Los impuestos, además de su función recaudatoria, tienen un aspecto netamente político, que los hace entrar en el juego de premios y castigos arbitrados desde el poder para afianzarse. Un claro ejemplo de ello fue el impuesto sobre el Whiskey, arbitrado por Hamilton con el apoyo del Presidente de los Estados Unidos, George Washington.
El país estaba dividido entre las colonias del noreste y las del oeste y el sur, por donde el país se estaba extendiendo. En las segundas predominaba una sociedad más rural, con valores individualistas e igualitaristas, que se desprendían del hecho de que cualquiera podía labrarse un futuro desplazándose más al oeste y adquiriendo las tierras que abrían antes de llegar al horizonte. Esos estadounidenses eran favorables a los republicanos de Thomas Jefferson y Madison. Los Estados más tradicionales, con una mayor población urbana, más compleja y comercial estaban más volcados a la industria y al comercio exterior. El estadounidense de Nueva York o Massachussets era más nacionalista y buscaba más poder para el Estado Federal. Era en estos poblados del norte donde los federalistas de Washington y Hamilton más apoyo recavaban.
Hamilton había presentado sus tres famosos informes: Report on Public Credit (1790), que se responsabilizó de las deudas de los Estados y las pagó, junto con las federales, a la par, el Report on a National Bank (1790), que dio lugar al primer fracaso de un banco central y el Report on Manufactures (1791). Este último, rechazado por el Congreso, intentó restituir el mercantilismo a niveles casi colbertianos. Su restitución del crédito público necesitaba de fondos, y uno de los impuestos arbitrados fue el del Whiskey, con un tipo del 25%. El preciado licor era ampliamente comerciado en los Estados de base republicana, en el oeste y el sur, donde incluso, ante el escaso desarrollo de las instituciones financieras, el Whiskey era utilizado como dinero. El impuesto sobre el Whiskey era, por tanto, una medida de venganza y su objetivo era tanto recaudatorio como político.
Los Estados del back-country, desde los territorios más occidentales hasta Virginia, Carolina y Georgia, se negaron a pagar el impuesto. Hubo una revolución silenciosa en contra del impuesto, lo que dejó a Nueva York, entonces capital, ante un nuevo reto y una nueva oportunidad para afirmar el vacilante y precario poder central. Washington expresó de forma certera que, si no se detenía la rebelión del impuesto sobre el Whiskey, “podemos decir adieu a todo gobierno en este país, a excepción del gobierno del populacho y de los club” y que “si las leyes se van a pisotear con impunidad, se pondrá fin, de un golpe, al gobierno republicano”.
Washington, que quería afirmar el poder del gobierno federal y Hamilton, que quería hacerlo sobre la parte de la población que se había rebelado contra sus reformas, decidieron nada menos que enviar 13.000 soldados, una fuerza mayor que la del Ejército Continental que ganó la Guerra de Independencia, a arrollar a los resistentes. Se puede considerar como unas maniobras, sin mayor importancia, porque no hubo una sola batalla. Un ejército de grandes proporciones frente a una sociedad que se había rebelado pacíficamente.
Este caso ilustra cómo se pueden utilizar los impuestos para castigar a determinadas capas de la población. Que su incidencia no es estrictamente neutral, especialmente en los impuestos especiales. Y que el Estado puede valerse de esa incidencia desigual para castigar o beneficiar a sectores específicos.
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