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¡Es la educación, idiota!

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No es la economía, es la educación lo que determina en muchos casos la forma en que vemos el mundo. No hay tabla rasa en la que los profesores construyan desde cero pero lo que aprendemos en los manuales escolares en nuestra infancia se graba a fuego por la autoridad de esa palabra escrita y la de los propios maestros que sobre la tarima trasladan su visión del mundo a los alumnos.

Cada uno debería elegir como educar a sus hijos pero el Estado se ha encargado desde sus primeros pasos en apropiarse el sector educativo arrebatándoselo a la sociedad. El Estado garantiza la educación de todo ciudadano siempre y cuando sea educado cuándo, cómo y dónde los políticos decidan. No se permite ninguna clase de educación alternativa y cuando uno se sale de los centros señalados por los gobernantes, utiliza libros fuera del canon pretendiendo seguir su propio camino es perseguido. No es un mal que afecte sólo a las escuelas públicas, los colegios privados tienen que seguir los currículos oficiales y someter a todos sus alumnos al mismo tipo de exámenes sean cuales sean sus cualidades, y a través del dinero público que reciben los colegios concertados el Estado exige a cambio intervenir directamente en su organización.

La ficción del Estado se enseña como verdad ineludible en los centros donde tienen que educarse obligatoriamente los más pequeños. Se educa en el pensamiento crítico siempre y cuando no se pongan en duda los cimientos ideológicos y empíricos del Estado. De ahí asignaturas como Educación para la ciudadanía que ya promovía el ideólogo del Leviatán Thomas Hobbes escribiendo que "es necesario que se establezcan períodos determinados de instrucción, en los que el pueblo pueda reunirse y (…) escuchen a quienes les digan cuáles son sus deberes y cuáles son las leyes positivas que les conciernen a todos, leyéndoselas y explicándoselas, y recordándoles quién es la autoridad que ha hecho esas leyes".

Más efectivo que este burdo adoctrinamiento es el lento martilleo de las ideas estatistas que lo impregnan todo y que se trasladan en todos los campos de conocimiento sin necesidad de hacerlo explícito. No nos damos cuenta porque asumimos esas ideas como ciertas e incuestionables, están en el ambiente y de locos sería pensar como si el Estado no fuera una realidad tangible. De hecho, como locos se trata a aquellos que osan desafiar la idea de Estado.

El sector educativo es uno de los más corruptos y endogámicos. No es de extrañar, los funcionarios que trabajan en colegios y universidades no son solo profesores, son propagandistas del Estado. Se trata de un sector estratégico para el Estado, en España el gasto público en educación sehaincrementadodeformasostenidadesdeelaño 1994 -frenándose únicamente en esta última crisis- impulsado por la LOGSE mientras que el número de alumnos caían de forma sostenida casi en la misma proporción. Tenemos menos alumnos y gastamos más dinero público en ellos pero su educación no ha mejorado en la misma proporción -basta consultar los informes PISA- aunque sí terminan el proceso educativo con el cerebro lavado para analizar el mundo y las relaciones humanas únicamente dentro del marco estatal.

Es prioritario liberalizar el sector educativo y terminar con el adoctrinamiento que sufrimos desde temprana edad. Por eso cuanto más socialista es un partido más pretende alargar el tiempo en el que tenemos que ir a centros estatalizados para ser educados, ya sea por la parte la parte de abajo (cuando los niños no han cumplido ni si quiera un año) o por arriba, alargando la educación obligatoria. Como han hecho siempre los políticos, envuelven el adoctrinamiento como el caramelo de una mejor educación o simplemente la alfabetización de la sociedad. Desde luego se trata de un objetivo noble pero como toda acción política esconde tras de sí otro propósito que trasciende al de un solo partido: adoctrinar en la fe del Estado.

No es casual que el gran enemigo del Estado haya sido el cristianismo y la iglesia en particular. Construido a su imagen y semejanza, el monopolio estatal está por encima de las ideologías, es una fe que ambiciona la hegemonía total. Admitir otra fuente de legitimidad sería demostrar la ilusión del Estado como realidad y por tanto con el devenir de los siglos ha procurado sustituir la fe en Dios en la fe en el Estado imitando la estructura de la iglesia e incluso contaminándola con su positivismo y confianza ciega en la razón como arché o principio de todas las cosas.

La forma en que percibimos el mundo queda enmarcada por todo cuando aprendemos, es imposible que las ideas liberales calen en una sociedad adoctrinada en el estatismo porque la libertad individual supone pensar más allá del Estado. Recuerdo que mi profesor de filosofía de Bachillerato decía que la filosofía era como una piscina en la que los pensadores se topaban siempre a Dios al nadar, poco a poco se consiguió sacar a la ballena de la piscina. Lo que nunca nos explicó es que el lugar de la ballena fue ocupado por el Estado y lejos de liberarnos de las cadenas como nos proponía Rousseau nadamos ahora en peor compañía, la del Leviatán.

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