La biodiversidad es para los ecologistas una realidad casi santa que bajo ninguna circunstancia debemos sacrificar. Cualquier situación que pueda dañarla o alterarla debería cesar sin tener en cuenta los efectos que tendría sobre nosotros, individual o colectivamente. Sin embargo, la biodiversidad es una consecuencia de la Evolución y como muchos otros aspectos de la historia de nuestro planeta, ha variado a lo largo del tiempo, soportando cataclismos externos e internos y recuperándose, tomando nuevos caminos por los que transcurrir. Sin la caída de un meteorito hace unos 66 millones de años, unos pequeños animalillos insectívoros, que vivían a la sombra de los gigantescos dinosaurios, no hubieran tomado el relevo hasta imponerse al resto, evolucionando hacia el Homo sapiens, uno de cuyos especimenes esta escribiendo esto ahora.
Así que el sentido del título de este comentario no es por tanto la necesidad del concepto de biodiversidad, ya que esta pluralidad de organismos está más que asegurada por el devenir natural de la Tierra, sino del concepto que los conservacionistas manejan, un concepto estático y sujeto a dogmatismo.
Una de las cosas que más llama la atención es que la humana no es precisamente una de las especies que los ecologistas manejen a la hora de hablar la biodiversidad o, si lo hacen, se mantiene subordinada a otras, vegetales o animales. Si, por ejemplo, la madrileña carretera M-501 tiene un elevado número de accidentes mortales y su ampliación es la solución más demandada por vecinos y conductores, los grupos ecologistas aseguran que dicha obra afectaría a biodiversidad de la zona, por lo que paralizan los planes y proyectos con alegaciones, denuncias y todo tipo de argucias legales e ilegales, mientras que los cadáveres van acumulándose y el desarrollo de la zona deteriorándose.
El interés de los ecologistas, paradójicamente, se centra en el mantenimiento de especies sensibles a la opinión pública y hasta cierto punto lejanas. Los esfuerzos para salvar el lince ibérico, el lobo o el tigre no tienen su contrapartida para las cucarachas, las moscas o el virus de la viruela. Sin embargo, todas ellas han configurado el entorno del que disfrutamos y tan necesarias han sido unas como las otras. Sin ese u otros virus, el humano no hubiera desarrollado ese arsenal interno que es el sistema inmunológico y no seríamos lo que somos. Sin embargo, y con toda la lógica del mundo, el ecologista no aboga por la “suelta” de las cepas que aún se conservan. Esa incoherencia es otro de los rasgos fundamentales de este concepto.
En su particular concepto de la biodiversidad, los ecologistas nos presentan a las especies conviviendo en un delicado equilibrio ecológico que, sin la acción del hombre, perduraría por los siglos de los siglos, con cambios progresivos, lentos y seguros que permitirían la adaptación de las especies; de nuevo, esto es una falacia. Además del comentado meteorito cretácico, los mamíferos placentarios terminaron por destruir a los marsupiales hasta el punto de que hoy sólo sobreviven en una isla-continente como Australia y sus archipiélagos o en las zonas boscosas de América. Unas especies terminan con otras de forma natural; forma parte del proceso. De la misma manera, la humana es la primera que ha desarrollado inteligencia capaz de manipular el entorno a niveles no vistos hasta ahora y eso alterará al conjunto como lo hicieron otras, porque somos una más. Algunas se adaptarán, desde los gorriones a las cucarachas han prosperado en torno a nuestras actividades configurando otros ecosistemas, otras han huido buscando mejores lugares. Las circunstancias dirán cuáles se adaptarán y cuáles no pero una cosa parece clara, la misma inteligencia que lo cambia todo es capaz de parar cuando su propia existencia se pone en peligro.
El concepto de biodiversidad ecologista permanece, por tanto, ajeno al ser humano, a todas sus virtudes, defectos y capacidades, es incoherente y está sujeto a dogmatismo porque no tiene ninguna base científica. Con todo ello, ¿es necesaria esta biodiversidad? Yo creo que no.
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