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Es hora de progresar

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Cada vez son más evidentes los graves problemas que presentan los sistemas democráticos.

Cada vez son más evidentes, y para más cantidad de gente, los graves problemas que presentan los sistemas democráticos. No en vano, la democracia es considerada por los sabios, no el mejor de los sistemas de gobierno, sino el menos malo.

¿Qué problema social trata de resolver un sistema democrático, qué necesidad de los individuos trata de satisfacer? Resulta fácil identificarlo en el sistema inglés que es el precursor de los sistemas actuales: habida cuenta de que es necesaria la violencia para la protección de la propiedad individual (entiéndase en sentido amplio), y de que se considera que la forma más eficiente de gestionar tal violencia es tenerla en un monopolio (el del rey, en ese momento), se configura un cámara democrática en la que los elegidos, en representación de la sociedad, establezcan las normas por las que se va a regir dicho monopolio.

Lo primero sobre lo que hay que llamar la atención es que dicha cámara no pretende establecer normas para el comportamiento de los individuos, sino exclusivamente para el funcionamiento de la institución monárquica o estatal. En terminología legal, la cámara de representantes solo podía emitir normas de derecho administrativo. Hayek distingue con gran claridad entre estas normas administrativas dimanadas del aparato democrático, y las reglas espontáneas de convivencia, lo que él llama Rule of Law.

La distinción parece haber estado clara y sido respetada hasta la Primera Guerra Mundial y la Revolución bolchevique, con el importante lapso de la Revolución Francesa. Es en estos sucesos donde se ponen las bases para el poder omnímodo del pueblo vía el régimen democrático, y es aquí cuando se empieza a pensar que se puede subvertir el orden espontáneo mediante la proclamación de nuevas normas a gusto del mandatario, y, por supuesto, el uso de esa violencia monopolizada por el Estado. La Revolución bolchevique ahonda en esa línea hasta sus últimas consecuencias, con los resultados bien conocidos para la URSS, aunque también es cierto que nada más lejos de una democracia que el régimen soviético.

Sin embargo, es tras la Primera Guerra Mundial cuando las cosas cambian de verdad y en general. La Gran Guerra, como se la conoce en el resto del mundo, fue implícitamente imputada a los perdedores de la misma, los regímenes monárquicos prusiano y austrohúngaro, y se aprovechó para cambiar todo a regímenes republicanos democráticos. En 25 años veríamos que los regímenes democráticos pueden ser aún más destructivos que los monárquicos, pero ya no hubo vuelta atrás.

Sin embargo, de estos desastres algo se aprendió, y los regímenes surgidos tras la Segunda Guerra Mundial volvían a ser extremadamente escépticos con el poder centralizado, aunque dimanara de la voluntad popular libremente expresada, escepticismo ya patente en la Constitución de los EE. UU. En esta situación, los sistemas democráticos establecidos han permitido la creación de enormes cantidades de riqueza, al abrir espitas de libertad que habían quedado cerradas tras la Primera Guerra Mundial. Pero tampoco hay que echar las campanas al vuelo: en términos de libertad, no es alcanzó el nivel previo a la Gran Guerra (ni posiblemente tampoco el ritmo de creación de riqueza per cápita, aunque esto no lo voy a discutir sin la pertinente investigación).

El caso es que esos regímenes democráticos han ido degenerando a mayor o menor ritmo, en función de las instituciones de cada país. La causa básica de tal degeneración hay que buscarla en la merma del respeto a los derechos de propiedad, paralela al creciente poder de los gobiernos democráticos amparados en su supuesta representación del pueblo. Si el pueblo es omnímodo, ¿por qué se habrá de resistir algo o alguien a su voluntad? Todo lo que se haga por el bienestar social estará justificado, todo se puede sacrificar al pueblo.

Esto resulta en una tremenda pérdida de eficiencia, y una creciente incapacidad para generar riqueza, visible en muchos países de la vieja Europa, anquilosada por las regulaciones que los representantes democráticamente elegidos imponen al pueblo por su bienestar. Y ello sin contar con situaciones coyunturales, como las que se están viviendo en Cataluña, España o Italia. Son indicios de que las democracias están a punto de hacer estallar las costuras de la sociedad a la que pretenden servir.

Por eso, parece llegado el momento de progresar, de abandonar una herramienta que nos ha sido útil durante un tiempo, pero que se ha quedado desgraciadamente obsoleta, y que cada vez crea más problemas de los que resuelve.

Una posible solución sería poner límites al ámbito sobre el que pueden actuar nuestros representantes. Dejar claro que ningún poder tienen sobre las relaciones interpersonales y sobre la propiedad privada, y que lo único que pueden hacer es regular ese Estado monopolista de la violencia, precisamente para proteger dicha propiedad. Esto es lo que se supone que consigue la separación de poderes, pero ya se puede observar su poca efectividad. Y es que, como decía De Jouvenal, la separación de poderes no refleja otra cosa que tres facetas de un mismo poder (al menos, en los regímenes continentales) y por lo tanto no suponen contrapesos mutuos. Como dijo Montilla in illo tempore, quiénes son los jueces para oponerse a la voluntad del pueblo catalán.

Pero, ¿por qué limitarse a estos apaños de dudoso funcionamiento? Con el estado de la tecnología actual, ¿es realmente necesario mantener un monopolio legal para la violencia? ¿No pueden la seguridad y la justicia ser prestadas por el libre mercado? Por supuesto que sí: la teoría económica no encuentra ningún carácter específico en dichos servicios que justifique que su prestación sea más eficiente con un régimen especial. En otros momentos de la historia, quizá la única solución viable era un monopolio legal de la violencia regulado por un sistema democrático. Pero ya no es así.

Es el momento de progresar: abandonemos el monopolio legal de la violencia y el concomitante régimen democrático, antes de que sea demasiado tarde y no se pueda impedir la catástrofe que nos está rondando.

7 Comentarios

  1. La Iª Gran Guerra fue el
    La Iª Gran Guerra fue el ocaso de las monarquías europeas y la IIª Guerra Mundial, fue el cementerio de las repúblicas europeas y la Caída del Muro de Berlín y la URSS, fue la caida del comunismo , que no para de caer desde principios del siglo XX.

  2. Hayek En su libro, Camino de
    Hayek En su libro, Camino de servidumbre escrito en 1944,todavía en plena 2º Guerra Mundial, nos indica la causa de esa guerra y es la socialización de toda Europa,todos los países se giran a la izquierda y en principio admiran a una gran Alemania cuyo dictador la dirige como una enorme fabrica. Hitler es admirado por los socialistas,,que en general no simpatizan precisamente con los judíos,se le quiere imitar en Inglaterra. Pero de pronto Hitler se sale de lo esperado,es ahora un peligro para toda Europa,no se limita a insultar a los judíos y despreciar a los cristianos,mientras busca el Santo Grial,y enseña a creer en un mundo esoterico. Ahora nos invade y amenaza. ,

  3. ¿Quiénes son esos supuestos
    ¿Quiénes son esos supuestos «sabios» que consideran que la democracia» no (es) el mejor de los sistemas de gobierno, sino el menos malo»? Es el propio Aristóteles, sabio en prácticamente todas las disciplinas y particularmente en política, el que, por un lado, considera la democracia como una degeneración, lo que no la haría «el menos malo» (que en cualquier caso, ese régimen menos malo sería la politea, o república), o, por otro lado, como la democracia conforma en unión a la aristocracia y la monarquía, la politeia, tampoco es mala completamente.
    Un saludo,

  4. Parlamento negativo: una
    Parlamento negativo: una segunda cámara parlamentaria que solo pueda derogar normas. Por ejemplo, el PSOE aprueba la eutanasia en el Parlamento de toda la vida. Los partidos pro-vida derogan la eutanasia en el parlamento negativo. Todos contentos.

    Todos sabemos que la eutanasia que se va a legalizar no es algo razonable, algo que podría defender un liberal o libertario, a saber: que una persona que quiere morir obtenga ayuda de otra para lograrlo y que a esta persona no se le acuse de homicidio. No. La eutanasia que se aprobará será la obligación legal sobre médicos esclavizados por el Estado de matar a personas que no quieren morir o que quieren morir pero cuyas creencias religiosas o morales les impiden inducirse la muerte o pedírsela a otro. Será una excepción al homicidio, nada más. Cómo es posible estar en contra de la pena muerte para criminales y a favor de la eutanasia forzosa para la gente que sobra es algo que escapa a mi entendimiento.

    Repito, teniendo en cuenta los tozudos que somos y el gran placer que nos produce ignorar los criterios morales elementales, como respetar la autopropiedad del cuerpo y de la vida del prójimo, quizás solo podamos aspirar a tener un país ingobernable en el que unas facciones logren imponer por ley sus caprichos en un Parlamento Positivo y otras facciones logren derogar leyes absurdas, inmorales y contrarias a la vida en el Parlamento Negativo. Creo que esto sería incluso un poco menos malo que lo de ahora.

    Finalmente, apoyo la idea de descentralizar la administración de justicia, que viene incluida en el paquetito de «acabar con el monopolio de la violencia».

  5. JAJ, pareces nuevo. Hay quien
    JAJ, pareces nuevo. Hay quien llamaría progreso al ir en bolas por la calle o al suicidio.
    No sé de qué te sorprendes.
    El progresismo sobretodo cuando goza de tanto apoyo popular sólo puede caerse por su propio pie; el liberalismo u otras ideologías poco pueden hacer más que esperar a que ocurra eso entonces.
    En España la mitad de la gente al menos es socialista y estatista, por tanto, quieren ser gobernados por gente con dichas ideas.
    El progreso al final parece que aumenta a la vez que aumenta la tolerancia.

    En cuanto a las contradicciones, suelen darse en las ideologías, tranquilo.
    El progresismo parece que tiende a ayudar a los pobres o a los inmigrantes pero no a los fetos o a los ricos por ejemplo.

    ¿No se supone que la izquierda era más de ayudar al prójimo y la derecha más de defender la libertad?

  6. Los griegos distinguían dos
    Los griegos distinguían dos tipos de seres humanos,los individuos y las personas. Ambas tienen en común el lograr satisfacer lo mejor posible sus necesidades,que eran en general muy simples en los individuos y gradualmente sofisticadas en las personas,pero nos quedamos dicho de forma manchega con la idea de vivir bien. La diferencia estaba en los medios,mientras los individuos tratan de obtener su beneficio si es necesario quitandoselos a los demás repartirse aquello que no pueden conseguir,es decir son progresistas , en cambio las personas quieren obtener su bienestar pos si misma y en todo caso estableciendo reglas voluntarias de cooperación ,son los no progresistas. Por supuesto la cooperación entre las personas de forma voluntaria consigue una mayor cantidad de bienestar.

  7. Mauricio Rojas en «Democracia
    Yo diría que Mauricio Rojas en «Democracia liberal y democracia iliberal» (http://libertad.org.ar/web/contenidos-articulos.php?id=65 ) apunta hacia el verdadero problema: La creciente falta de respeto hacia las minorías (hacia cada persona y su autonomía) que de modo creciente se viene dando en sociedades como la nuestra que muestran una notoria ausencia de cultura cívica liberal.
    A su juicio, las cosas eran relativamente simples cuando los enemigos de la libertad enarbolaban abiertamente las banderas del golpismo (reaccionario o revolucionario) y la dictadura. Entonces, la lucha por la democracia sin más, sin apellidos ni calificativos, era una bandera natural de los liberales. […] Todo se complica, sin embargo, cuando los enemigos de la libertad también hablan a nombre de la democracia y de la soberanía popular, y más aún cuando son capaces, al menos por un tiempo, de ganar elecciones.
    Ello nos obliga a desarrollar una lucha mucho más sofisticada que parte no ya de la democracia como una panacea sino de sus problemas y sus posibles usos y abusos contra la libertad. Ello nos obliga, por ejemplo, a recordar lo que ocurrió en la Atenas clásica cuando la democracia se transformó en una herramienta de poder de aquellos demagogos que un día condenaron a Sócrates a la muerte. Nos obliga a recordar también las preocupaciones de los padres de la constitución estadounidense por LIMITAR EL PODER y evitar aquello que Tocqueville, tan acertadamente, llamó “la tiranía de la mayoría”.
    En buenas cuentas, nos obliga a reconocer con toda claridad que existe una tensión inmanente entre libertad individual y poder político, por más democrático que este sea.


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