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En defensa del Estado. Reflexiones heterodoxas

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Vivimos en tiempos extraños, líquidos para decirla al estilo Bauman, en los que los alegatos a favor del realismo son denostados de izquierda a derecha del espectro ideológico. Para muchos, el título que vengo a proponer les va a provocar urticaria. Como el marxista, el libertario tiene que tener su chivo expiatorio, y este no es otro que: el estado. Si el marxista peca de extremismo ideológico para con la burguesía, lo mismo pasa con sus homólogos libertarios respecto al estado. Cuando uno ha transitado de un posicionamiento ideológico a otro (como es mi caso), se da cuenta de la vehemencia con la que es atacado el Leviatán de turno. 

Para un amplio sector de la izquierda, la demonización del empresario es el pal de paller en el cual desarrollan parte de su crítica al capitalismo. Por otro lado, para el libertario la culpa de todos los males proviene del estado. Si unos idealizan apriorísticamente a la clase obrera, otro tanto sucede con la figura del empresario (y del mercado). Como si ambos factores de producción no se necesitaran el uno al otro. Aún así, es importante mencionar que en el modelo de demanda previo a los años 80s, el factor trabajo era doblemente útil para producir y necesario para consumir (de ahí el objetivo del pleno empleo), sin embargo, con el paradigma de oferta, el trabajo “se fue convirtiendo paulatinamente en un elemento hasta cierto punto perturbador, del que no se podía prescindir pero que causaba un gran número de problemas. Entre ellos, y principalmente, inflación” (Niño-Becerra, 2020, pág. 86). Con esta perspectiva, el factor trabajo está condenado a la pauperización y al desempleo.

Muchos postulan que, en esta interacción entre los factores de producción es el empresario el que pone el capital, ergo es el que arriesga, puesto que es el que emprende. Como siempre, animo al que sostenga esa premisa que simplemente vaya a mirar los datos del Ministerio de Trabajo. En 2020 el total de accidentes laborales fue de 446.195, de los cuales, 3.643 fueron considerados graves, y en el cómputo global el total de víctimas mortales en accidentes de trabajo ascendió a las 634. Des del 2006 (año en elcual se computaron 947 muertos), hasta el 2020 las cifras han oscilado entre 900 a 450 fallecidos anuales. Me pregunto entonces quién arriesga qué.

Sea como fuere, mi planteamiento es simple: para mí, el enemigo no es el estado, ni tampoco los impuestos per se. Como postuló Friedman en los años 60s, “the existence of a free market does not of course eliminate the need for government. On the contrary, government is essential for both as a forum for determining the rules of the game and as an umpire to interpret and enforce the rules decided on (Friedman, 1962, pág. 15). Así pues, mi percepción iría en consonancia con la del economista neoyorquino. Lo que me resulta más llamativo es la obsesión de los libertarios: los impuestos. Sin percatarse, aplican una especie de subjetividad selectiva en la cual, resulta que todos los gastos del estado que consideran superfluos los han pagado ellos. Estoy seguro que con alguna partida estatal estarán de acuerdo, ya sea en materia militar, seguridad o sanitaria, sin embargo, subjetivamente no piensan que con sus impuestos hayan pagado un gasto que sí les favorece (si lo pensaran no tendría sentido que se quejaran). Imaginemos a un libertario yendo al médico público, recibiendo un trato excelente y finalmente, le llegaran a curar. Acto seguido, al salir de la clínica prorrumpiera: ¡esto es acosta del robo perpetrado por el estado hacia mi persona! Este sesgo cognitivo de observación selectiva es terreno abonado para los departamentos de psicología. 

Los corifeos del libertarianismo han conseguido que calara hondo en el imaginario colectivo la idea falaz de que el estado te quita la mitad de lo que ganas. Es interesante mencionar que los que estamos en los primeros quintiles de los tramos del IRPF, de alguna forma ya somos liberales puesto que el tipo marginal aplicado es del 19%. Sin embargo, el libertario tiene razón, el estado te quita un 47% de lo que ganas, siempre y cuando sea a partir de 300.000€ anuales para arriba. Puedo afirmar que no conozco a nadie de mi entorno que cobre ni siquiera una tercera parte de lo que aquí se está postulando. Sólo alguien de alta alcurnia podría decir semejante dislate. Ciertamente, hay que añadirle a todo lo anterior los impuestos indirectos como el IVA. 

Lo que más me llama la atención de esta especie de pulsión libertaria son las fuentes directas de las cuales provienen. Prima facie podría pensarse que el discurso libertario va en consonancia con los emprendedores, empero, hay un selecto grupo de intelectuales que son profesores titulares (mediante oposición) o que ostentan cátedras en universidades públicas y se dedican a pontificar las bondades del libertarianismo y los peligros del estado (podrían reducir el erario público bajándose el sueldo, por ejemplo), me pregunto ¿cuánto estarían dispuestos a pagarles a ellos los entes privados para ejercer de profesores?, teniendo en cuenta el pésimo interés que se tiene por la educación y la cultura en general en este país. De igual manera, incluso hay algún máster que predica a ciertos autores libertarios en una universidad pública. Ver para creer. 

Alguien podría objetarme que mi postura no es liberal, de hecho, por defender unos mínimos y reconocerle al César lo que es del César, me han tildado de socialista. El gran análisis económico es el siguiente: estado e intervención = socialismo. Puesto que el debate muchas veces se desplaza hacia ese infantilismo económico, mi idea es clara: dada mi formación, si no es el estado quien me proporciona un trabajo difícilmente va a ser el mercado. Los historiadores, y en especial, los económicos, no somos un gremio al cual le lluevan las ofertas laborales (bueno, sí, en cadenas de comida rápida, en tiendas de ropa, o en la hostelería). Por ende, no me escondo. Para investigar en nuestro país la precariedad es altísima e incluso con fondos estatales sigue siendo paupérrima. Como dijo Ortega: yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvo yo (Gasset, 1914, pág. 18).

Entonces, la pregunta es clara: ¿soy liberal? (esto mismo se preguntó Keynes hace justo casi 100 años). Si por liberalismo entendemos libertad de pensamiento, asociación, reunión, expresión, división de poderes, descentralización, etc. Entonces sí. Es importante mencionar que no soy favorable a los controles de precios, ni a los salarios mínimos (aunque ciertamente depende del contexto), ni a la regulación de alquileres, defiendo que por donde pasa el comercio no pasan los tanques (aunque suene idealista), la legalización de las drogas (para comercializarlas y cobrar el IVA – ¿eso te hace liberal? -), entre otras cuestiones. Si por liberalismo se entiende la reducción del estado a su mínima expresión (o desaparición), la eliminación de buena parte de los impuestos (o su totalidad), la privatización absoluta de la sanidad, educación y servicios sociales, entonces no, no soy liberal. 

Lo que acabo de decir no es excluyente de la imperiosa necesidad de la introducción de medidas que puedan favorecer la res publica, lo que Sustein y Thaler han llamado nudges. Una de las cosas que más me gusta de sus postulados es el término libertarian paternalism y choice architect el cual, debe influenciar en el comportamiento de los individuos con el fin de hacer que vivan más sanos, mejor y acaben tomando decisiones óptimas (Thaler & Sustein, 2021, pág. 6).  Así pues, respecto a la sanidad se muestran escépticos no solo de la privatización sino incluso del simple hecho de hacer pagar a los pacientes una cantidad mínima por acudir a los profesionales del sector. Especialmente, hacen referencia al llamado “copago” y es que, se ha demostrado que la gente tiende a no acudir al médico si tiene que pagar, incluso por muy ínfima que sea la cantidad (Thaler & Sustein, 2021, pág. 297).

Para concluir, mi idea es que difícilmente se puede disociar el augmento del bienestar general sin tener en cuenta el rol jugado por el Estado, por mucho que Huerta diga que es a pesar de este. También el hecho del fetiche que tiene el libertario respecto a la Edad Media. Si tus premisas para con el bienestar general se inspiran en esta, algo macabro está sucediendo en tu imaginario: esperanza de vida de 30 años, un salario medio que podía adquirir una escasísima cantidad de bienes, pobreza pavorosa de los agricultores habiendo hasta tres grados de la misma: menos pobres, pobres y poverissimi (Cipolla, 2002, pág. 22). Lo que le gusta al libertario (supuestamente) es la caridad privada, la cual existía (tengan in mente la esperanza de vida con dicha caridad), especialmente de la Iglesia. Otro dato de este período es que el 2% de las familias ostentaba el 45% de los recursos, mientras que el 60% de la población no tenía absolutamente nada. Lo que arguye el libertario es que la justicia era privada (se le olvida decir que estaba en manos de las clases más pudientes, especialmente del señor feudal) y que el rey sólo cobraba un 10% de los tributos. Pueden quedarse con sus entelequias y sus sociedades estamentales, otros defenderemos que ser liberal implica mucho más que la reducción de tarifas, impuestos y la eliminación del estado. Como reza la frase latina: pedes in terra, ad sidera visus.

Bibliografía

Cipolla, C. M. (2002). Storia economica dell’Europa pre-industriale. Bologna : Il Mulino.

Friedman, M. (1962). Capitalism and Freedom. Chicago: The University of Chicago Press.

Gasset, J. O. (1914). Meditaciones del Quijote. Madrid: Revista de Occidente.

Niño-Becerra, S. (2020). Capitalismo 1679-2065. Barcelona: Ariel.

Thaler, R., & Sustein, C. (2021). Nudge. United Kingdom: Penguin books.

8 Comentarios

  1. Gran artículo Ramón. Mus ideas políticas están muy en línea con mi pensamiento. Y no es por que quiera que se extiendan, es que si no es así, ¿como diablos se puede conseguir?

    • Muchas gracias, José María. Un abrazo enorme.

    • Excelente por el aterrizaje en un nuevo realismo y no en los prejuicios de ambos lados de las estridencias ideológicas. atte, Dr Luis Manuel Cuevas Quintero.

      • Muchas gracias, Luís Manuel. Un cordial saludo.

  2. Hola, Ramón: Me ha gustado mucho tu artículo. Nos lo pasó José María, que es nuestro profe :). Coincido en mayoría de los argumentos, pero disiento en cuanto al alcance de la intervención y control del Estado, que también considero debe aplicarse a los aspectos en los que has mencionado que no estás a favor, como la regulación de los alquileres y otros. Digamos que no soy tan liberal como tú en esas cuestiones.

    Expongo mis razones a continuación:

    -En primer lugar entiendo que el sistema de economía de mercado es el mejor conocido, hasta que inventemos otra cosa 😉 , para el desarrollo económico de un país (igual que la democracia lo es como sistema político) y concuerdo contigo en la idea de que cuando fluye el comercio de forma sana, limpia y fructífera, es menos probable que se desencadene un conflicto bélico.

    Sin embargo, por un lado, las relaciones comerciales no siempre son perfectas, ni sanas, ni limpias. Si no fuera asi, no se hubiera necesitado que el Estado interviniera para regular el derecho de la competencia y prohibir las malas prácticas, como la creación de cárceles y monopolios, la colusión de precios, la competencia desleal, etc.

    Por otro lado, el comercio no es incólume a la política, a la fuerza de grupos de presión y a otros muchos y complejos factores. Las leyes comerciales no son, ni mucho menos, neutras frente al oleaje político-social. Yo creo que las regulaciones se deben utilizar cuando las leyes del mercado no funcionan. Y, precisamente, creo que no lo hacen porque han sido alteradas políticamente o por algunos de esos factores ajenos a las mismas. Por ejemplo, en relación a la vivienda: ¿podríamos afirmar que el precio que tiene es real? (ya que apuestas por poner los pies en el suelo). Porque de serlo, regularlo estaría de más y traería inconvenientes como subidas de precio o caídas que hagan insostenible esa industria. ¿Sería posible que el precio de la vivienda esté sobrevalorado por razones que escapan a la ley del mercado?, ¿podemos asegurar que no se ha regulado el mercado para convertirla en un bien de lujo o simplemente especulativo? De ser así, considero que lo correcto sería intervenir para corregir. Conste que no estoy en contra de una especulación razonable (la Constitución sí la condena, en relación con la vivienda – art. 47-), pero sí de aquella que es moralmente cuestionable o rayana en la ilicitud, origen de «burbujas» que producen crisis económicas. Ya ves que la «cultura del pelotazo» no es muy de mi gusto XD.

    -En segundo lugar, España, según nuestra Constitución, se declara como un Estado SOCIAL, inspirado por el principio de la defensa del INTERÉS GENERAL, al que está subordinada toda la riqueza del país (art. 128) y que atraviesa todo su articulado. Asimismo, el Estado tiene que atender las necesidades colectivas y la más justa distribución de la renta y la riqueza (art. 131). Es decir, la iniciativa privada no es absolutamente soberana en nuestro sistema económico y tiene sus límites. Sin embargo, existen posturas y políticas fácticas que interpretan que toda realidad puede ser MERCANTILIZADA y no creo que deba ser así. De ahí que el Estado social y los derechos sociales sean un freno a la tentación o irrupción radical de un liberalismo al modo del siglo XIX. Sectores sensibles al ejercicio de los derechos sociales, como son la sanidad, la educación, (como tú bien has comentado), el sistema de pensiones y, añado, todos los principios rectores de la política social y económica, entre los que está la vivienda (es un derecho, aunque no sea fundamental, además de una necesidad) no creo que deban ser entregados a la regulación exclusiva por el sistema de mercado, porque ese endoso no garantiza un sistema justo y, ni siquiera, eficiente. Por ejemplo, lo que ocurre en Europa con la industria farmacéutica es una muestra de cómo el Estado debe estar atento a los servicios públicos de interés general.

    -En tercer lugar, a mí me duele y me preocupa que haya familias que, con un salario normal, no puedan pagar un alquiler y, a la vez, vivir dignamente, o que, ni siquiera, puedan dar de comer a sus hijos. Las leyes del mercado son indiferentes ante estas circunstancias. Esa precariedad estructural es considerada por los muy liberales como meros daños colaterales inevitables dentro de nuestro tipo de economía. Y yo me niego a aceptar eso (llámame también idealista). Para mí es un asunto claramente de interés general y, por tanto, creo que el Estado debe intervenir para paliar esas situaciones. Y, como bien has dicho, no se puede tratar de caridad de los más pudientes a los menos, sino de justicia social.

    Acepto que la formas de intervención del Estado no siempre son las más eficientes, porque están teñidas de intereses partidistas, porque muchas veces producen efectos contrarios a los que se pretenden conseguir, cuando no porque desaniman a los productores, o hacen caer a los mercados o dificultan el desarrollo de las Pymes. No obstante, no creo que haya que darse por vencido, sino, por el contrario, insistir y encontrar fórmulas más eficaces e inteligentes que permitan compatibilizar la libertad de comercio y la justicia social y que no suponga un costo inasumible para las arcas del Estado. No olvidemos que el Estado, además de Hacienda, somos todos los ciudadanos, no es un enemigo XD. A ver si los economistas se retratan con algo potente :P.

    • En primer lugar, felicitarte por el excelente profesor que tienes. En segundo, agradecerte el prolijo comentario que has expuesto.
      En cuanto a cuestiones que has mencionado: en ningún caso las relaciones comerciales son perfectas (por otro lado, no he dicho que lo sean) de ahí tampoco se deduce necesariamente la premisa de la intervención estatal en dichos sectores: ¿no es el estado quien crea monopolios comerciales?, ¿no es el estado quien, de facto tiene el monopolio de la violencia (ergo, ¿no ha provocado malas praxis?), ¿no son todos los sitios públicos que ofrecen un servicio una especie de competencia desleal para con el sector privado? (ojo, como he expuesto, yo defiendo los sectores que considero neurálgicos para el buen funcionamiento del sistema), ¿no fue el estado quien rescató bancos privados con fondos públicos en 2008?
      Sobre la vivienda «¿podríamos afirmar que el precio que tiene es real?» el precio de la misma, ¿dónde? En Barcelona hay barrios en los cuales el precio es estratosférico, ahora bien, si la oferta no da respuesta a la demanda, es lógico que el precio tienda a subir. Si hay 1X oferta de pisos disponibles, pero la demanda es 3X el precio subirá ad infinitum (o bien hasta que se genere más oferta o haya más interés por zonas menos concurridas – la famosa España vaciada-). Por decreto es prácticamente imposible modificarlo. Sea como fuere, es un tema ampliamente tratado por los economistas (entre los cuales, un servidor no se encuentra). Lo último que he podido leer al respecto es el artículo de: Herman Donner y Fredrik Kopsch «Who Benefits from Rent Control?» (enero, 2021). Te invito a leerlo. La situación de regulación en Suecia está provocando escasez de vivienda. De hecho, para vivir en Estocolmo hay que entrar en un concurso público de puntos que se renuevan anualmente (incluso debes hacer cursos especializados en X temas para acumular más puntos y asegurarte la vivienda, y ¡ep! para nada es gratis, sigue teniendo un coste elevadísimo sumado a los costes de oportunidad y el aumento burocrático que todo eso conlleva).
      En cuanto a la Constitución, no tengo ni la más vaga idea sobre leyes, ergo, lo que voy a decir es simplemente lo que creo. Las palabras que mencionas (estado social – ¿qué significa eso? ¿Es Argentina más social que Suiza? -, interés general – una quimera de manual, lo que para ti es un interés, para mí no y viceversa-) son sumamente ambiguas, y por lo tanto, ampliamente discutibles. Has citado varios fragmentos de la Carta Magna, lo único que puedo añadir es que, si todo fuera tan sencillo como dejarlo plasmado en un papel, sería tan simple como: Art.1 Prohibido ser pobre, o ir a Angola a implementar vía decretos todos los derechos sociales del mundo. No hace falta decir que, no tendría ningún efecto el documento, por mucho que lo refrendara un parlamento.
      Sobre el «radical de un liberalismo del s.XIX», bien, te recomiendo a Tocqueville o a Mill, ambos referentes para mí (no los veo radicales). Yo me muevo en coordenadas conservadoras también, y quienes crearon el estado del bienestar fueron los conservadores alemanes en las postrimerías de dicho siglo (con Bismark a la cabeza). Añado también que los liberales crearon el estado del bienestar en GB (véase «The Pillars Of Security» por Sir William H. Beveridge).
      Sobre las familias que no pueden pagar un alquiler, por supuesto que hay cuestiones que deben ser tratadas des del estado (ahora bien, ¿cómo determinar la ayuda a las personas para pagar dicho alquiler?, el plan de los 200€ que quieren implementar en la actualidad lo único que provocará es el aumento del propio alquiler. ¿No crees que el propietario del piso no querrá cobrar más dado que hay una inyección exógena de capital a su inquilino?). También habría que plantearse por qué personas con segundas residencias no quieren alquilar sus casas por el desamparo que sienten y la desprotección sistémica hacia los pequeños propietarios. Esa precariedad estructural es de la que hablo en todo el artículo, en primera persona de facto.
      Por último, como ya planteó Bastiat a finales del s.XIX, una política determinada debe ser valorada por sus consecuencias, no por sus intenciones, no sólo es importante lo que se ve (una familia que no puede pagar el alquiler), sino aquello que no se ve (las nefastas consecuencias que pueden tener las políticas gubernamentales cuando tratan de arreglar eso con más intervención).
      Un placer.

  3. Antes de Marx, decir liberal y decir socialista era casi lo mismo. La sociedad se organiza sola, es mejor no estorbar su desarrollo. Eso es muy parecido a lo propiamente liberal: que nadie te estorbe en tu camino para hacer lo que debes hacer. Lo liberal nunca tuvo nada que ver con creerse omnipotente, omnisciente o invencible. Más bien, siempre estuvo relacionado con el deber, con la autonomía moral, y eso lleva a pensar en el bienestar ajeno. El liberalismo es lo opuesto a lo que normalmente se entiende por egoísmo. Se nutre del amor propio, y huye del odio a los otros.

    Pero las palabras se corrompen. O, más bien, son corrompidas, casi siempre adrede. Después de Marx, todos los socialismos fueron explícitamente antiliberales: nada de autonomía moral, mucho menos de acción, de planificación, de investigación o exploración. La destrucción de todos los individuos es el tema central, siendo la solidaridad la peor forma de egoísmo; Una clara inversión satánica.

    Desde Bismarck el Estado es inevitablemente socialista, y opuesto a las soluciones pacíficas, a la libertad de expresión, de conciencia y de pensamiento inclusive. El principio es claro: si no puedes con el enemigo, únete a él. El marxismo era un peligro para el crecimiento y la supervivencia del Estado a medio plazo, así que el Estado incorporó los elementos más misantrópicos y disfuncionales del marxismo, rechazando todo lo demás, logrando entorpecer su avance. Esto contribuyó mucho a las dos grandes guerras y a la tremenda destrucción moral de la que todavía no nos hemos repuesto. El liberalismo murió y se zombificó antes de la primera guerra, y devino en la democracia totalitaria, un absurdo capaz de ensalzar cualquier matanza de los progresistas. Los liberales tuvieron que aceptar la violencia, la coacción y el lema «el fin justifica los medios», tan caro al nacionalsocialismo. Los liberales tuvieron que elegir entre ser momias o ser socialistas, en ese sentido opuesto al original. Pero todavía quedó un remanente de irreductibles galos que querían vivir en el mundo real.

    Entonces ocurrió algo inesperado: los anarquistas se volvieron liberales. Un auténtico giro copernicano. Rechazaron la doctrina comunista. Descubrieron, por experiencia directa y muy a regañadientes, que era imposible llegar al comunismo que deseaban mediante los métodos habituales: la violencia como estrategia engorda al Estado, y perjudica seriamente a la sociedad y su desarrollo natural. Pero el liberalismo estaba vacante, y ellos lo ocuparon: la libertad de conciencia es superior a la libertad de expresión, pero se alimentan la una a la otra, y necesitan leyes justas. Así, los anarquistas (algunos, y poco a poco, con mucha timidez) pasaron de estar en contra del Gobierno y del Estado a estar solamente en contra del Estado, pero a favor de los gobiernos limitados (lo cual tampoco es estar a favor del Gobierno, dado que múltiples gobiernos compitiendo entre sí no es la situación que desean los que aman al Gobierno, porque éstos buscan un Gobierno de gobiernos, sin límites). Resurgió algo que estaba hundido en las profundidades de la mente anarquista: que la jerarquía forma parte de la esencia de la autoorganización de la sociedad. La jerarquía nunca es total, pero es necesaria para evitar la violencia adolescente, característica de toda forma de socialismo. Toda sociedad en su proceso de autogeneración produce jerarquías. No hay igualdad absoluta en nada. La igualdad siempre relaciona dos cosas respecto de alguna característica o propiedad, y no pasa de ahí. Así nació el anarquismo de derechas contemporáneo, que suele denominarse libertarianismo.

    La reacción a esto fue que el Estado se dedicó a envenenar el pozo creando una legión de leyes injustas. Muy eficaz. Con la nueva reformulación del Estado, la que emergió en torno a los años cincuenta (y ya llevamos al menos ocho reformulaciones en los últimos cinco siglos), no es posible tener nada ni remotamente parecido a un sistema legal coherente. Toda la legislación contemporánea es nihilista, deliberadamente absurda, feísta y antropofágica. Obliga a la gente al ensimismamiento y prohíbe la gratitud y la generosidad. La infantilización de la sociedad corresponde a un diseño muy inteligente y muy cruel. El lema del Estado que nosotros hemos conocido es «cuanto peor, mejor». Como ejemplo se puede ver que las universidades son, al menos desde los años sesenta, un circo en el que cualquier avance en cualquier rama del saber se produce por accidente, y los responsables deben pedir inmediatamente perdón si no quieren ser expulsados a las tinieblas exteriores. Además, el Estado decidió invadir el mundo de la empresa, porque funcionaba demasiado bien, a pesar de todos los obstáculos. Así, alguien decidió meter a la empresa en la universidad. El timo está funcionando muy bien, porque la gente realmente cree la milonga de que el emprendimiento depende de una formación superior y del mamoneo característico de los departamentos universitarios, lo cual contradice a toda la experiencia acumulada por la humanidad desde que a alguien se le ocurrió usar barro cocido para guardar aceitunas y llevarlas a otro sitio. Esa hipnosis que hace a la gente rechazar el sentido común, la historia, la experiencia, sólo pudo ser creada e impuesta por este Estado contemporáneo. Nadie con los pies en el suelo puede creer las majaderías estatistas que son obligatorias en los currículos universitarios.

    Ahora el sistema está claramente agotado. Toca cambiarlo todo para que todo siga igual. Ahora lo liberal es la coacción, el fraude, el cohecho, la amenaza en todo, la censura sistemática, la supervisión de los eventos que acaecen en la cama y en el váter. Ya están patentemente establecidos en la eugenesia (siempre disgénica, by the way). Dentro de poco veré a los liberales en plan neonazi sin tapujos, defendiendo los campos de exterminio de las razas esclavas, y eso que ahora la raza ya ni existe, como el sexo. Las nuevas razas esclavas están compuestas por pacifistas que quieren huir del panóptico, aunque solo sea mentalmente. Imperdonable falta de confianza. Se van a enterar esos díscolos.

    El socialismo ha sido masticado, digerido e incorporado por el Estado. Algunos fantasiosos lo llaman capitalismo de Estado, haciendo un claro anacronismo que no llega a ser desternillante, pero tiene su gracia. ¿Dónde va el Estado? ¿Dónde va el liberalismo? ¿Volverán los liberales a justificar la esclavitud? Parece que llevan esa trayectoria. El futuro Estado será más clasista que nunca antes. Todas las religiones se plegarán rápidamente, pues es un retorno al pasado muy agradable para sus intereses. Las universidades ampliarán su alcance y harán perder el tiempo a más gente y más joven que antes. ¿Si pueden votar con quince o dieciséis, por qué no pasar directamente del jardín de infancia a los estudios de grado? Tampoco importa, la verdad.

    No está lejos el día en que todos estén obligados a vestir exactamente igual, ni es imposible que el Estado terapéutico obligue a la gente a eliminar de su cuerpo todo cabello en la cabeza y todo el vello corporal, a fin de prevenir enfermedades contagiosas. Creo que el Estado será totalmente liberal en el nuevo sentido de la palabra, y dejará de ser el enemigo de la humanidad, por la sencilla razón de que la humanidad ya no existirá. Solo habrá gestión administrativa, habiendo sido eliminada toda diferencia, todo criterio, toda opinión, toda preferencia, todo juicio, toda curiosidad y toda obligación. No habrá música, porque no habrá ninguna emoción que comunicar. Todo será perfectamente aséptico, neutral, unívoco y predeterminado. Seguirá habiendo elecciones políticas precisamente porque no habrá nada que elegir. Será el triunfo del antirrealismo.

    Eso sí, la realidad seguirá caminando paralela a la locura humana, intentando rescatarnos desesperadamente. La gente seguirá sufriendo y muriendo, pero nadie lo sabrá. Seguirá habiendo violencia, pero nadie se enterará. En el nuevo Estado liberal y democrático seguirá existiendo el terror, pero la culpa será de los irredentos que vivirán ahí fuera, en la peligrosa realidad, totalmente separados. Todo el mundo será feliz porque habrán logrado el milagro definitivo: separar Mundo y Lenguaje, demostrando apoteósicamente que la Lógica fue un error de la Evolución.

    El Estado es hoy un koan. El Liberalismo es su correspondiente satori. Y será así hasta que todo vuelva a cambiar, al menos en apariencia.

    Solo queda lo imponderable. ¿Una invasión formal, a la antigua usanza? ¿Un nuevo profeta? ¿Skynet atacará? Quién sabe lo que va a pasar. Solo quiero expresar que lamento que tantos sigan en Babia. Esa falta de curiosidad duele más que un sarcoma.

    ¡Enhorabuena!

    • Gracias por su extenso y generoso comentario. No soy muy propenso a futuribles, así que, me es difícil pensar en el futuro del liberalismo y del estado stricto sensu. Deformación profesional, a lo sumo puedo interpretar el pasado y el presente de dichos fenómenos. Un saludo cordial.


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