Una de las ideas que están empezando a calar en la derecha social es la que afirma que un pilar del liberalismo ha quedado obsoleto: su anticomunismo anterior a la caída del Muro de Berlín.
La esencia de esta idea la resume muy bien Quintana Paz en este tuit
Es una crítica razonable, pero de trazo gordo (muy en la línea de todo lo que expresamos en Twitter). Por un lado, es obvio que no se puede intentar entender el mundo solo basándose en un marco mental de hace treinta cuatro años. Por otro lado, sería absurdo desechar un marco muy rico de ideas que se basa en décadas de experiencia sobre el comportamiento de un ser, el humano, que evoluciona mucho más lentamente de lo que nos gustaría creer.
Así que creo que todos podríamos llegar al acuerdo de que las ideas reinantes en 1989 son dignas de estudio, al mismo tiempo que precisan ser adaptadas según los hechos vividos desde entonces las vayan invalidando.
El liberalismo antes de la caída del muro
Por lo tanto, este es el inicio de una serie de artículos que no pretende afirmar que en 1989 llegamos al cenit del conocimiento, pero sí reivindicar que muchas de sus ideas siguen siendo extremadamente valiosas. Tanto, que solo requieren ligeras adaptaciones para explicar problemas que nos parecen muy actuales. Seguramente algún lector perspicaz piense que voy a darle la razón a Quintana limitándome a hacer divulgación. Puede ser, pero creo que divulgar ideas de otros intentando aportar tu grano de arena no deja de ser una forma de pensar ideas, y seguramente una más útil que intentar partir de la nada.
Para ello, me voy a basar en el que seguramente sea el libro que mejor resume el pensamiento liberal justo antes de que el Muro cayera: El conocimiento inútil de Jean-François Revel, publicado en 1988.
Podría escoger cualquier libro de Revel, ya que si de algo se le acusó hasta su muerte en 2006 es de no haber abandonado ese marco mental reaccionario pre-1989. Pero los que hemos leído al liberal francés sabemos que no solo evolucionó su pensamiento después de 1989, sino que supo ver antes que nadie el cambio de rumbo que había iniciado la izquierda, plasmándolo magistralmente en La gran mascarada en el año 2000.
Algo que, por desgracia, no ha podido ver Revel es a una izquierda, que en una época se preocupaba por Pinochet o por el apartheid sudafricano, ahora pierde el sueño porque el dueño de una pequeña empresa española (Desokupa) ha puesto una lona en un edificio de Madrid con un mensaje político.
Desokupa
Daniel Estévez es el dueño de una empresa cuya finalidad es sencilla: dar una solución privada a una dejación de funciones del Estado. Nuestros políticos han decidido que la usurpación de un inmueble no sea una prioridad para las fuerzas de seguridad y la justicia. No es una decisión que se base en la incompetencia, sino en una serie de ideas que tiene algo en común: el desprecio a la propiedad privada.
Como el propio señor Estévez repite continuamente, su negocio puede dejar de existir en el momento en el que el Estado vuelva a asumir sus funciones de seguridad, y restablezca la defensa de la propiedad privada (sea la morada de alguien o no) de la usurpación.
La empresa ha podido ejercer su función durante todos estos años por una razón sencilla, lo que hace es perfectamente legal. Y lo que es más importante, es extremadamente difícil de ilegalizar. Su funcionamiento se basa en dos procedimientos: negociar la salida de los usurpadores neutralizando la principal vía de fuerza que éstos tienen: la intimidación. Cuando esto falla, recurren a utilizar un recurso que muchas personas no entienden: los derechos que acompañan a la propiedad privada comunal.
Voy a emplear un momento en explicar las dos vías, porque la confusión aquí es importante.
Los derechos de la comunidad
Los trabajadores de Desokupa son físicamente intimidantes no como vía de coacción sobre los usurpadores, sino como vía de defensa de ellos. Es la misma táctica que utilizan los antidisturbios de las policías, o los porteros de las discotecas. Si quieres evitar el enfrentamiento con alguien conflictivo, la regla número uno es mandarle el mensaje de que va a salir perdiendo iniciando la agresión. Es curioso que un principio tan sencillo que se incorporó a la sabiduría humana hace siglos sea imposible de deglutir por cierto sector de la sociedad.
Sobre utilizar la propiedad comunal, es aún más sencillo y frustrante para los enemigos del sentido común. Alguien puede usurpar una vivienda y convertirla en su morada, pero no puede usurpar los derechos de la comunidad de propietarios de la finca donde se sitúa esa vivienda. Por lo tanto, no hay nada más fácil para poner fin a una usurpación que encerrar en su morada al usurpador, impidiéndole salir, ya que, si saliera, no tiene el derecho a volver a entrar atravesando las zonas comunes.
Estévez
La genialidad del empresario no está en inventar algo muy complejo para dar servicio a sus clientes, sino de utilizar recursos simples que estaban a la vista de todos, pero que nadie más supo aprovechar.
Así que, respecto a su faceta de empresario, solo se puede admirar a Daniel Estévez y su capacidad de sacar partido a una legislación vergonzosa al mismo tiempo que da una solución a los ciudadanos para mitigarla. Pero la izquierda no solo está demonizando a Estévez por su faceta como empresario, sino que son sus características personales las que están a punto, sino lo ha hecho ya, de convertirle en un oponente de leyenda para el antifascismo patrio.
El señor Estévez es un personaje peculiar. Adopta perros, ha votado a PACMA y tiene una asociación que ayuda a los niños con cáncer (hasta se disfraza de Batman para ir a verlos al hospital). Pero claro, también es bastante de derechas. Y de una clase de derecha a la izquierda solo está acostumbrada a ver caricaturizada en sus películas.
Si unes un lenguaje mundano: llamar guarros a los activistas de extrema izquierda, o ratas a los okupas de movimientos alternativos, con discursos pasionales sobre lo que le dan ganas de hacer o dejar de hacer cuando ve desórdenes públicos, la cosa se pone tensa. Y si a eso le sumas una estética de cabeza rapada, tatuajes y una masa muscular considerable, ya nos podemos imaginar que los gritos de la izquierda se van a oír muy alto.
Defensa de los bienes públicos y privados
Pero lo cierto es que Daniel Estévez no es un elemento peligroso, ni pertenece a organizaciones violentas. Yo no le pondría como interlocutor para negociar con la izquierda temas delicados, pero en ningún caso está incitando a la violencia sobre nada, ni nadie.
Hace unos días hizo unas declaraciones que son de un gris que pueden incomodar a muchos. A saber, ante los disturbios en Francia, donde la convivencia en ese país se ha roto por un sector muy concreto de la sociedad, el señor Estévez declaró en un directo en la red social Instagram que de pasar algo así en España, él se pondría a la cabeza de la defensa de los bienes públicos y privados que se estaban destruyendo.
¿Es eso razonable? Bueno, podríamos empezar analizando si es razonable que un sector de la sociedad se dedique a quemar y destruir bienes en base a no sé muy bien qué protesta social. Si estamos en el bando que lo ve razonable, no hay mucha discusión sobre las declaraciones del dueño de Desokupa. Si unos ciudadanos pueden destruir cosas excusándose en sus pasiones, otros pueden pararles los pies en nombre de las suyas.
Usurpar la función de la policía
Si somos más razonables, y pensamos que nadie puede ir quemando cosas por ahí para protestar, podemos llegar al acuerdo que sean las fuerzas de seguridad del Estado las que paren los pies a los que lo intenten, mientras el resto esperamos pacientemente a que el orden sea restituido y revoltosos respondan ante la ley. Lo que yo interpreto de las manifestaciones pasionales y en caliente del señor Estévez es que si no somos todos razonables (de ahí que pida que le den los medios a la policía para no llegar a esa situación) él estaría en su derecho de liderar a quienes se les uniera para confrontar a los que están destruyendo bienes.
Puede ser una interpretación buenista por mi parte, así que voy a aceptar otra visión: el señor Estévez está afirmando que, ante una revuelta violenta de terceros, puede usurpar el uso de la fuerza a las policías estatales para ejercerla él y el grupo (que ahora no existe) que lidera. Incluso en esta interpretación radical de sus declaraciones, no está haciendo otra cosa que soltar una bravata cuyo fin evidente es ganar cierta popularidad entre un sector que está bastante harto de ver como las revueltas tienen el sello de reivindicaciones que siempre les son ajenas. En definitiva, en el peor de los escenarios no está haciendo otra cosa que no haga cualquier líder sindical de medio pelo: o nos tienes en cuenta o se acaba la paz social. O expresado de manera más mundana: si nos pisas (metafóricamente) arderán las calles.
El juego de la coacción
En realidad, hay una diferencia de grado entre estos dos ejemplos: defenderte de una coacción puenteando a la policía es menos grave que iniciar la coacción porque otro no quiera aceptar alguna de tus reivindicaciones sociales. Para evitar lo primero solo tienes que abstenerte de agredir a tu supuesto enemigo, para lo segundo tienes que pasar por el aro. O sea, dejar que te coaccione.
Pero, por simplicidad, vamos a considerarlas equivalentes. Daniel Estévez ha cometido la fechoría de ponerse en el mismo nivel que cualquier dirigente de izquierda que utilice la paz social como moneda de cambio para colar sus líneas rojas en el debate social. O sea, que se ha rebajado al nivel de la mayor parte de la izquierda española. ¿Cómo puede haber tanto escándalo por algo así?
Hostilidad hacia el comunismo
Pues aquí vamos a pedir ayuda al Revel de 1989 para que nos aclare algunas cosas:
Las democracias en el siglo XX han sido amenazadas en su existencia por dos enemigos totalitarios, decididos, por doctrina y por interés, a hacerlas desaparecer: el nazismo y el comunismo. Han conseguido deshacerse del primero, al precio de una guerra mundial. El segundo subsiste. No cesa, desde 1945, de aumentar su poderío y de ampliar su imperio. Ahora bien, la izquierda no ha cesado de imponer el mito curioso de que los dos totalitarismos han sido y continúan siendo igualmente activos, igualmente presentes, igualmente peligrosos, y que es, pues, un deber no atacar o criticar nunca a uno sin atacar al otro.
Aún más, esta igualdad de tratamiento y esta rigurosa equivalencia entre un totalitarismo que ya no existe y un totalitarismo que continúa existiendo representa una posición considerada ya como inclinada a la derecha. Es el límite que no se debe pasar en la hostilidad al comunismo, so pena de convertirse uno en sospechoso de fascismo, o de simpatizante de los «totalitarismos de derechas»
Jean François Revel.
Mitos
Esta idea nos da dos pistas cruciales de por qué el mito de una Desokupa nazi dispuesta a tomas las calles es demasiado tentador para la izquierda. Por un lado, en nazismo nunca va a desaparecer de sus obsesiones. Y unos tipos de cien kilos con la cabeza rapada, insultándolos abiertamente y soltando bravatas ante escenarios inexistentes, son una señal de neón de veinte metros de alto que escribe en sus mentes la palabra NAZI.
Por otro lado, de igual forma que había que tapar las tropelías del comunismo con una extrema derecha que solo tenía un poder equivalente en las disparatadas mentes de la intelligentsia izquierdista, ahora hay que tapar que las políticas sociales buenistas que ha reinado en muchas partes de Europa están haciendo aguas, inventando unos supuestos movimientos muy poderosos y violentos que se están fraguando en la derecha.
Lo cierto es que los hechos son los que son. Los que queman coches y edificios y saquean comercios no son la extrema derecha. Ni ahora en Francia, ni en el 2020 en Estados Unidos. Pero escuchando a nuestros pares progresistas, nadie lo diría.
La actualidad del nacional socialismo
Dejemos que Revel nos siga aportando luz a esto:
La izquierda, incluso —y sobre todo— la no comunista, necesita cultivar la ficción de que existe un totalitarismo de derechas tan imponente como el de 1935 o de 1940, a escala mundial, con objeto de poder pasar la esponja sobre el totalitarismo comunista. Ciertamente, violaciones de los derechos del hombre, tiranías, represiones, exterminios e incluso genocidios pululan fuera del sector comunista del planeta. Es una evidencia, y pulularon mucho antes de que el comunismo hiciera su aparición en escena. Que sea preciso combatirlos y esforzarse en crear una especie de orden democrático mundial es algo de lo que todo hombre honrado está convencido.
Pero esto es precisamente lo que nosotros no hacemos. Porque nos prohibimos a nosotros mismos comprender y, por consiguiente, tratar los males que pretendemos atacar, cuando asimilamos los unos a los otros y reducimos a la unidad supuesta de un totalitarismo de esencia nazi realidades tan dispares como el apartheid sudafricano, la dictadura del general Pinochet en Chile, la represión de manifestaciones estudiantiles por el gobierno de Seúl o, incluso, en una democracia, la expulsión a su país de origen de inmigrados clandestinos desprovistos de autorización de residencia.
Radicales
Hay gente de derecha que es radical. Debe ser la obviedad más aprovechada de la historia. Un empresario español se ofrece en medio de una bravata a hacer de fuerza parapolicial si unos disturbios raciales llegan a España. Eso permite, en la cabeza de la izquierda, olvidar los miles de coches y edificios quemados de los disturbios franceses de estas semanas. Se produce un empate entre dos circunstancias que están en grados extremadamente dispares.
Y estamos siendo generosos, porque lo cierto es que solo empatan en las mentes más moderadas, siendo mayoritariamente aceptado que es mucho más peligroso los desmanes del sector friki de la derecha, que revueltas masivas, violentas y perfectamente organizadas en varias ciudades de millones de habitantes. Al final, tan preocupados estamos de la reacción de una parte de la derecha a unos eventos sociales graves, que no se atiende en absoluto a estos eventos. Se podría argumentar que la situación social de ciertas zonas de Francia es un tema muy complejo. Sería razón de más para no distraerse con asuntos menores. Pero aceptando esto, ¿qué tenemos que decir de la usurpación de viviendas? ¿Es eso complejo?
El mundo real
Si aceptamos el hombre de paja que la izquierda ha hecho de Daniel Estévez y, por tanto, creemos que estamos ante el nacimiento de un nuevo Mussolini, abordemos la causa de su popularidad. Que el Estado vuelva a proteger la propiedad privada, sea la morada de alguien o no. Que sea delito usurpar, y que los jueces lo tengan como prioridad (con nuevos tribunales, por ejemplo). Fin de la historia.
Pero esto no va de acabar con Desokupa. Como bien nos advirtió Revel desde un pasado remoto donde la izquierda tenía unos procesos mentales que han variado bien poco, esto va de construir hombres de paja que mantengan la ficción de que si unos te queman el coche, te saquean el negocio o te usurpan la casa en el mundo real, otros están preparándose para tomar el poder en nombre del extremismo reaccionario de derechas en un mundo imaginario que, aunque solo se puede ver en periódicos y pantallas LED, consigue calar en el imaginario colectivo como más real que la propia realidad.
Y aquí quiero terminar intentando abordar la mayor objeción que se me puede hacer a este artículo: que estoy sustituyendo el comunismo, que era el enemigo al que Revel combate en este libro por otros monstruos que, supuestamente, al liberalismo no le han interesado nunca (o incluso ha ayudado a alimentar), haciendo trampas con ello. Este razonamiento parte de dos errores, que Revel solo combate al comunismo en este libro, y que otros temas ahora candentes no eran de su interés (y de otros liberales) en esa época. Los dos errores tendrán una respuesta que vendrá en futuras entregas, pero quiero adelantar lo principal.
Los derechos básicos
Revel se opone al comunismo por una razón muy humana: considera que los totalitarismos que irremediablemente engendran aplastan los derechos más básicos. Podía haber luchado contra estos Estados totalitarios de muchas formas, pero él escoge una que nos regala a las generaciones futuras unas herramientas fabulosas para nuestra propia época: unas que permiten entender la capacidad de la izquierda para imponer su relato en las sociedades occidentales de su época.
Si alguien cree que en 1989 desaparecieron por arte de magia unos mecanismos que consiguieron que personajes tan repugnantes, y sistemas tan obviamente antihumanos, como los que generó el comunismo, pudieran ser tapados en occidente durante décadas por una élite intelectual dominante, y no tienen nada que ver con el actual rodillo que se está aplicando para empresas sociales muy ambiciosas, pero, reconozcámoslo, mucho menos hercúleas, es que no hemos entendido nada de la historia del siglo XX.
Razón de más para seguir leyendo a Revel.
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