Uno de los libros que más recomiendo es The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion de Jonathan Haidt. El mes pasado la editorial Deusto tuvo el acierto de publicar la traducción del libro al español, así que ya no hay excusa para no difundirlo en el mundo hispano.
Tengo que agradecer a Paco Capella haber llegado al libro, ya que lo puso como primera referencia en un super condensado análisis de la psicología moral y el liberalismo que publicó en 2014.
El libro es recomendable para todos los públicos, pero especialmente lo recomiendo para regalárselo a amigos de izquierda. Y es que se nota que Haidt lo escribe, en buena parte, pensando en sus antiguos compañeros de armas (se confiesa como demócrata entusiasta en su juventud), intentando hacerles salir de esa fatal arrogancia de la que habla Hayek, pero sin hacer referencia a ella.
No es que la derecha (conservadores y liberales) se libren de caer en los mismos sesgos y cegueras que la izquierda, es que nadie en la derecha necesita que le recuerden en qué basa la izquierda su moralidad; ya lo llevamos escuchando de su boca toda la vida. Ya sea de estudiantes, de espectadores en el cine, de lectores de novelas o hasta interesándote en la divulgación científica, terminas siendo asistente obligatorio de alguna exposición sobre la superioridad de la moral zurda.
En cambio, es mucho más difícil enterarse de qué demonios motiva a la derecha. Tienen la mala costumbre de hablar de ello en foros donde se avisa de qué se va a hablar, y, por ende, donde el público ya ha sido filtrado. A veces el filtro falla, por ejemplo, si te toca ir a un colegio católico antes de que se florezca tu alma progresista, pero no es lo común.
En estas estábamos cuando llegó internet, y más tarde las redes sociales. Y en especial Twitter. Herramientas de comunicación muy poderosas, pero que no modifican nuestra naturaleza humana.
¿Y qué nos cuenta Haidt sobre la misma?
Todos estamos muy preocupados por lo que piensan los demás de nosotros. Este es obvio en el caso del usuario de Instagram que publica la enésima foto con su adorable perrito en busca de likes, pero también se aplica al intelectual tuitero que reniega de la especie humana mientras sienta cátedra sobre sus problemas morales.
Nuestro razonamiento está sometido a nuestros sentimientos. Nos hacen mucha gracia los tuitstars que se dedican a justificar burdamente todo lo que hace su partido político de referencia, mientras ataca con agresividad lo que hace el contrario. Pero nuestro razonamiento consciente funciona exactamente igual. Si no estás vinculado emocionalmente a un partido político, o a un grupo muy marcado, y tienes la suficiente capacidad intelectual para desarrollar razonamientos inteligentes, puedes engañar a los demás, y a ti mismo, por un tiempo, pero si eres usuario asiduo de Twitter y, por tanto, comentas y retuiteas en tiempo real, más tarde o más temprano el portavoz racional de tus sentimientos va a cometer un error, y vamos a poder ver de qué pie irracional cojeas.
Pero no hay que preocuparse mucho, porque a diferencia de las malas justificaciones para tapar intereses personales, que sí producen rechazo, si tu portavoz racional se equivoca justificando los intereses de un grupo sólo será penalizado por los grupos contrarios. Eso no quiere decir que puedas mentir descaradamente sin que nadie de tu grupo te lo afee. Hay diferentes ligas, y si tus razonamientos no consiguen regatear a nadie a partir de cierto nivel de inteligencia, tendrás que asumir que no eres bien visto en ciertos círculos elitistas de tu grupo. Pero la buena noticia es que hay gente de tu nivel en todos los espectros morales, y por tanto tu comportamiento siempre estará justificado.
Y es que los humanos somos extremadamente buenos formando grupos para competir con otros grupos. Madrid frente a Barça, pro-nucleares frente a antinucleares, antivacunas contra provacunas, europeístas contra brexiteers, provida frente a pro-choice. Escoge un tema y tienes dos bandos. Dos grupos dispuestos a razonar hasta en agotamiento para justificar sus emociones. Solo hay que ver la pasión con que un grupo de personas se organiza en las redes sociales para atacar los argumentos terraplanistas, para entender que estamos diseñados para la confrontación, sin importar lo absurda que esta sea.
Así que las redes sociales fomentan todo aquello que nos confronta. Nos da una visibilidad que permite a nuestro yo preocupado por los demás estar siempre activo, nos bombardean con multitud de argumentos, algunos muy buenos, para justificar nuestras emociones, mientras nos muestra lo malos que son los argumentos contrarios. Y nos engloba en diferentes grupos que trabajan incansablemente en desacreditar al resto de grupos, mientras nos ciegan a nuestros propios errores, provocando una cohesión que acrecienta el problema.
Aunque no todo es malo. Las redes sociales también permiten conocer argumentos críticos con tus creencias de personas razonables. Es poco común buscar este tipo de interacción, pero puede darse sin proponérselo al estar expuestos a todas las opiniones de personas con la que compartimos un grupo, pero no el resto. Por ejemplo, si estás en el grupo provacunas, mucha gente que te parece razonable en este tema te puede sonar también razonable en otros en los que en principio no estás de acuerdo. Pero esto es difícil de conseguir, y el formato de diálogo en Twitter lo hace aún más complicado.
Por el momento parece que la polarización se está imponiendo, y las medidas que empiezan a implantarse para mitigarla pueden ser bastante contraproducentes. Si la confrontación se intenta eliminar desde una autoridad central, el grupo que tenga más dificultades en reconocer la moralidad del adversario se tiende a imponer.
Por ejemplo, es fácil prohibir comentarios islamófobos cuando consideras racional impedir ofensas a minorías religiosas, mientras consideras irracional no permitir ofensas a las banderas, que no dejan de ser trozos de tela.
El razonamiento parece sólido: las personas son más importantes que los símbolos. Que detrás de los ataques a los musulmanes haya una ofensa a sus símbolos, y que detrás de la ofensa a una bandera, haya un ataque a las personas que se ven representadas por ella, son cosas que solo puede ver quien reconoce que ambas morales son legítimas. Y aunque en la derecha abunda la incomprensión sobre la izquierda, es en ésta donde campa a sus anchas una superioridad moral que es incompatible con su participación en cualquier órgano neutral (que además tienden a controlar). Como demuestra la actual situación de la universidad en Occidente (y especialmente en EE. UU.) o la polémica creciente por la censura en las redes sociales.
Al final todo se traduce en fomentar una sana desconfianza. Desconfianza en uno mismo y nuestra capacidad de razonar al margen de nuestros sentimientos. Desconfianza en los grupos en los estamos integrados. Desconfianza en todo aquel que afirme ser neutral. Tres cosas muy difíciles de conseguir para cualquier persona e imposible para aquellos que no conciben más moral que la suya.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!