«En manos de quién estamos…». Eso se preguntaba el otro día en gran Peréz-Reverte en un artículo bastante divertido donde relata cómo la burocracia española le hizo pasar un calvario a un conocido suyo para regularizar un bote de cuatro remos.
Me gustó bastante el artículo, como me gustan la mayoría de las críticas sociales que hace. Sobre todo porque es de las pocas personas en España que escribe con sentido común en vez desde una posición ideológica fija.
Aunque el sentido del artículo es claro y queda claro, a mí el tema me parece lo bastante interesante como para ahondar un poco más en él. Porque leyendo a Don Arturo uno puede pensar, erróneamente, que el problema de la sobrerregulación viene porque el señor que regula es un idiota o un ignorante, cuando en realidad es un señor que está siguiendo sus incentivos de forma correcta.
Vamos a ponernos en el caso del redactor de la normativa; ¿para qué va a disminuir los requisitos en seguridad en un bote simplemente porque es pequeño? Podríamos pensar que lo haría para no quedar como un idiota delante de su jefe, que a diferencia que él sí usa el sentido común y le puede correr a gorrazos al leer su propuesta. Error, su jefe ha llegado a esa posición precisamente por haber demostrado claramente que no tiene el menor sentido común o, en el mejor de los casos, que no piensa hacer uso de él mientras realice sus funciones profesionales. Y una de las mejores formas de demostrarlo es dejando claro que la realidad no te va a impedir cubrir el culo de tus responsables políticos, que no tienen ni idea del tema que diriges, definiendo unas normas exageradas que les exonere de cualquier responsabilidad social en una noticia dramática. Y ya de paso si sirve para construir un enjambre burocrático que alimente a la administración con tasas y departamentos de inspección, seguramente te ganes el premio al burócrata del año.
Esto puede parecer una crítica al Estado y los malvados políticos, pero en realidad pasa lo mismo en cualquier organismo lo bastante grande como para que los directivos tengan que tomar decisiones de temas que desconocen por completo. La ventaja del sector privado está en que estos ámbitos suelen ser marginales en el negocio de la empresa, y que los parásitos que habitan en ellos suelen estar a raya vía presupuestos anuales. Las tasas que paga un departamento productivo a uno improductivo se ven muy claramente en los resultados y, por tanto, las normas pueden salir baratas, pero asegurar su cumplimiento no. Y, por tanto, solo se hace en el caso de que no te quede otra (cumplir regulaciones del Estado) o porque es un estándar tan aceptado en el negocio que te perjudicaría seriamente no cumplirlo.
Así que el problema con el Estado es el de siempre: le importa un pito que el número de pescadores baje porque sus normas son absurdas, ni que la riqueza invertida en producción de bienes y servicio útiles se esté derrochando en que la guardia civil se dedique a acosar a señores con botes de cuatro remos o en funcionarios que se aseguren que cada bote cumple con las normativas absurdas, obra de otro funcionario que sólo pensaba en seguir teniendo un trabajo tan bueno y tan importante.
Aunque la madre del cordero sigue estando en la cantidad de ciudadanos comprometidos que se llevarían las manos a la cabeza si tres personas se ahogan al naufragar un bote de este tipo. Y ya no digamos si hay niños entre las víctimas. Porque el Estado es igual de malo en España que en Perú, pero en Perú, gracias a que no tienen tanto tiempo libre para pensar en chorradas, a nadie le sorprende que una persona vaya en un bote pequeño sin el equipamiento de un transatlántico.
La gente normal asume riesgos y a veces, muy de vez en cuando, la cosa se tuerce mucho y muere. Luego están los idiotas a los que la regulación les importa un pito, y pese a que se les intenta proteger con intentos tan absurdos como avisarles de que los anuncios publicitarios son eso, anuncios, se terminan quemando con alcohol o saltando de un balcón o haciendo naufragar un crucero para impresionar a un ligue…
¿En manos de quiénes estamos? En las manos de un sistema que persigue acabar con el individuo, y una de sus principales herramientas para sobrevivir: el sentido común.
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