Es el fenómeno económico de moda. La desigualdad está en todas partes, en todas las agendas políticas de los socialistas, en toda manifestación callejera. El movimiento de «We are the 99%« o «Somos el 99%« en Estados Unidos o el partido político Podemos no dejan de denunciar este fenómeno y proponen medidas liberticidas para (supuestamente) contrarrestarlo. La mayoría de sus mensajes intenta mostrar a una sociedad cada vez más polarizada en la que los de arriba -que son «cuatro gatos»- viven gozando de los mayores lujos y comodidades a costa de los de abajo, el pueblo. La solución, claro está, es subirle los impuestos a los ricos y redistribuir una porción de sus rentas aún mayor que la actual. Esa forma de ver la sociedad supone una mezcla de dos ideas erróneas. La primera de ella es que el capitalismo es un juego de suma cero, en el que para que uno gane otro tiene que perder. Esa idea es rotundamente falsa. La segunda idea en la que se basa esa visión es el de una creciente desigualdad de rentas, que analizaremos a continuación. La mayoría de las cosas que escuchamos sobre la desigualdad son cuando menos inexactas o, en el peor de los casos, falaces. ¿Cómo se explica que Dinamarca sea el país más desigualitario del mundo en riqueza y al mismo tiempo el segundo más igualitario en renta?
Como si las ideas sobre la desigualdad no hubiesen calado lo suficientemente hondo en la mayoría de sociedades occidentales, la gota que ha colmado el vaso ha sido la aparición de un libro escrito en 2013 pero publicado por Harvard University Press en inglés en 2014. El libro económico del momento, El Capital en el Siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty trata en exclusiva el fenómeno de la desigualdad. La tesis que Piketty sostiene es que la acumulación de capital inherente al sistema capitalista crece de forma más rápida que la renta y los salarios. La consecuencia que más preocupa a Piketty de este fenómeno es la creciente desigualdad. El problema es que, tal y como Juan Ramón Rallo y otros muchos economistas han refutado, el temor que Piketty vislumbra no se produce. De hecho, la mitad del aumento de la desigualdad en la distribución de la renta desde finales de los 70 no es fruto de la acumulación de capital de los capitalistas sino del aumento de la desigualdad en las rentas salariales. Ignacio Moncada también le dio un buen repaso al nuevo economista favorito de Paul Krugman en este artículo. Marc Andreessen, un venture capitalist que dirige la firma Andreessen & Horowitz, también mostró en este artículo una enorme incongruencia en la tesis de Piketty. A saber, la irreal facilidad con la que el economista francés sostiene que se pueden reinvertir cantidades de capital crecientes durante periodos tan largos de tiempo como 40, 80 o 100 años. Hasta el propio Warren Buffett, considerado el mejor inversor de todos los tiempos, lleva décadas reconociendo públicamente que a medida que el capital que él gestiona crece, la rentabilidad que obtendrá disminuirá progresivamente.
Más allá de demostrar que la tesis de Piketty es falsa y que la mayoría de lo que se dice sobre la desigualdad es mentira, es interesante plantearse una cuestión. Aun en el caso de que lo que se dice sobre la desigualdad fuese cierto, ¿es mala la desigualdad de rentas? Cualquier socialista de pro dirá que nadie en su sano juicio que además tenga un mínimo de humanidad puede defender que la desigualdad de rentas no es mala de base. Sin embargo, hay varios argumentos en favor de la desigualdad de rentas que Piketty, Krugman y compañía deberían tener en cuenta. Merece la pena enumerarlos y tenerlos en cuenta antes de rechazar de forma instintiva la desigualdad.
En primer lugar, es evidente que la posibilidad de que unos ganen significativamente más que otros es un fortísimo y deseable incentivo para esforzarse por lograr esas rentas por encima de la media. De no existir desigualdad de rentas o de ser las desigualdades mínimas, el incentivo para esforzarse y generar un valor añadido superior al de los demás sería prácticamente nulo. Cierto es que no todo el mundo que genera valor añadido lo hace con el propósito de enriquecerse. Ni siquiera aquellos que sí tienen un afán de enriquecimiento y se esfuerzan más de lo estrictamente necesario para sobrevivir lo hacen sólo por ese motivo. En la mayoría de los casos, se trata de una mezcla de ánimo de lucro y ganas por mejorar el mundo en el que vivimos. Al fin y al cabo, para que el mercado nos recompense con una abundante riqueza, debemos satisfacer las necesidades de muchas personas, lo que indirectamente implica mejorar sus vidas gracias a ofrecerles aquellos bienes o servicios que demandan por encima de otras alternativas.
El segundo motivo es que la desigualdad de rentas es un importantísimo transmisor de información en una economía capitalista. Igual que los precios son los faros del capitalismo, ya que permiten una coordinación social altamente compleja, la desigualdad de rentas es otra señal de información que el mercado transmite a sus partícipes sobre los ámbitos de la economía más exitosos. Eliminar esa transmisión de información sería un grave error.
El tercer motivo es que la desigualdad pone los recursos en las manos de quien mejor rendimiento sabe sacarles. Gracias a la desigualdad de rentas, unos partícipes dentro de una economía acumulan un número de recursos económicos muy superiores al de otros. En contra de lo que intuitivamente podríamos pensar, lejos de ser algo injusto, este fenómeno es importantísimo. La desigualdad permite que aquellas personas que han demostrado ser más productivas y capaces de generar un mayor valor añadido para la sociedad, dispongan de más recursos. Que en sus manos tengan más recursos que los demás permite que esos mismos recursos sean usados (en principio) por personas más capaces que los agentes económicos que generan menor renta. De suceder lo contrario, la destrucción de recursos sería muy superior.
Como hemos visto, la mayoría de las cosas que se dicen sobre el fenómeno de la desigualdad son rotundamente falsas. Pero aun en el caso de que la desigualdad que nos dicen se está produciendo en la actualidad fuese cierta, no sería un fenómeno negativo. Evidentemente la desigualdad tiene algún efecto negativo, pero creo firmemente que los efectos positivos son superiores. El mercado, con su capacidad de ajuste fruto de la experimentación descentralizada es el mejor marco para la coordinación social. Y si este genera desigualdad dentro de un marco de libertad absoluta, bienvenida sea.
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