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El «sozionalismo» conquista América Latina

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En los primeros años del presente siglo asistimos con incredulidad, y no menos vergüenza, al surgimiento de un nuevo concepto totalitario: el sozionalismo. Una nueva forma de gobernar, cuyo principal referente e impulsor es Hugo Chávez, el actual presidente de Venezuela. La denominada Revolución Bolivariana está imbuida de términos y concepciones singularmente próximos a los dos modelos de gobierno más crueles y sanguinarios que ha conocido la humanidad: el comunismo y el nacionalsocialismo.

La reforma constitucional que, recientemente, ha anunciado Chávez tiene por objeto la conquista definitiva e ilimitada del poder político para, acto seguido, poder moldear a su antojo la economía y sociedad venezolanas. Y es que, la citada reforma, que será aprobada a finales del presente año, no sólo instaura la posibilidad de un mandato indefinido para el líder bolivariano, sino que, más importante aún, remueve hasta los cimientos la infraestructura sobre la que se ha asentado a lo largo del siglo XX la democracia y prosperidad de Venezuela. La propiedad privada, simplemente, dejará de existir, ya que su restringido ejercicio dependerá, exclusivamente, de los designios arbitrarios de la elite gobernante, al igual que sucedió en su tiempo con el régimen nazi.

En la actualidad, y tras cerca de ocho años en el poder, Chávez cuenta ya con todos los mecanismos necesarios para dirigir a su antojo los resortes que atribuye al mandatario el poder estatal. Sin embargo, la Constitución, reformada parcialmente en 1999, era el último escollo a batir antes de poder izar plenamente la bandera del sozionalismo en aquel país. Hasta ahora, el líder bolivariano ha logrado conquistar, sin grandes dificultades, el Poder Judicial, los organismos electorales y legislativos, el ejército, el Banco Central, así como los principales resortes de la economía nacional (véase la nacionalización de la petrolera PDVSA y demás sectores estratégicos).

Pero su ambición estatista no acaba, ni mucho menos, ahí. El nuevo texto terminará por fagocitar los últimos vestigios de libertad individual y empresarial en un país que, curiosamente, acogió hasta mediados del siglo XX a decenas de miles de emigrantes españoles ante la esperanza de poder hallar un futuro mejor. La expropiación, en nombre del interés social, será la norma y no la excepción, en caso de que la citada reforma sea aprobada. Surge, además, el concepto de empresa comunitaria y propiedad comunal, al tiempo que Chávez trata de restar competencias a los gobiernos regionales de Venezuela para, así, asegurarse un control total del poder político y territorial.

Su mano visible se abalanza ya sin pudor ni miramientos sobre la industria alimentaria y de distribución del país, provocando con ello escasez de numerosos productos básicos; la minería, la agricultura, las telecomunicaciones, la siderurgia o el sector energético se han convertido en las primeras bajas significativas de la “guerra contra el capitalismo y el imperialismo”. Pero no las últimas. Según la disidencia venezolana, la sanidad, los seguros, los inmuebles, el mercado financiero, los medios de comunicación y hasta la religión serán, sin duda, los próximos enemigos a batir por el sozionalismo venezolano.

No por casualidad, al llegar a la Presidencia, el Gobierno incluyó el término Bolivariano en la denominación de todas las grandes instituciones del Estado, incluido el nombre del propio país (República Bolivariana de Venezuela) y su Carta Magna. Además, tal ideología está bañada por el odio secular, propio del totalitarismo, hacia todo lo que representa una amenaza para el proyecto vital del pueblo. Si bien éste, adopta máscaras diversas en función de quién lo propugne: Capitalismo, Judaísmo, Imperialismo…

Sus ansias de expansión tampoco han de resultarnos sorprendentes a la luz de la historia. Chávez no oculta, en absoluto, su intención de adherir a su causa nuevos adeptos: Bolivia y Ecuador ya han sido neutralizadas, pero Guatemala, Perú, Argentina e, incluso, Brasil no están exentos de poder formar parte del futuro proyecto sozionalista. En este sentido, tampoco resulta casual el hecho de que Venezuela se esté rearmando a través de cuantiosos contratos de equipamiento con Rusia, Irán, China o… ¡España!

Y qué decir de la particular simbología que ha de acompañar, por norma, a todo totalitarismo que se precie… ¿No les recuerda a algo? ¿Quién duda ahora de las intenciones reales de Chávez? Quizá, nuevamente la Sociedad de Naciones (antigua ONU), como en su día lo hizo de los verdaderos objetivos de Adolf Hitler. O quizá alguien más cercano

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