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En defensa de la abstención electoral

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Entre los días 22 y 25 de mayo, se celebran en los países miembros de la Unión Europea las elecciones al Parlamento Europeo. En concreto, el 22 de mayo tendrán lugar en el Reino Unido y los Países Bajos, el 23 en Irlanda, entre el 23 y el 24 en República Checa, el 24 en Letonia, Eslovaquia y Malta y el domingo 25 en el resto de países, incluido España. En ellas se elegirán por sufragio universal directo, libre y secreto los 751 diputados europeos que integrarán la eurocámara en el periodo comprendido entre 2014 y 2019. Las alternativas que el ciudadano de a pie tiene a su alcance son básicamente dos: participar en las elecciones o abstenerse de hacerlo. Lamentablemente, la segunda opción no es legal en todos los países de la Unión Europea. Los votantes de Bélgica, Chipre, Grecia, Italia y Luxemburgo están obligados a votar. De no hacerlo, se pueden enfrentar a multas de hasta 1.000 Euros, como en el caso de Luxemburgo. En las últimas elecciones europeas, la abstención alcanzó niveles récord en España: un 55,10%. Es decir, que hubo más españoles que no votaron que aquellos que sí lo hicieron.

Si uno elige la opción de participar en unos comicios en España, son tres las alternativas que tiene a su alcance: puede votar a un partido político concreto, puede votar en blanco o bien puede optar por el voto nulo. Tanto el voto en blanco, como en ocasiones el voto nulo, se consideran una abstención activa, es decir, el ciudadano participa en las elecciones pero manifestando una postura de protesta al mostrar disconformidad con los partidos políticos que concurren a las elecciones o con el propio sistema electoral. Los partidos políticos desean a toda costa que el ciudadano vote y participe. Tanto es así, que muchos países realizan hasta campañas publicitarias (pagadas con el dinero de los ciudadanos) pidiendo la participación electoral. Recientemente, el gobierno de Dinamarca tuvo que retirar una campaña publicitaria de este tipo, por lo grotesco e inapropiado del video. El protagonista del mismo es Voteman, un hombre que según narra el video se olvidó de votar en las últimas elecciones europeas, lo que provocó que no tuviese "ninguna influencia en la protección del clima, en las subvenciones agrícolas, en los productos químicos en los juguetes y en la cantidad de canela autorizada en los rollos de canela", que es un pastel muy popular en Dinamarca. Para que se hagan una idea del esperpento y lo insultante que resulta esta campaña publicitaria, que roza el acoso al ciudadano escéptico con ejercer su derecho al voto, nada como ver el vídeo. Lo peor de todo son los cerca de 27.000 euros que le costó a los daneses la elaboración del spot, por no mencionar el elevado coste de contratar los espacios publicitarios que debió de copar en la televisión danesa. Afortunadamente, en el caso de España este tipo de acciones están prohibidas por ley. Según lo dispuesto en el artículo 50.1 de la Ley Orgánica de Régimen Electoral General, ningún poder público puede realizar una campaña pidiendo la participación, al entender que la abstención es una opción tan legítima como el ejercicio del derecho al sufragio.

Observando videos de este tipo no es de extrañar que la inmensa mayoría de la población en los países occidentales piense que "votar es un deber cívico". Otro argumento que se suele escuchar para que uno vote es uno aún peor que el anterior: "si no votas, luego no te quejes". El tercer argumento que se suele esgrimir para animar a la participación electoral es el de contrarrestar el voto que obtendrán partidos de ideología contraria. Así, se suelen escuchar frases del tipo: "si no votas, estás ayudando a que ganen los rojos/azules/verdes/etc." En primer lugar, conviene recordar y enfatizar que votar es un derecho, nunca una obligación. La diferencia entre uno y otro concepto es abismal. Libertad frente a coacción o voluntariedad frente a violencia. Uno no es peor ciudadano por no ejercer su derecho al voto. Lo que hace que un ciudadano sea ejemplar no es que participes en unos comicios sino que sea una persona íntegra, que respete el principio de no agresión, que cumpla con su palabra y sus contratos y que trate a los demás como le gustaría que le tratasen a él. En segundo lugar, la idea de que para poder criticar durante los próximos cuatro años la gestión que realizan los políticos electos con mi dinero y el del resto de ciudadanos haya que votar es cuanto menos pueril y estúpida. Ese mismo argumento podría ser dado la vuelta y podríamos llegar a la (errónea) conclusión de que aquellos que han ejercido su derecho al voto no pueden quejarse ya que con su participación aceptaron el resultado electoral que esas elecciones arrojasen. En realidad, cualquier ciudadano tiene todo el derecho del mundo a criticar la gestión de los políticos, faltaría más. En contra de nuestra voluntad, a los ciudadanos nos roban mediante la fuerza cerca del 50% de lo que producimos mediante impuestos (incluido el más oculto de todos: la inflación). Tenemos todo el derecho del mundo a quejarnos de la gestión y administración que los políticos hacen del enorme poder y presupuesto que manejan. No solo manejan nuestro dinero sino que, gracias al sistema democrático, si el 51% de la población quiere limitar la libertad individual del 49% restante, el sistema permite que se produzca esta violación de libertades individuales. Bastante sufrimos los ciudadanos como para que además haya que cumplir unos requisitos mínimos para poder expresar libremente nuestro malestar sin que seamos aleccionados con un "si hubieses votado, podrías quejarte". El tercer argumento es matemáticamente falso. Si uno decide no votar en favor de un partido político u otro, su abstención no tendrá la más mínima influencia en el resultado final.

Desechados los principales argumentos que critican la abstención electoral, pasemos ahora a analizar los argumentos a favor de la misma. En primer lugar, es evidente que si uno vota está legitimando el sistema, lo está aceptando. Teniendo la opción de no participar en él, hacerlo supone claramente aceptar las normas de juego del sistema. De tal forma, todas aquellas personas que no aceptan el sistema harán un sano ejercicio de coherencia si rechazan participar en él. Siguiendo con el primer argumento, un segundo motivo es que la abstención es una forma de deslegitimar el resultado de los comicios electorales. Cuando unos resultados electorales de unas elecciones generales cuenten con una abstención del 50% de los votantes, el Gobierno resultante tendrá muy poca legitimidad. Así que la mejor forma de debilitar al statu quo político y al sistema es abstenerse. El tercer argumento es, sencillamente, que un voto en términos matemáticos es insignificante. La probabilidad de que nuestro voto individual altere el resultado de unos comicios es tan remota como la probabilidad misma de ser agraciado con el Gordo del sorteo de Navidad. Esto es algo que los votantes suelen olvidar: su voto en términos matemáticos no es relevante. Sin duda, la suma de muchos cambia los resultados de unos comicios pero, a no ser que tengamos poderes sobrenaturales o cometamos fraude electoral, sólo podremos votar una vez.

Otro argumento en pro de la abstención es el hecho de que, aun en el caso de que encontremos a un partido con el que nos sentimos mínimamente representados, no tenemos garantía alguna de que cumplan su programa electoral. En otras esferas de la vida, si alguien llega a un cargo prometiendo ciertos resultados y no cumple, acaba despedido. En política, no hay ninguna ley o norma que permita exigir a los políticos electos cumplir con su programa electoral. La mejor muestra de esta triste realidad que muchos quieren olvidar es precisamente esta última legislatura del Partido Popular. En campaña electoral criticaron la subida del IVA del Gobierno de Rodríguez Zapatero y prometieron bajar impuestos, no crear un banco malo, reducir el déficit público y liberalizar la economía. En el ecuador de la legislatura, podemos afirmar categóricamente que el actual Gobierno no sólo ha incumplido su programa sino que ha hecho prácticamente lo contrario de lo que prometía hacer en su programa electoral. Subieron el IVA, el IRPF y tantos otros impuestos más, hasta encadenar más de cincuenta subidas de impuestos. Crearon un banco malo, socializando entre todos el rescate a la banca, cuando la alternativa liberal del famoso "bail-in" era la manera más justa de recapitalizar la banca. La reducción del déficit público brilla por su ausencia cuando, seis años después de la caída de Lehman Brothers, el Reino de España tienen un déficit público que roza el 7%. Y sobre la liberalización de la economía, mejor no hablar. Lo único que ha hecho mínimamente bien el Gobierno de Rajoy es la tibia reforma laboral que, si bien logró flexibilizar el mercado de trabajo y reducir los costes para el empresario, se quedó corta. Por tanto, votar a un partido no es garantía de nada, es un voto de confianza a unos completos desconocidos que históricamente han robado al ciudadano y pisoteado sus libertades mientras sus egos se llenaban de tanto poder acumulado.

Por último, pero no menos importante, si se piensa fría y racionalmente uno tiene mejores cosas que hacer con su tiempo que acudir a las urnas el día de una jornada electoral. Teniendo en cuenta que nuestro voto individual apenas tiene valor en cambiar la composición parlamentaria, que al votar legitimamos el sistema y a los políticos, que somos igual de buenos ciudadanos tanto si votamos como si no lo hacemos y que incluso si votamos no tenemos garantía alguna de que se cumpla lo que nos han prometido, creo sinceramente que podemos hacer cosas mucho más interesantes que acudir a un colegio electoral un día festivo. A mí se me ocurren infinidad de planes más valiosos y gratificantes que hacer antes que votar. Así que si se anima a abstenerse este domingo, siéntase cómodo con su elección si es recriminado por un supuesto ciudadano ejemplar y recuerde: ser un ciudadano ejemplar y votar son dos cosas que no guardan relación alguna.

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