La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida como FAO, se encuentra extremadamente preocupada por el hambre que pasan millones de personas y ha recomendado comer insectos para combatirla, ya que 100 gramos de orugas secas "poseen 53 gramos de proteínas, un 15 por ciento de grasas, alrededor de un 17 por ciento de carbohidratos y su valor energético ronda las 430 calorías", con una calidad proteica incluso superior a la proteína de la carne y el pescado, además de un montón de oligoelementos y vitaminas y sin subir el colesterol. Vamos, para chuparse los dedos.
Cuentan que los soldados americanos que eran capturados por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial en el frente del Pacífico no eran capaces de comer durante la primera semana el arroz con gorgojos que les daban sus captores. Después, cuando el hambre apretaba, eran capaces de apartarlos y comerse el cereal. Pasado el primer mes, ya no les importaba la accidental mezcla y se dice que los más veteranos que habían sobrevivido al maltrato nipón, no dudaban en comerse los gorgojos que los novatos despreciaban.
Como nos demuestra la FAO con datos, las orugas y la mayoría de los insectos comestibles son una estupenda fuente de alimento, como pronto descubrieron los soldados aliados. Y no ha sido el primero ni será el último animal de la lista de "asquerosos" que ha terminado saciando un estómago hambriento. Los barcos que se hacían a alta mar y estaban infectados de ratas, dejaban de estarlo cuando llevaban tiempo suficiente en altamar. "Molineras" les llamaban por su pelaje cubierto de restos de galleta.
Precisamente, el consejo de la FAO coincide con un programa de la República Popular de Laos para poner fin a los problemas nutricionales de los niños de la región. Aseguran que "las tasas de malnutrición de los niños menores de cinco años alcanzan, en la región de Asia Suroriental, el 40 por ciento, lo que se traduce en desnutrición crónica o en retraso del crecimiento", a lo que añade que la causa de desnutrición más común se debe "a la falta de proteínas y a las carencias de micronutrientes como la vitamina A, B1, hierro y yodo", por lo que se concluye, citando al experto forestal de la FAO, Paul Vantomme, que: "debido a su elevado valor nutricional, en algunas regiones se emplea la harina de orugas en la alimentación infantil para combatir la malnutrición".
En todo caso, que los insectos sean o no un manjar es una cuestión más cultural que una ventaja nutricional. Muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos tienen entre sus platos habituales a escarabajos, grillos, saltamontes y otros artrópodos que a la mayoría de los occidentales les produce más asco que apetito; y ello no ha evitado que algunos, la mayoría, estén en una peor situación nutricional que la de otros países con una alimentación menos exótica. En Occidente también tomamos artrópodos para comer, aquí los solemos llamar mariscos, e incluso así, productos del mar como los calamares o el pulpo, o de la huerta como los caracoles producen cierto asco a gente no muy lejana a nosotros.
Yerra la FAO cuando anima a comer insectos o, como más recientemente, ante una prevista plaga de medusas en el Mediterráneo provocada por el famoso calentamiento global, a comerse a estos venenosos animales marinos. Y digo que yerra, no porque los insectos o las medusas no puedan ser o sean una estupenda comida, sino porque esa medida no ataja las causas del hambre, sino que intenta aliviar los síntomas, hecho que, pudiendo ser necesario en el corto plazo, tiende a confundirse con la solución y se termina enquistando un problema solucionable.
De hecho, la FAO no debería hacer nada. Ni la FAO, ni la ONU, ni ningún gobierno u organismo estatal de la zona afectada o de más lejos. Sería más juicioso dejar la resolución de estas necesidades al orden espontáneo, a la empresarialidad de los que sufren esa hambre o de los que ven en ella una oportunidad de satisfacer necesidades de otros. Las razones del hambre no son por falta de alimentos, ya que en el mundo se producen suficientes alimentos para todos sus habitantes, sino coyunturales.
Hay hambre porque hay causas objetivas que evitan que los alimentos lleguen a los que los necesitan. Algunas de ellas son de carácter coactivo: algún gobierno, grupo guerrillero o mafia organizada impide por la fuerza, bien que los lugareños puedan cultivar y tener suficientes alimentos para su subsistencia, bien que los traigan/compren en otros lugares; otras veces tienen carácter administrativo: los gobiernos e instituciones estatales imponen políticas económicas y sociales que impiden su producción en cantidad suficiente para satisfacer las necesidades de los habitantes de la zona y, si es posible, la venta de los excedentes en otras zonas con carestía. El caso más reciente lo tenemos en la petrolera Venezuela, que presenta carencias en muchos bienes de primera necesidad y ya ha anunciado la cartilla de racionamiento.
La mayoría de las veces es una mezcla de ambas situaciones lo que condena al hambre a millones de personas, impidiendo no sólo la libre actividad empresarial, sino también limitando la inversión de los capitalistas, ligándola en muchos casos a los intereses del grupo que ostente en ese momento el poder, sea gobierno, guerrilla o mafia. Porque, seamos serios, qué puede evitar que, si una guerrilla ha confiscado el contenido de una explotación de aves para sus objetivos, no haga lo mismo con una de grillos, o de orugas, si ésta se ha convertido en la comida de la zona y amenaza con reducir el poder del grupo sobre la población.
Tampoco es casualidad que el régimen de Laos sea comunista, pese a que ha habido alguna apertura a cierta libertad económica en los últimos años, y que el comunista sea uno de los sistemas económicos que más apuestan por la regulación. Tampoco es casualidad que el régimen no haya construido suficientes carreteras ni caminos en todos los años que lleva gobernando el país, ni que buena parte de la región no tenga energía eléctrica, ni que, pese a ser un país agrícola, la mayoría de esta agricultura sea de subsistencia. A lo mejor el problema de la desnutrición radica en ello y no en si se van a servir más o menos ensaladas de grillos en los restaurantes laosianos.
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