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El populismo como fenómeno y práxis política

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El fenómeno populista no es nuevo ni corresponde exclusivamente a nuestro tiempo. Desde la invención de la democracia como sistema político ésta fue asediada por demagogos y mecanismos corrosivos que pretendieron satisfacer fines particulares por medio del ejercicio del poder.

La democracia, que incluye elementos pertenecientes a su misma definición como la libertad, el pluralismo y la defensa del individuo como un sujeto social, ha sufrido a lo largo de la historia el fenómeno populista. Por ello, el populismo es un elemento consustancial a la democracia porque el líder demagogo y la intensión transgresora en el ejercicio del poder siempre ha formado parte de su paisaje.

No obstante, no todos los Estados democráticos han sufrido los embates del populismo ni se han acercado a la figura del líder-caudillo. Precisamente, en aquellas democracias fuertes que cuentan con instituciones políticas sólidas y un nivel de estabilidad aceptable es donde el populismo difícilmente prospera. No porque la sociedad tenga un nivel de conciencia política elevado, sino porque el sistema institucional, la estabilidad económica y política y los ciudadanos permiten que la democracia trascienda más allá de las circunstancias que caracterizan una época de crisis.

«Nosotros» y «ellos»

El problema se evidencia cuando en un Estado su democracia está en proceso de consolidación y sus instituciones son más bien débiles. Entonces, se configuran crisis económica, política o social con el surgimiento de líderes demagógicos que, bajo el discurso de la ‘democracia insuficiente o ausente’, pretenden acceder al poder con una lógica radical. Ésta se ampara en el enaltecimiento del pueblo y la creación de dos polos irreconciliables: la lógica del nosotros contra ellos, el amigo/enemigo.

En ese sentido, el populismo es una tendencia en las democracias donde las instituciones no funcionan correctamente y donde la crisis genera un repudio social que permite el impulso de este fenómeno. El rechazo de una parte importante de la sociedad hacia el sistema político imperante por la ausencia de un Estado que garantice la estabilidad social y política y la persistencia de las desigualdades han sido elementos que han permitido el retorno de estos fenómenos políticos, tan antiguos como la democracia misma.

Cómo instaurar el populismo

Se ha comentado previamente algunas de las causas de la aparición de los regímenes populistas de corte autoritario en la región. No obstante, podemos establecer que existen dos elementos que marcan la aparición de este fenómeno y su consolidación en el poder.

En primer lugar, las causas se configuran en una premisa que engloba el problema: las demandas insatisfechas de una parte considerable de la población y su desafección con la política. La insuficiente implantación institucional y de la democracia, la debilidad de los sistemas de partidos, la exclusión social, el desempleo, los elevados niveles de pobreza, la desigualdad y la violencia social son elementos que generan un terreno fértil para el retorno de los populismos.

En segundo lugar, el carácter estatista, paternalista y la creencia del igualitarismo que inunda a algunas sociedades occidentales, son elementos que coadyuban a la aspiración iliberal de la política donde los líderes demagogos con tendencias autoritarias logran conquistar a esa mayoría de la ciudadanía insatisfecha que de alguna manera experimenta una crisis en lo económico, político o social.

El populismo y su rumbo autoritario

Así, una definición que se ajusta en gran medida a las experiencias de estos países y el fenómeno del populismo es “una ideología que concibe el espacio de lo político en términos de conflicto en dos bloques: poder y pueblo; que transforma las instituciones representativas a través de la inserción o convivencia con mecanismos de participación popular y que refuerza otras formas de legitimación política. El ideal de realización del populismo descansa en erigir al pueblo como soberano”.

Por ello, las características del populismo actual, inmanente a la democracia, se sustraen del concepto de hegemonía y mesianismo a través de la personalización de la política por el líder redentor, que trasciende la concepción del Estado como garantía institucional para los ciudadanos a un nuevo formato de entender la democracia: las mayorías absolutas que conciben el sistema democrático como un todo o nada y en el que a nombre de la democracia, la descomponen: “en el nombre de la democracia se condenaría la democracia y sobrevendría el autoritarismo, la dictadura y la desaparición de toda libertad. Es decir, la democracia se habría evaporado en nombre del pueblo”[1].

Se trata en última instancia de un populismo con una esencia autoritaria que no respeta la lógica preconcebida de los valores democráticos que deberían caracterizar a las instituciones que revisten esta forma de gobierno: independencia de los poderes del Estado, igualdad ante la ley y Estado de derecho.


[1] Ángel Rivero, Geografía del Populismo, Tecnos, Madrid, 2017, p. 39

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