propia leyenda a base de contar sólo lo que le interesaba, en Vietnam del Norte nadie se atrevía a criticar la forma de llevar la guerra de Ho Chi Min, nadie instaba al pacifismo a los soldados y guerrilleros, nadie llamaba la atención por el elevado número de muertos que se producían entre sus propios compañeros en cargas suicidas y batallas perdidas de antemano.
Culpar a la prensa de la derrota norteamericana en Vietnam sería un ejercicio de cinismo por mi parte; la culpa la tuvieron una sucesión de gobiernos que no se atrevieron a ser contundentes, sino que crearon una especie de sangría que duró décadas. Sin embargo, sí se puede asegurar que los periodistas contribuyeron a este desenlace. Este ejemplo del poder de la prensa en un país con un elevado grado de libertad es interesante en dos sentidos.
Cuando existe una división de poderes, cuando existen unas instituciones que favorecen la libertad y protegen la propiedad de las personas se generan corrientes de opinión dentro de la prensa libre que pueden hacer tambalearse al Gobierno más duro, se invita al análisis y a la crítica de forma que se mejoran, al menos en teoría, las políticas que se desempeñarán en una situación similar en el futuro. La pluralidad de opiniones críticas favorece la pluralidad de soluciones. Sin embargo, la visión progresista imperante en los medios de comunicación ayudó a crear una paradoja: mientras en las encuestas la mayoría del pueblo americano era favorable a la intervención contra el comunismo, en los medios imperaba una línea editorial muy diferente, lo que obligaba a los políticos a tomar decisiones estúpidas desde la perspectiva política, presupuestaria y militar. Los medios de comunicación ocultaron información al ciudadano y es posible que si todas las versiones hubieran tenido la suficiente cobertura mediática, los gobernantes norteamericanos, tan dependientes de la reputación en los medios audiovisuales, podrían haber considerado otras opciones y los resultados desde luego hubieran sido diferentes.
Dos ejemplos recientes pueden ilustrar este comentario y demostrar que cuando una sociedad es libre la crítica al gobierno la hace más fuerte y cuando, por el contrario, el Gobierno y el Estado impiden esta libertad, la sociedad se empobrece. El papel del Gobierno de Ehud Olmert en la última guerra que ha librado Israel en el Líbano ha sido objeto de las críticas de la prensa y de los israelíes. Lo han calificado de ineficiente y peligroso para las tropas que allí intervinieron, que los objetivos fijados no se alcanzaron y que de alguna manera todo sigue igual, lo que ha obligado al primer ministro a rendir cuentas y defenderse. Esta actitud crítica, que ya se dio en otros conflictos entre Israel y los estados musulmanes circundantes, es la que ha permitido al primero ganar todas las guerras, obtener el apoyo mayoritario de su pueblo y convertir este estado en el abanderado de Occidente en Oriente Medio.
Muy diferente es la situación en la cada vez más bolivariana Venezuela donde el sátrapa Hugo Chávez ha decidido eufemísticamente no renovar la concesión a la cadena Radio Caracas Televisión (RCTV) reduciendo así la cantidad y la calidad de la información a los venezolanos, eliminando la última cadena importante que mantenía una actitud crítica al régimen, demostrando de una manera trágica y extrema que el Estado no puede tener ninguna capacidad para imponer, quitar y poner medios, controlar los contenidos o aliarse con determinados grupos de información cercanos a sus ideas, y que la democracia puede degenerar en un totalitarismo fortalecido por las urnas.
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