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¿Es la investigación la tabla de salvación para salir de la crisis?

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La palabra investigación, con sus múltiples variantes y combinaciones (investigación y desarrollo o la más moderna investigación, desarrollo e innovación tecnológica) suele considerarse como uno de los elementos fundamentales para el crecimiento económico de un país. Raros suelen resultar los discursos políticos donde no aparece en lugar preferente e incluso central esta idea, cuantificándose incluso el importe a que debe ascender el dinero destinado a dichos fines en tanto por ciento sobre el PIB.

Sin ningún género de duda, continuamente aparecen nuevos productos y servicios que son capaces de satisfacer nuestras necesidades. No sólo eso, sino que estas mejoras, amén de servir para satisfacer mejor al cliente, también permiten a las empresas producir a un coste más bajo.

Las recetas que se hacen desde ámbitos políticos a favor de la investigación como elemento fundamental para superar la crisis parecerían, en principio, bien encaminadas. No obstante, dicha afirmación tendría que ser matizada, ya que podemos observar casos en los que un mayor grado de investigación no ha supuesto un enriquecimiento económico. Así, durante la guerra fría, la Unión Soviética destinó una parte considerable de su PIB a gatos de investigación y desarrollo, alcanzando el 2% en 1990, porcentaje muy superior al de otros países, como España. Sin embargo, el grado de desarrollo de este país era muy inferior que el de países que tenían un menor gasto de investigación, y su crecimiento económico no iba a la par. La carencia de productos en los mercados era tal que la gente pasaba gran parte de su tiempo realizando colas para poder acceder a los productos más básicos.

Por lo tanto la investigación no se puede considerar como el único factor que influye en el desarrollo de un país. Para entender el papel que juega la investigación, ésta debe analizarse bajo los mismos parámetros que cualquier otra inversión. Es decir, si a la hora de acometer una inversión se analizan parámetros tales como el retorno que ésta va a tener, su coste o las alternativas, a la hora de evaluar una investigación deben realizarse los mismos cálculos. De nada servirá a una empresa investigar una tecnología que le suponga aumentar durante 10 años un 10% las ventas, si el coste de la investigación duplica ese posible aumento de ventas, o si el coste financiero es inasumible. En estos casos el proyecto de investigación no sólo no supondría una ventaja a la empresa, sino que puede suponer un pasivo importante.

Lo mismo ocurriría con los proyectos de investigación patrocinados por las administraciones públicas. Si los beneficios que van a permitir obtener son menores que sus costes, estos proyectos se convertirán en una carga para los contribuyentes, dificultando su recuperación económica. Además estos proyectos tienen un peculiaridad con respecto a los anteriores, y es que mientras los proyectos de investigación de una empresa redundan en su beneficio, recayendo también sobre ella sus costes, los proyectos de investigación estatal se financian con impuestos, por lo que lo pagan personas que no tienen que verse beneficiadas por su posible éxito. Por tanto, este mayor coste repercute negativamente en aquellas empresas y usuarios que no se van a ver beneficiado por el mismo, contribuyendo negativamente a que puedan salir de la situación de crisis. Normalmente son las pequeñas empresas las que menos se benefician de estos proyectos de investigación, aunque sin embargo soporten los costes.

Es por ello que no puede sacralizarse el papel de la investigación en el desarrollo económico, ni para salir la crisis, sino que tiene considerarse como una herramienta más, y que debe evaluarse bajo los mismos parámetros de cualquier inversión, estudiando sus costes, posibles beneficios y factibilidad. En caso de no realizar este análisis no tan sólo no servirá para nada, sino que puede dificultar la salida de la crisis.

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